10.5.05

GO! GO! GO! GODZILLA! (Y EL PUTO NIÑO DE LA GORRA)



Les decía hace un par de semanas, al finalizar el post dedicado a Invasión Extraterrestre, que mi tarea de cronista de la saga godzillesca iniciaba una etapa más ingrata y que el via crucis del fan se iniciaba con La isla de los monstruos (Gojira-Minira-Gabara: Oru kaijû daishingeki, 1969). La temida infantilización del kaiju eiga, que por aquella época tenía a la tortuga Gamera como estandarte (y lo que vendría), ya había asomado el rabo por la, por otro lado divertida y nada despreciable, El hijo de Godzilla. El problema es que esa puerilidad agresiva llegó de golpe, a lo bestia, en su máxima expresión, a niveles difícilmente superables, con el título al que dedico el post de hoy.

Vaya por delante que recordaba la película peor de lo que ha sido su pase. Será que esto del Blog Ausente está endureciendo mi corazón zinéfilo y he llegado a un punto peligroso en que le encuentro virtudes a cualquier cosa. La isla de los monstruos es mala, tiene muchos defectos, crispa pero, creo, como película infantil para niños de muy corta edad funciona. Es decir, es bastante probable que un crío de cinco o seis años (no más) se lo pase pipa, y si tenemos en cuenta que esa es su intención no me parece del todo correcto arremeter de manera salvaje y desmedida. Aunque claro, si uno se acerca al filme con ganas de ver destrucción, humanos aterrorizados y peleas de sumo protagonizadas por imposibles monstruos gigantes la experiencia puede resultar muy, pero que muy negativa. De hecho, ni siquiera es una película que pueda incluirse de manera estricta dentro del género fantástico. Y que la película se estrenara en EEUU como Godzilla’s Revenge primero y All Monsters Attack luego no deja de ser una burla del destino. No esperen ni lo uno ni lo otro. Dicho esto, entremos en materia.

El filme, ya de entrada, se inicia con una canción pavorosa. Estridente hasta límites insospechados. Un niño canta desgañitándose como un poseido un estribillo gritón. Go! Go! Go! Godzilla! La cosa es tan delirante que llega un momento en que hasta me ha fascinado y todo. Alguien debería versionear este tema dándole un toque aún más punk, por Dios. Las imágenes no acompañan la música. Nos muestran un suburbio gris e industrial por el que transita un japonesito de pantalón corto corto, gorra amarilla y cazadora azul celeste (no cambiará de uniforme en todo el metraje, el muy guarro). Sus padres trabajan todo el día, sus compañeros de clase se meten con él y con quien mantiene más relación es con su tío, un inventor pajero. Pero el niño tiene un buen punto de fuga: cuando duerme visita la Isla de los Monstruos, disfruta contemplando las batallas de Godzilla y, de hecho, es amigo del hijo de éste: Minilla. Sí, esa bola contrahecha y deforme con cara de bobalicón que, desde luego, supone una verdadera decadencia de la regia estirpe de la que procede.




Así que el niño, Ichiro Miki, a quien podríamos definir, por tanto, como pajero enfermizo con sueños lúcidos y, por tanto, poseedor de más enjundia de la aparente: toma elementos de la realidad y las lleva a su mundo de fantasía y al revés, sabrá llevar cosas aprendidas en el mundo de los monstruos a la gris realidad. Es por eso que decía que la película no es estrictamente fantástica ya que delimita muy bien qué es real y qué imaginación. Y plantearse estos temas en una película de Godzilla, que requiere una total suspensión de la incredulidad por parte del espectador, la convierte en un (fallido) rara avis no exenta de un cierto, remoto, interés si uno se sobrepone al susto, a la decepción y a sus muchos defectos.

Les he dicho que el niño disfruta contemplando batallas de Godzilla. Esas batallas están sacadas de películas anteriores de la saga: una pelea con Ebirah y otra patética contra un águila gigante procedentes de Los monstruos del mar y contra las mantis y la araña de El hijo de Godzilla. Si les digo que es lo mejor de la película está todo dicho, y más si tenemos en cuenta que algunas no son, precisamente, las más memorables de la saga, pero sí las que transcurren en un decorado exótico y no urbano. El recurso al corta y pega más descarado tendría dos explicaciones: por un lado el deseo de la Toho de recortar gastos al máximo y por otro, la enfermedad de Tsuburaya, el hasta ahora genial artesano de la saga. Sería el propio Inoshiro Honda (sí, el maestro dando evidentes muestras de cierta decadencia o, mejor, cansancio) el encargado de unos efectos especiales, los genuinos del filme, bastante paupérrimos y más propios de un televisivo Ultramán de segunda.



El niño de la gorrita no sólo observa con disfrute esas batallas procedentes de otras películas. También se hace amigo de Minilla, como he comentado. De hecho, el horroroso retoño de Godzilla es el verdadero monstruo protagonista del filme. Minilla incluso habla y mantiene estúpidas conversaciones con el niño humano (sí, la película tiene este tipo de horribles detalles) y le vemos sufrir una estricta educación por parte de su padre, que le regaña en varias ocasiones, y practicar su deplorable aliento radioactivo con forma de circulitos (ya visto en otras películas) mientras se frota la panza. Pero el repelente muñecote tiene un problema: por la isla vaga un monstruo abusón llamado Gabara que se dedica a hacerle la vida imposible. Gabara es uno de los peores seres creados por la Toho. Un bichejo verde plagado de desagradables bultos que parecen berrugas, barrigón, de cabeza minúscula coronada con un mechón pelirrojo. Su poder más destacable es la capacidad para generar descargas eléctricas. Minilla sufrirá su comportamiento chulesco ante la desidia de Godzilla (que quiere que sepa buscarse la vida ante los problemas) hasta que siguiendo los consejos del niño humano le plante cara. Y a mí me va saliendo urticaria.



Mientras tanto, en el plano real, se desarrolla la otra trama del filme. Un par de delincuentes buscados por la policia se refugian con su botín en una abandonada fábrica cercana al domicilio del niño. Éste dará con el pasaporte de uno de ellos y los dos ladrones decidirán secuestrar al niño. Desarrollo pueril (¿Qué sentido tiene el secuestro y revelar sus rostros? ¿No sería mejor asesinar cruelmente al puto niño de la gorra y hacerle, así, un favor al espectador?) que ocupa la última media hora de la película, abocándola al sopor y la estupidez, alejándola completamente de lo que es y ha de ser una película de monstruos gigantes japonesa y convirtiéndose claramente en un total y curioso precedente de Sólo en casa. Y así comienza la triste decadencia de nuestro saurio radioactivo preferido. La siguiente película de Godzilla será Hedorah, la burbuja tóxica. Próximamente en este Blog Ausente.

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