El señor Aberrón tiene un blog fantástico: Fogonazos. Una de sus secciones me fascina: Abandonos. Fíjense: autocines olvidados por el tiempo. Una idea poderosa. Ausentemente evocadora. Aberrón habla de Geografías del Olvido; Arquitecturas olvidadas es otro concepto de mi agrado. La clave está en el ser humano, que crea, destruye y olvida. Todos hemos recorrido lugares abandonados en nuestra infancia y adolescencia. De la misma manera que íbamos al cine a pasar miedo, nos adentrábamos en casas abandonas buscando lo mismo. Stephen King, en su genial ensayo Danza Macabra, escribía: "el buen cuento de horror avanza bailando hasta alcanzar el centro de la vida del lector, donde encontrará la puerta secreta a esa estancia que usted creía que nadie más conocía." Las geografías del Olvido, las arquitecturas olvidadas, los abandonos, son lugares plagados de fantasmas porque son el pasado silencioso, presencias muertas y corroídas. Obras humanas que la naturaleza consume mientras algunos humanos insisten en degradar aún más la quietud con su presencia esporádica. Y en su interior, sin necesidad de narraciones o argumentos, serpentea saltarina alrededor de los tobillos la Danza Macabra.
Todo comenzó con un post de Fogonazos dedicado al abandonado autódromo de Sitges. Qué cosas. Yo pasé mi infancia y adolescencia allí. Entré en viejos búnqueres llenos de mierda y preservativos; viajé a un pueblo abandonado en medio del Garraf; me introduje en una mugrienta discoteca de aspecto ibizenco... pero nunca supe de la existencia del autódromo. Y entonces se me plantó ahí la idea, pasando por delante cada fin de semana, a cinco minutos del chalé(t) ausente: L'Aquatic Paradís, el parque acuático abandonado.
Nunca supe por qué lo cerraron exactamente, y su vida fue corta, acaso tan sólo dos veranos. Recuerdo que a mi abuelo le ofrecieron ser accionista y como ya llegaban, veloces, sus vacas flacas, rechazó la oferta. Menos mal. Era la época de esplendor de los parques acuáticos. La nueva moda del entretenimiento sacacuartos estival. Fugaz, porque los accidentes proliferaron. Recuerdo un número de El Jueves dedicado a ellos. La leyenda urbana dice que ahí, en el de Sitges, murió un niño. Se clausuró de inmediato. Que además no todos los papeles estaban en regla. Mi madre me dice que fue así. Yo no lo recuerdo. Jamás fuí. Esos veranos no iba a Sitges sino que hacía lo que todo joven: quedarse en casa, en Barcelona, si la familia marchaba fuera. Yo siempre he tenido el recuerdo de que se cerró porque fue un desastre económico. Lógico, los turistas quieren playa, y más si pueden ir caminando. El parque acuático falleció hará ya unos veinte años (o casi). Pero su cadáver quedó allí. Plagado de fantasmas que descienden por sus enormes toboganes resecos. Y allí sigue.
Hace tres semanas acudí a Sitges con la clara idea de visitarlo. Pero las circunstancias obligaban hacerlo en solitario. Y justo la noche antes, una tremenda sincronía. Haciendo zapping a una hora en la que jamás miro la tele llego a Cuatro y allí, en un reportaje sobre, precisamente, lugares abandonados, el reportero y un guía aficionado a estas excursiones se adentraban en su interior. Y encima el guía enseñaba su pistola. "En estos lugares nunca se sabe qué puede pasar". La Danza macabra. Reconozco que me frenó. No me atreví, en ese momento, a ir sólo. No me apetecía enfrentarme a la soledad fantasmal de una arquitectura olvidada sin ninguna compañía. Este fin de semana ha sido diferente. Con la espalda flanqueda por la dulce compañía de Doña absenta, nos hemos internado en el lugar. Desde el primer momento la idea era realizar un reportaje para el Blog Ausente (dedicado, claro, a don Aberrón). Así pues... ¿Nos acompañan?
Este es el aspecto del Parque desde el descampado donde hemos dejado el ausentemóvil. La presencia de graffitis es, lógicamente, constante. Es una vista que había contemplado con anterioridad hace años, cuando mis padres llevaban al perro a correr por la zona. Nunca se me ocurrió entrar entonces, y parecía bastante ajeno a las excursiones nocturnas, bien vallado (o eso me parecía). E incluso recuerdo a un señor mayor con aspecto de vigilante a punto de la jubilación paseando con un perro en su interior. De eso hace unos ocho años.
