6.1.10

ESTÉTICA, EXCELENCIA Y MALA LECHE


Veo que en las votaciones de los lectores de La Cárcel de Papel para escoger el mejor cómic del año, tras El arte de Volar, se coloca en segundo lugar el George Sprott 1894-1975 de Seth. Ahora que no nos lee nadie, debo reconocerles una cosa: no puedo evitar sentir algo de tirria hacia Seth (aunque no tanta como la que noto con Jason Lutes o Andy Watson). El origen de ese sentimiento de tirria puedo localizarlo en la lectura de Ventiladores Clay, que me dejó un poco así. Seth forma junto a Chester Brown y Joe Matt un célebre trío de amigos comiqueros canadienses, y quizá ahí este otra de mis razones: que con compañeros como esos es inevitable pensar en Seth como el blando del grupo.

Dicho lo cual, debo reconocer también que George Sprott es un tebeo inmenso que merece estar en la lista de lo mejor del año. Aunque claro, yo pondría el Génesis de Crumb por encima de todo, y también el Catálogo de novedades Acme de Ware. Pero regresemos a George Sprott, un álbum con el que su autor se enfrenta al reto de explicar toda una vida, nada menos, y lo consigue con un primor gráfico exquisito, entre lo retro y la modernidad; pero también por lo bien que juega con una narrativa fragmentada a múltiples niveles: cronológica, en puntos de vista y en algo tan difícil como es la captura de sensaciones. Y también siembra, afortunadamente, sombras sobre el protagonista, un documentalista aventurero y no demasiado brillante especializado en el Polo Norte que años más tarde se convierte en presentador de un peculiar programa de la televisión local canadiense. Así que el conjunto no se me atraganta sino todo lo contrario y encima es bonito que te cagas, con lo que además tiene el plus del objeto.


Aunque puestos en el terreno del libro objeto, no hay que olvidar que los estetas juegos de Seth en George Sprott beben directamente de la obra de Chris Ware y del antes mentado Catálogo de Novedades Acme, un álbum también publicado por aquí este año en una edición que parecía imposible pero que ha sido (aplausos para Random House y para el dúo de maquetadoras hispanas). Lo de Ware, aunque obsesivo, es tan brutalmente bello que se me hace difícil de abordar, pero más allá de su diseño gráfico y minuciosidad estética, Ware me pierde por la mezcla de pesimismo y mala leche de muchas de sus historietas. Big Tex es un redneck borderline despreciado por su padre hasta el punto de que éste desea su muerte a poco que la ocasión sea propicia, pero sin esfuerzo. Máximo desprecio: ojalá se muera pero yo no voy a mover un dedo. Y lo de Rusty Brown y su colega Chalky White es la visión más triste y cruel que se ha hecho nunca del friqui, y mira que se han hecho. En realidad, Ware me inquieta por su mezcla de pesimismo obsesivamente envuelto en el primor gráfico y estético. Y la inquietud siempre es un plus.


Hablando de mala leche, el otro cómic objeto que me tiene enamorado es el Pinocchio de Winshluss (La Cúpula). Aquí la tradición es otra. Ware y Seth son la descendencia esteta del underground que se reconvirtió a alternativo, con la carga artie que eso supuso. Winshluss es francés y viene de una tradición de humor burro y bruto que han cultivado nuestros vecinos en revistas como Hara Kiri y autores tan indispensables como Vuillemin o Reiser. Es curioso, porque Winshluss también refina esa historieta sucia, aunque de una manera menos rupturista en lo gráfico, y no por ello deja de ser un primor visual. Con Pinocho adapta de manera muy libre el cuento de Collodi, pero también la icónica versión legada por la factoría Disney. La narración fragmentada hace acto de presencia, de nuevo, con cambios de estilo según el protagonista del capítulo, e incluye homenajes a Kirby (ese Monstro) o al mismo Ware (la página que muestra a Pinocho como máquina de matar creada por la industria militar), pero donde brilla especialmente es en la narrativa sin texto, muda y visual, en la que Winshluss se muestra como un auténtico maestro con un dominio absoluto de una forma de contar historias que no es tan sencilla como parece. Aparentemente, este Pinocho parece una obra dominada por el caos, pero es todo lo contrario. Todas las subtramas cuadran, es riquísima en detalles y una auténtica delicia cargada de malas intenciones.

2 comentarios:

Santiago García dijo...

<span style="color: #808080;">Coincido contigo en lo de Seth y lo de Ware, pero la verdad es que con el Pinocchio me he llevado una decepción bien gorda, y eso que le tenía muchas ganas. Es cierto que visualmente es una brutalidad, pero también te digo que ese empeño por pasar la pasta de Vuillemin por el embudo de Ware me parece un poco forzado y no me acaba de convencer. La narrativa visual de las páginas mudas que tanto alabas a ratos me resulta demasiado storyboard y a ratos me resulta confusa. Me parece que en ese terreno Ivan Brun, por ejemplo, le saca varios cuerpos de ventaja. Y bueno, el humor no me ha hecho gracia, me parece poco inspirado y tópico, y las supuestas burradas que nos quiere arrojar a la cara ya las hemos visto mil veces antes, y multiplicadas por cien, en las páginas del mismo Vuillemin sin ir más lejos. En una entrevista he leído que comparaban este tebeo con una ópera, y creo que es una comparación acertada, pero no con las óperas de verdad, sino con las óperas rock de los 70, tan grandilocuentes ellas. A lo que más me recuerda este Pinocchio es al Muro de Pink Floyd, la verdad. Prometo que volveré a intentarlo, a lo mejor lo veo con otros ojos. Pero en primera instancia, menudo chasco me he llevado.</span>

absence dijo...

<span style="color: #808080;">Pues mal que me sabe, pues yo he disfrutado muchísimo con Pinocho y uno querría que todo el mundo lo disfrutase igual. No sé. Leí con mucha comodidad tantas paginas sin texto, y eso es algo que a mí me cuesta y, por tanto, entendí que la fluidez de lectura era un logro evidente. A Ivan Brun lo tengo pendiente, asi que no puedo decir nada.
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