18.4.05

Desubicando a la asesina de la nieve ensangrentada



No hace demasiado que escribía en este Blog Ausente sobre las maravillas de Lady Snowblood y lo mucho que Tarantino tomó prestado para Kill Bill. Prometí entonces darle un visionado a la secuela y perpretar el consiguiente comentario. Dicho y hecho.

No puedo decir que Lady Snowblood 2: Love Song of Vengeance sea una mala película pero sí que decepciona bastante comparada con la predecesora. No sólo porque carece del ritmo de aquella sino porque traiciona enormemente el personaje de la asesina vengadora. Ya de entrada la traición está en el hecho de ser una secuela, desvirtuando el hipnótico final de la original. Además, una mujer que nace con la maldición de vengar a los asesinos de su padre, que vive por y para ello, queda vacía una vez cumplida esa venganza. El personaje se despoja de lo que le da vida como ente de ficción y la secuela no consigue que remonte esa carencia.

La desvirtuación se hace más grande si la introducimos en una trama política y de espionaje. El fin de la era Meiji, la modernización de Japón y la Guerra Ruso-Japonesa eran temas de contexto que enriquecían la primera entrega. La maldición con la que nace se agranda por el carácter anticuado de su condición de samurai (que encima es mujer). Ese contexto es ahora protagonista de una historia con políticos corruptos, anarquistas heroicos y barrios degradados. No es una mala historia, incluso diría que en términos históricos y políticos tiene mucho interés... pero poco tiene que ver con la película que la antecede.



Hay, claro, elementos interesantes. Los brotes de violencia chambara; imágenes bellas que a menudo tienen que ver con la sangre, como la del cadáver en el río esparciendo su líquido vital en aguas cristalinas de las que bebe la protagonista o el arrebato contra el jefe de policia de la esposa del anarquista; la detención de Lady Snowblood en la playa en un bonito plano picado rodeada de policias mientras avanza la marea; la idea del contraste entre katanas y pistolas como muestra de la modernización del país y del carácter ya añejo de la protagonista; o el uso de la peste bubónica como arma química para liquidar al enemigo a cualquier coste. Al igual que en la primera, la caracterización visual de los villanos es estupenda. Aquí parecen incluso vampiros: la palidez del jefe de la policía secreta o de su sicario de negras encías, sombrero y capa roja. Y luego, claro, está Meiko Kaji, la protagonista, razón de mucho peso para disfrutar de la película.

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