Esta es la entrada principal, como ven cerrada a cal y canto.
Y esta el agujero en un vallado por el que se introdujeron los reporteros de televisión. Escucho a doña absenta refunfuñar a mi espalda. "¿Me vas a hacer entrar por ahí?" Ay. La Televisión, siempre trastocando la realidad, porque...
... como ven el acceso no es tan complicado. No hace falta arañar las ropas con alambres. Se puede entrar caminando. Pero la sensación de aventura está ahí. Uno entra cauto y avanza. Según subimos, a nuestra derecha se escuchan cercanos ladridos. No es algo que haga gracia. La duda es si los perros están en el interior o proceden de fincas cercanas. Pero son ladridos insistentes que no cejan. Nos tranquiliza la idea de que esos perros no pueden estar sueltos con las puertas abiertas de par en par que acabamos de traspasar. Así que decidimos ir hacia la izquierda, en busca del gigantesco tobogán que desciende de lo alto del monte.
El azulado y enorme tobogán, con la pintura desgastada, corre en paralelo a otros dos, amarillos e individuales, que hay más al fondo. Bajan de lo alto de la colina, aunque la vista se pierde, y van a para a una piscina convertida en charca medio desecada, de marronosas aguas infectas.
Poco a poco nos vamos haciendo con el lugar. Doña absenta, siempre a mi espalda, me advierte de la importancia de caminar mirando el suelo. Todo el parque está plagado de viejos agujeros de mantenimiento de agua. No son, claro, fosos insondables donde habiten criaturas primigenias. Pero sí alcanzan el medio metro de profundidad y están todos abiertos. Trampas para excursionistas despistados. Esta zona es silenciosa. Uno no puede evitar aguzar el oído para ver si aún se escuchan risas y gritos de antiguos bañistas, descendiendo, alocados. Y no se escucha nada. Tan sólo en nuestra memoria inventada, porque nunca estuvimos ahí. Son bañistas fantasmales que han callado ante nuestra presencia.
Decidimos volver sobre nuestros pasos, pero los ladridos siguen, así que seguimos desconfiando de la derecha (siempre hay que desconfiar de ella) y optamos por, y nunca mejor dicho, el camino de enmedio.
En lo alto está lo que debía ser el chiringuito central. El lugar del refrigerio. Allí donde los progenitores se hartaban a gintonics mientras sus hijos se fragmentaban los meniscos entre gritos de felicidad. "¡Papá! ¡Mira! ¡Mira lo que hago!"
Como ven, el tiempo y el abandono han cumplido su tarea. También el noble arte del grafiti. Arriba hay una terraza. Parece, aún, lejana del derrumbe. Subimos. Hay una enorme montaña de maderos enegrecidos. Alguien hizo, alguna vez, una gran fogata. Me olvido de hacer una foto: señal de que sigo atento, cauto. Me fio de mis ojos, no del objetivo de la cámara. Me acerco al borde de la terraza para fotografiar la llamada "Casa de los vigilantes".
Acabo de hacer esa foto y escucho un ruido extraño. Como el rascar de un palo en el relieve de una botella de anís del Mono. Por un momento tengo la sensación de que el sonido procede del interior de la Casa de los Vigilantes. Que se escapa de una de las ventanas superiores. No me gusta nada la idea. Pero entonces detecto movimiento más abajo. Tras las palmeras. Hay alguien, muy a lo lejos, pasada la casa. Un grafitero que se detiene, se gira y nos observa. Y me doy cuenta de que el ras ras corresponde al agitar de algun espray a punto de agotarse. Su presencia me tranquiliza, está en la zona de donde proceden los ladridos. También descubro el origen de éstos. Allí a bajo, vecinal al recinto, hay una pequeña hípica plagada de domingueros equinos. Son a ellos a quienes ladran los invisibles canes. La toma de contacto del lugar, desde la altura, es lo que tiene. Lo explica todo.
