27.7.13

GEOPOLÍTICA DEL AMOR ZOMBI


Cuando hace casi nueve años inauguré esté blog, Lo zombi se convirtió instantáneamente en uno de los temas principales. Por entonces, el género iniciaba un tímido auge, pero nada hacía presagiar una eclosión popular tan grande y, sobre todo, mantenida en el tiempo. Yo me convertí a Lo Zombi muy joven viendo el Zombi de Romero en un cine de barrio (la experiencia fue tan intensa que le dediqué un Butano). Desde aquel día no me perdí nada relacionado con ellos, primero yendo a los cines y luego alquilando una y otra vez películas en vídeo. Incluso llegué a construir una especie de regla no empírica según la cual cada dos o tres años aparecía un nuevo título que saciaba mi sed de muertos vivientes (o allegados). Una sed que era compartida con otros entregados seguidores, más numerosos de lo imaginado pero desconectados y anónimos. En la era anterior a internet el gusto por lo zombi se vivía en solitario y era, además, asumible, es decir, que aunque se podían establecer largas conexiones entre películas y explotaciones, uno podía verlo todo. Hoy el género me resulta inasumible en su totalidad, inabarcable con afán completista, pero curiosamente su condición de moda popular no ha hecho mella en mi amor por él, algo que no siempre me pasa cuando algo que disfruto como un tesoro se masifica. Todos tenemos un snob dentro, sobre todo cuando se es joven y zombi.


El zombi es nuestro monstruo contemporáneo, la criatura terrorífica que mejor expresa nuestra sociedad y sus miedos. Nuestro gemelo tenebroso. Nosotros somos los muertos vivientes, pero también los otros, nuestros vecinos de barrio o del Tercer Mundo. La eclosión total del zombi ha venido de la mano del post 11-S, de la crisis, de la pérdida de fe en el progreso futuro y de nuestro pantagruélico consumo mediático, hasta el punto de que a menudo los telediarios actuales se miran en el género y toman forma de abstracta no-ficción sobre zombis. Uno de los detalles más interesantes de la cultura zombi contemporánea es su condición de auténtico virus que ha infectado todo medio posible. Hasta hace una década Lo Zombi nos venía siempre en forma de película de cine de bajo presupuesto (con la excepción de los videojuegos, donde no tardaron en aparecer porque algunos creativos formaban parte del viejo club secreto de amigos de Lo Zombi). Hoy podemos hablar de ensayos sociológicos, terminología mediática, novelas a destajo, falsos documentales, telerealidad (con la que demuestran su aptitud con los nuevos lenguajes visuales), poesía, filosofía, sorprendentes remezclas con los clásicos de la literatura, cómics taticárdicos y hasta series de televisión (cuando el formato vive una edad de oro). En una semana se estrena en España Guerra Mundial Z. ¡Quién iba a decir al viejo fan de lo zombi que nuestro monstruo favorito acabaría tomando forma de blockbuster millonario a mayor gloria de uno de los reyes del Hollywood del siglo XXI! Es este estreno el que motiva estas letras, aunque no haya visto aún la película, porque nunca es tarde para rendir pleitesía a la fabulosa novela que adapta: Guerra Mundial Z de Max Brooks.



La película será divertida o fallida, digno aporte al género o una más de la oleada, no lo sé, y pienso verla con todo el ánimo festivo que merece, pero es una evidencia que poco o nada tendrá que ver con el libro (lo cual no es ni bueno ni malo per se) porque éste no tiene protagonista alguno y en la película está Brad Pitt como estrella absoluta. Ni siquiera su esquema argumental es asumible para un blockbuster como mandan los cánones de la taquilla contemporánea. Pues eso venía yo a decir, que la película de Brad Pitt será lo que Dios quiera, pero que eso no debe despistar lo más mínimo sobre la calidad de la novela de Max Brooks y su condición de lectura que sería una pena que dejaran escapar porque es una obra maestra de Lo Zombi alimentada por el amor y la inteligencia. Y no sólo eso: no se limita a ser la Gran Novela Zombi sino que me atrevería a decir que es una de las obras de género fundamentales en lo que llevamos de siglo.



