Disfruté mucho viendo Prometheus. Las razones son múltiples, variadas e incluso irracionales, hasta equivocadas, pero me entregué al espectáculo, por momentos inaudito, y se ganó mi simpatía como los tripulantes de la Nostromo se ganaron la de Ash, el androide de la película fundacional, que tras ser decapitado lanzaba ese último mensaje a los humanos a los que había traicionado por imperativo de la Corporación Wayland.
Confieso que entré en la sala predispuesto a hacerla mía, a reivindicarla, a defenderla. Leyendo en diagonal una muy celebrada crítica negativa intuía que era mi obligación adoptar esa postura porque así podría protestar ante cierto fundamentalismo con fe dogmática en el guión y la cuadratura del círculo, de un tipo de crítica espectáculo que se fundamenta en la demagogia, la falta de piedad, y no en el entusiasmo ante la maravilla, que es lo que a mí mayormente me mueve. No dejes que el guión te estropee una película, creo que la frase es de John Tones y hay que tenerla muy presente en estos tiempos mutantes en el que el cine de grandes presupuestos se aplica a producciones que antaño serían series bé. Tras ver la película he leído opiniones negativas y sí, de nuevo esa en concreto también, y me he crispado mucho, he notado furor, ira.
Puedo entender que Prometheus no guste, que se afirme con convicción que tiene agujeros, que es abrupta, desordenada, que se desentiende de sus personajes, que tenga momentos incluso ridículos. Puedo comprender esa decepción porque soy consciente de que Prometheus tiene mucho de accidente. Salta a la vista que el guión que ha pasado por muchas manos, que está lleno de parches, y que también ha sufrido lo suyo en la sala de montaje. Las costuras están a la vista como lo estaban las cicatrices de Frankenstein. Seguro que el símil ya lo ha escrito alguien antes, y no sólo porque la película luzca como un monstruo cosido con trozos de otros cuerpos, sino porque la referencia a la criatura de Mary Shelley está en el título, en los diálogos, en el alma confusa del asunto. Las menciones a Frankenstein incluye incluso una referencia al Frankenstein created Woman de Terence Fisher por la vía del diseño de vestuario, no sé si sin querer o queriendo, pero está ahí. Yo la veo.
Matar a quién te ha dado la vida, matar al padre. La idea se expresa en ocasiones de manera sutil y en otras de manera tosca, e incluso se revuelve y confunde con el resto de desordenada metafísica en clave pOp que inunda la película y que la estimula a mis ojos, con su exceso de preguntas sin respuesta para que ésta sea al gusto del consumidor culturalmente disperso (haciendo mío el afortunado concepto acuñado por Marc Pastor). Preguntas que probablemente no obtendrán nunca respuesta y que abren no ya puertas, sino abismos, agujeros negros. Un pupurrí desmelenado de simbologías religiosas, cristianas pero también más allá del cristianismo, con al atávico héroe solar que conforma mitos y credos primitivos. Para mi sorpresa, todo esa carga que puede pesar como una losa o atragantar (como le ha pasado muchos, sí) no impide que la película sea tremendamente divertida, que corra desbocada, en estampida, hacia el espectáculo entretenido, a la sucesión de cosas que pasan abriéndose paso a empujones, pisoteando incluso buenas ideas que se quedan ahí, espachurradas por el camino.
Prometheus es un accidente, sí. Los accidentes son muy habituales en el cine de Hollywood, y algunos pueden resultar fascinantes, hermosos, hipnóticos. Prometheus se revuelca en el barro de la metafísica, construye una incontestable catedral de fantasía visual, se balancea en el trapecio de lo pretencioso y de golpe se entrega a la serie bé de una manera tan absurda, tan desordenada, que uno contempla patidifuso como la película se lanza al vacio, sin red, y se estampa, claro, contra el suelo. La cosa es tan inaudita que yo me levanto y aplaudo, y sé que no estoy sólo, sé que no soy el único que sabrá apreciar la belleza que ahí se esconde; y también su falta de vergüenza.
Prometheus es un accidente que se descubre feliz en su condición de híbrido amorfo que se entrega con despreocupada alegría al preciosismo y a lo chorra, a la pretensión metafísica y a la fantasía barata. Acude a la ciencia-ficción de los tebeos de los 80 y de las películas de bajo presupuesto (que eran los nutrientes del primer Alien) al mismo tiempo que se quiere mirar al recto espejo de 2001, Blade Runner, Naves Silenciosas y hasta Lawrence de Arabia. Un equilibrio inviable. Prometheus es una colosal arquitectura imposible, condenada al tambaleo y al definitivo derrumbe si la ficción y la fantasía estuvieran sujetas a las leyes de la física. Afortunadamente no es así, y hay quien se dejar arrastrar por el sentido de la maravilla porque en algún momento firmó, firmamos, un contrato con lo irracional y lo asimétrico, con el círculo imposible de cuadrar. Disfrutamos del viaje y nos importan más bien poco la matemática del guión, el final perfecto y la lógica interna; de hecho, estos elementos pueden ser enemigos naturales del Sense of Wonder más hedonista.
Una cosa que me gusta mucho de Prometheus es que acuda a la vez a 2001, Lovecraft y Von Daniken. Sí, es cierto, el
Y sí, es cierto, el primer Alien era otra cosa. Una obra maestra, un relato de horror perfecto, con sus puertas a lo irracional (porque eso es fundamental para el horror) pero muy bien armada de coherencia hard. Una obra maestra modesta en su encaje como película de terror y al mismo tiempo una irrepetible maravilla visual. Qué puedo decir yo, que la vi con 14 años cuando se estrenó, sin tener ni idea de lo que iba a ver. Que puedo decir yo más allá de que me volvió loco. Y siempre fui consciente de que era irrepetible. Alien tampoco se pretendió nunca saga, y como tal siempre creció amorfa: el militarismo viril de Cameron, la aburrida metafísica de la tercera entrega o el delirio pop a lo Metal Hurlant de la cuarta (por la que siento un terrible amor, lo confieso). En Prometheus hay mucho de esas dos, pese a que es un amancebamiento contra natura. Cuando tiene miedo de ser como una se trastoca hacia la otra. Y luego está el crossover con Predator y el videojuego, una extensión para muchos corrupta. Llegados a este punto, supongo que hay quien hubiera preferido una precuela diseñada con tiralíneas, un puzzle funcional, artificial, que no moleste. Yo prefiero el rumbo inesperado y loco de Prometheus, la línea curva, el desorden. Me gusta la idea de que los ingenieros se equivoquen, se desdigan y fracasen, que pierdan el rumbo. Me parece una idea poderosa y una fuente de confusión.
El ya famoso