16.9.06

TEENAGERS, ALCOHOL Y EXTRATERRESTRES CABEZONES (THE AIP VISUAL EXPERIENCE - XVII)

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Invasion of the Saucer Men (Edward L. Cahn, 1957)

Sirva este post tanto como reseña del filme tras mi reciente revisión como diecisieteava entrega de la serie dedicada a los carteles de la AIP. Creo que un tercer despice tras una frase de enajenación desafiante (muy linda por lo que hace a la verdadera utilidad del ejército) y un tutubo ausente (creo que imprescindible) sería excesivo.

La primera vez que la vi, hace ya cosa de una década, recuerdo que me produjo una gran decepción. La causa no era otra que no saber qué se va a ver y hacerlo guiado por un cartel tan profundamente hermoso como el que preside este post. Olviden esos ovnis atacando una gran ciudad, esas masas urbanitas huyendo despavoridas, esos marcianos enormes llevando a una hembra en brazos. Si hay que apuntar (por obligación, pues son muchos los matices) The Invasion of the Saucer Men a un género en concreto éste seria el de la comedia. Y eso, cuando uno pretende ver una invasión extraterrestre, de entrada defrauda. Pero, ai queridos lectores, el tiempo todo lo cambia. Con los años las perspectivas son diferentes, se conocen los contextos, etc. Y así, en mi reciente revisión he descubierto que en realidad se trata de una serie bé extraña y soterradamente demoledora, un rara avis sutilmente revolucionario, fundacional, gamberro y adelantado a su tiempo. Voy, pues, por partes.

Karramarro, en los comments del tutubo, daba con la clave de manera certera: "La sola idea de unos extraterrestres que inyectan alcohol a los adolescentes para que la pasma crea que están beodos cuando denuncian que les han abducido es puritito arte." Ya de entrada hay que señalar que plantear una invasión extraterrestre en términos de comedia en pleno 1957, en un contexto social de paranoia total, es ir con mala idea, saberse cine de derribo, reírse del entorno social que te rodea. Si encima ridiculizamos a las llamadas fuerzas vivas de la sociedad (policia, militares, padres) y mostramos a la recién nacida (a ritmo de rock'n'roll) fuerza teen como verdaderos protagonistas resolutivos del asunto, la carga es de profundidad. Y no se engañen con que el narrador (en off y metalingüista: sabe que es una película) sea ya un adulto (reciente, quizá por eso es el único que cree y colabora con la muchachada). La sacudida en el eje del punto de vista, a media película, es traumática, súbita y se aleja de la pulcritud narrativa. Pero... ¿quién coño puede buscar eso en un filme dirigido por Edward L. Cahn?

Estos deliciosos alienígenas bajitos y cabezones (cuyo plan y pretensiones nunca se explica, por cierto) se inscriben claramente en el recién descubierto cine de consumo teen. La película sabe lo que es y a donde va a ir a parar: a un autocine repleto de coches tuneados, con unos espectadores tan o más preocupados en meter mano que en las imágenes que tienen ante sí. El filme no duda, entonces, en recrearlos como lo que son. El centro de la acción es el Lovers Point, el sitio del amor, el descampado al que acudir tras el cine y el batido, a beber cerveza en la oscuridad, charlar un rato y pasar al asiento de atrás. Sí, al asiento de atrás. Por eso la película no se estrenó en España. Es generosa en sus largos planos de morreos y caricias propias de la fila de los mancos. Eso es lo único que preocupa a la nueva generación del Way of Life y sólo tomará cartas en el asunto cuando vean realmente amenazado su punto de encuentros sexuales. Que Joan, la chica protagonista, en plena fuga del domicilio paterno para casarse en secreto (política de hechos consumados), acabe exclamando "sabía que en mi noche de bodas estaría asustada, pero no me imaginaba esto" no debe entenderse como una referencia a la pérdida de la virginidad, sino una sorna directamente dirigida al espectador teen de la época: ¿pondrían ustedes la mano en el fuego apostando por la virginidad de las chicas que acceden gustosas al asiento de atrás en el Lovers Point?

No es el único encanto del filme. El tono de comedia permite unos bonitos títulos de crédito (y a cambio nos atormenta con una banda sonora que busca resaltar la comicidad de escenas que no hacen gracia). También anda por ahí el gran Frank Gorshin, el futuro Riddler del Batman pop-catódico de los 60, ejerciendo de buscavidas a la caza del negocio extraterrestre. Pero el otro gran acierto del filme es el diseño de los alienígenas, pequeñajos (bajo uno de ellos se oculta, por ejemplo, Angelo Rossitto, uno de los enanos del Freaks de Todd Browning), de cerebro cabezón, orejas puntiagudas y ojos saltones. No hay que olvidar que son una de las referencias confesas del Mars Attacks burtoniano (junto a La Tierra contra los Platillos Volantes de Harryhausen y los maravillosos cromos de Norm Saunders para la Topps en 1966). También incluye un momento generosamente gore (el cuerno de la vaca perforando el ojo de un marciano), la vida independiente de una mano alienígena separada de su cuerpo jugueteando en el asiento de atrás (con todo lo que eso significa subliminalmente) o esas garras que proyectan agujas de inyección adelantándose más de veinte años a Lobezno).

Y eso es todo. Les dejo con una galería de imágenes. No son capturas del filme (para eso pueden darse una vuelta por aquí) sino las habituales fotografías promocionales y coloreadas (en realidad es en blanco y negro). Pequeñas joyas del verde marciano a las que añadir una de procedencia mexicana.




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