Tradicionalmente, el relato de zombis se fundamenta en la perspectiva individual de supervivencia (o de grupo reducido, que viene a ser lo mismo) y del encierro en el refugio, elementos limitados pese a que han permitido metáforas amplias sobre el racismo, el consumismo o el militarismo (por ceñirnos a la trilogía inicial de Romero). La gran aportación de Max Brooks es que rebasa ampliamente esos límites para afrontar el reto de una perspectiva absolutamente global. Guerra Mundial Z prescinde radicalmente de todo protagonismo individual y para ello toma forma de historia oral, un formato que me fascina y que aquí, además, se demuestra del todo contemporáneo. Un falso documental formado por más de un centenar de entrevistas a los supervivientes del Apocalipsis zombi que permiten abarcarlo en toda su amplitud geopolítica. El desarrollo cronológico de la epidemia pero también la casuística local. Qué paso en China, en Sudáfrica, en Corea del Norte, en Rusia, en Irán, en Pakistán. Se aferra tanto y tan bien en el hoy que su lectura es urgente porque el paso del tiempo, por contexto histórico, va en su contra. En ese aspecto es valiente porque asume el riesgo de ser, dentro de cincuenta años, como esas novelas de ciencia-ficción en las que se habla de la Unión Soviética del siglo XXII. Reconozco que Max Brooks cede a su condición de judío demócrata norteamericano, y eso hace que su visión de Israel sea inocente, pero a cambio nos regala una brillante solución al problema cubano.


Guerra Mundial Z, el libro, no se limita a extender un mapamundi contemporáneo y fabular señalando con el dedo qué pasó aquí o allá. Recorre los iniciales silencios gubernamentales, la eclosión del pánico, el fracaso militar, la toma de decisiones que implican la muerte de millones de personas para la supervivencia de la especie, los efectos psicológicos de una inmersión total en la violencia, el shock traumático de un apocalipsis aquí y ahora. También afronta un relato que casi nunca se había desarrollado: el qué pasó después, la reconquista y reconstrucción del mundo civilizado, las consecuencias, secuelas y problemas tras una década bajo el imperio de los muertos.



Max Brooks reparte caramelos para los amigos de la cultura popular con la historia de otaku o los guiños a Zatoichi, el samurái ciego del cine japonés; y por supuesto, numerosos regalos para los miembros del viejo club secreto de los amigos de Lo Zombi. El más poderoso y ejemplar está en la dignificación del zombi submarino. Cuando Lucio Fulci introdujo una pelea submarina entre un muerto viviente y un tiburón en Nueva York bajo el terror de los zombis aquello nos pareció un locurón absoluto, un delirio gozoso pero absurdo. Max Brooks se toma la molestia de ponerlo en contexto, de darle sentido por puro amor a la historia del subgénero. Pero lo más importante, y acabo ya el rollo, es que la novela conduce al puro arrebato lector. 500 páginas que yo me zampé en apenas dos días, feliz y entregado. Amor zombi.


18.7.13

EL RESPLANDOR DE LA PARANOIA


Recuerdo perfectamente el día que mi tío me llevó a ver El Resplandor, justo tras su estreno. De lo especial de mi tío y de como forjó mi educación he hablado en varios textos del Butano, sobre todo en éste; pero creo que ir con él no explica del todo que recuerde tanto esa tarde de cine y no otras. Yo tenía unos 15-16 años, y aunque estaba ya muy acostumbrado y curtido al cine de terror, la película me pareció una maravilla inquietante, llena de imágenes que han quedado grabadas para siempre en mi cabeza. Recuerdo que entonces no fue recibida como la obra maestra que es y también la polémica por su extraño doblaje español, encargado expresamente por Kubrick a Carlos Saura. Yo era por entonces un espectador bastante inocente, incapaz de juzgar lo acertado o no de esas críticas, entre otras cosas porque era evidente que se trataba de una pieza de horror muy extraña y nada común. Hoy sé que cuando el género se adentra en el terreno de lo irracional y lo inexplicado resulta mucho más poderoso e inquietante. Lo racional desactiva mecanismos profundos y tranquiliza al espectador. Lo narrado será terrorífico, pero si se puede explicar, si se puede comprender en toda su extensión, lo es mucho menos. También sé que la película de Kubrick está llena de juegos subliminales, en especial en la construcción de una arquitectura del horror imposible, de pasillos y habitaciones que desafían la lógica porque si uno se detiene en ellos descubre que son imposibles. Y el tema de las arquitecturas del horror me interesa. Por ahí se puede emparejar El Resplandor con Suspiria, otra de mis películas de terror preferidas, porque también juega en ese margen irracional e inexplicado.