Descendemos por el otro lado de la terraza y topamos con una nueva piscina, esta totalmente reseca, a la que van a parar tres toboganes individuales. La maleza los devora en las alturas. Es un buen lugar para que doña absenta me fotografíe como prueba irrefutable de mi presencia en el fantasmal parque acuático. Como olvidé coger alguna de mis tradicionales máscaras de luchador mexicano, me bajo la gorra para seguir manteniendo la costumbre ausente del anonimato facial.
Pasamos por delante del chiringuito e iniciamos el descenso hacia la antaño temida derecha.
Ladeamos un viejo y destartalado urinario. Quizá el espíritu de Lynch miccione en su interior.
Vemos la entrada principal desde el otro lado, el interior. Realmente es impactante el abandono. Doña absenta comenta que sería un gran lugar donde rodar un cortometraje de terror enmascarado. La cautela se aleja velozmente y empieza la excitación ante el paisaje. La fascinación por la arquitectura olvidada destierra la Danza Macabra.
A nuestra izquierda queda ahora La Casa de los Vigilantes. La verdad es que su aspecto, de lejos, es imponente y se conserva en buen estado. Es un pedazo de caserón y Norman Bates podría dedicarse con tranquilidad a sus quehaceres.
Seguimos avanzando hacia la gigantesca piscina donde está el grafitero. Nos alza la mano jovial y le devolvemos el saludo. "Si no quieres salir en la foto tendrás que apartarte", le grito.
Hablamos de lo magnífico del lugar. Intuyo que para él también es la primera vez. "Tengo a un colega haciendo fotos por ahí, como vosotros. Hemos entrado en la Casa. Por fuera está en buenas condiciones pero por dentro está destartalada. No nos hemos atrevido a subir al piso de arriba". Aprovecho para fotografiar el otro lado de la enorme piscina. Hay una carcomida motocicleta al fondo.
Nos despedimos. Vamos a flanquear el parque por la derecha. El objetivo es recorrerlo por ahí hasta llegar a la parte más alta, donde nace el gran tobogán azul que vimos al principio. Pero lo primero que descubrimos es uno de los lugares más mágicos del abandonado parque: la zona infantil. Quizá por la noche los niños muertos se alcen del interior de la podrida piscina para continuar jugando mientras sus tibias se quiebran y astillan una y otra vez.
Aprovecho para fotografiar una de las duchas. Parecen hongos. A lo mejor, en vez de niños zombi hay pitufos.
Seguimos ascendiendo por la derecha y nos vamos topando con nuevas atracciones...
...columpios a punto de sucumbir enterrados entre la maleza...
...y carpas de las que sólo queda el oxidado esqueleto.
Llagamos, por fin, a la parte más alta. Lo primero que vemos es otro gran chiringuito. Quizá restaurante, deducimos por la alta chimenea.
Delante nuestro descubrimos el inicio de los tres toboganes de colores que van a parar a la piscina donde doña absenta me hizo la foto.
Aprovecho para fotografiar el cartel del parque que preside este post y que se alza a nuestras espaldas. Resulta curioso ver como entre las hierbas serpentean las azuladas pistas.
Y llegamos, por fin, a uno de nuestros objetivos. El nacimiento del gran tobogán.
Iniciamos el descenso por el sendero de la derecha. La verdad es que la naturaleza se lo ha ido comiendo poco a poco.
Me giro para volver a fotografiar el cartel, que ahora queda a nuestras espaldas.
A nuestra izquierda tenemos la pista amarilla.
Y a la derecha lo que intuyo debía ser un artificial riachuelo decorativo.
Aprovecho para sacarle una foto a doña absenta, quien también desea permanecer en el anonimato.
Y llegamos, de nuevo, a la primera piscina a la que nos acercamos. La de la izquierda ¿recuerdan? Cualquier atisbo de temor y respeto por el lugar se ha evaporado. Ahora estamos entusiasmados y comentamos la genialidad del lugar.
La verdad es que ha sido una magnífica excursión. Una pequeña gran aventura para unos urbanitas burgueses como nosotros. Es curioso tenerlo tan cerca durante tantos años y no haber pensado nunca en visitarlo. Me conformo pensando en que el olvido y el abandono es como un vino de reserva: cuanto más tiempo pasa mejor. Les dejo con otra excursión al mismo lugar que localicé buscando información. Otros aventureros de lo desconocido que aprovecharon un domingo para visitar el autódromo, el parque acuático y la abandonada estación ferroviaria de la cementera del Garraf, Vallcarca. Nuestro próximo objetivo.