Una de las películas que más lamenté perderme del pasado Festival de Sitges fue Room 237, un documental sobre El Resplandor dirigido por Rodney Ascher, y no ha sido hasta hace pocos días que he podido recuperarlo. Y menos mal, porque me ha gustado mucho, aunque es preciso hacer una advertencia: quien se acerque a Room 237 buscando claves racionales, trucos narrativos y detalles sobre el meticuloso rodaje de Kubrick seguramente se llevarán una decepción. En cierta forma, el mayor homenaje (y muestra de respeto) de Room 237 es que resulta tan extraño, tan raro, como su objeto de estudio. Si El Resplandor era mucho más que un filme de horror tradicional, el documental también escapa de la lógica de su género y acaba abarcando algo mucho más grande: la paranoia.


Room 237 se construye a partir de 5 entrevistas a personas profundamente obsesionadas con la película de Kubrick. Sus voces y explicaciones, que saltan de una a otra, sustituyen al tradicional narrador en off de los documentales. Ellos nos guían y su locura no tarda en hacerse evidente. Para uno, toda la película de Kubrick es una alegoría sobre el genocidio de los nativos norteamericanos; para otro, lo es sobre el holocausto nazi y apoya su teoría en una variada e imposible conspiranoia numérica; hay un tercero firmemente convencido que todo El Resplandor está lleno de mensajes ocultos en los que Kubrick confiesa su participación en el fraude del viaje a la Luna, una conocida rama de la conspiranoia según la cuál lo que se vio en las televisiones de medio mundo estaba rodado en un estudio por encargo de la NASA a Kubrick. Quien parece más racional, la única mujer que escuchamos en el documental y que ha pasado largas horas reconstruyendo en plano el hotel donde transcurre la película y los movimientos de los personajes para demostrar lo imposible de algunos pasillos y habitaciones, acaba desvelando su obsesión por los laberintos y señalando extrañísimos y subjetivos guiños al mito del Minotauro de Creta. La inaudita propuesta alcanza cotas de asombrosa belleza, de aterradora simetría, cuando uno de ellos nos muestra el resultado de doblar El Resplandor sobre sí mismo, de proyectar la película a la vez de principio a fin por un lado, y a la inversa, de fin a principio, por el otro, y superponer las imágenes de ambas proyecciones, un poco como quien busca mensaje satánicos escuchando canciones al revés.



Room 237 habría vuelto loco de placer a Robert Anton Wilson porque es una maravillosa prueba de cómo una obsesión acaba contaminándo todo el espectro visual y cognitivo del obseso, más allá de la razón. Ese es en parte el verdadero tema del documental, sólo en parte porque no podemos despreciar entonces, ni mucho menos, la película de Kubrick que fundamenta el discurso. Al fin y al cabo, ¿Por qué es en esta película y no en otra donde estas personas encuentran tantas claves y mensajes ocultos? Pues precisamente por su condición de pieza de orfebrería de horror subterráneo y subconsciente. El Resplandor deja abiertas tantas puertas que uno debe llenar los agujeros con sus propios y más profundos miedos, aunque estos sean también irracionales. Pasillos de la mente que es mejor no recorrer.


12.7.13

LOS VIERNES, ESTRENO (VIII)

Selección de la cartelera barcelonesa aparecida en las páginas de La Vanguardia en octubre de 1979. Vestigios de barrio y programa doble, anuncios de un tipo de cine que ya no se estrena y que entonces era mayoritario y unos textos promocionales que recomiendo leer con atención y deleite.