24.1.05

CON Z DE ZAFIO



Zafio: Grosero o tosco en sus modales o falto de tacto en su comportamiento. Desalmado.

Los años 70, al cine de bajo presupuesto, suponen una época dorada. El esplendor de lo ruín. Un tour de force de violencia gratuita que a ojos borderlines rizan el rizo de lo incorrecto. El grado máximo, creo, se alcanza en todos aquellos filmes de campos de concentración del amor. Pero no se llegó a ellos de golpe. Uno de los grandes precedentes inmediatos, en 1970 precisamente, fue Hexen, más conocida internacionalmente como Mark of the Devil y estrenada en nuestro país como Las Torturas de la inquisición.

Un productor ávido y poco escrupuloso como Adrian Hoven se habían percatado del relativo éxito de películas como The Witchfinder General . Hoven, nombre a tener en cuenta en la historia del eurotrash por su carácter de pionero en el camino de ir ofreciendo cada vez un poquito más de lo permitido, aunque rápidamente se vio superado desde la Europa Mediterranea, se percató de que en el tema de la Inquisición había tema (y disculpen la reiteración). Y si títulos como el Necronomicon de Jesús Franco le habían ido bien, dar un poco más en cuanto a perversión no era mala idea. Y claro, la Inquisición y la caza de brujas ofrecen una estupenda coartada moral que no tarda en poner en pantalla nada más acabar los títulos de crédito con una breve y diáfana introducción del filme: la historia se basa en hechos reales y la película sólo pretende mostrar la maldad del ser humano en uno de los periodos más crueles de la historia. Pura fachada, los hechos reales hay que cogerlos con pinzas (los cimientos de la historia son pura ficción) y lo que realmente interesa es el catálogo de torturas mediavales a aplicar. Y si se puede acompañar de una buena promoción (como regalar a la entrada bolsas para vómito) y encima se puede cacarear a los cuatro vientos que el filme ha sido censurado en algunos países pero garantizando que lo que se va a ver es la versión íntegra, la inversión es más que rentable.


Bolsa de vómito

Ya he comentado que la introducción despeja cualquier duda al respecto en esta película de productor (del director nunca más se supo). Un lounge pop bacharachiano, un ritmillo dabadá eurovisivo y pegadizo, acompaña el asalto y violación de un carromato con unas monjitas. La orden la ha dado Albino, el cazador de brujas local. “Sólo me interesan vivos la más joven y el monje”. Luego veremos al populacho (la historia se situa en un publecito austríaco en 1700) jalear la hoguera y reír con la amputación de dedos del monje y su ración de plumas y alquitrán (como si fuera un tahur), incluyendo un comentario delicioso: “desnudo, para que también se diviertan las mujeres”. El Witchfinder, por cierto, es un tipo feo, con casaca roja y de caminar ampuloso y afectado interpretado por uno de los must de la función: Reggie Nalder. Actor marcado por su fealdad (parte de su rostro tenía quemaduras de origen ignoto) al que quizá recuerden por su papel de villano en El hombre que sabía demasiado o de (estupendo) vampiro en Salem’s Lot.



A partir de aquí, y siempre con esa musiquilla simpaticona de fondo, se nos presenta a los personajes. El citado Albino, un tipo malo malo malo que aprovecha sin piedad y a lo basto el poder que ejerce en la zona, secundado por un pérfido abogado que se encarga de preparar las falsas acusaciones y pruebas. A Albino le surge un gran problema: llega un nuevo cazabrujas, Herbert Lom, enviado directamente por el Vaticano (en realidad, el interés está en la fortuna de un joven barón al que se quiere arrebatar la herencia acusándole de brujería, una de las subtramas: el Vaticano ansía sus posesiones). El nuevo inquisidor viene acompañado de su verdugo de confianza y de su joven ayudante, un Udo Kier muy jovencito y efébico que se planta en la localidad para comunicar la noticia y preparar la llegada del jefe.

El cine inmediato y nada sutil se muestra enseguida. El típico plano – contraplano con musiquilla romántica entre Christian (Udo Kier) y la jamona tabernera Vanesa (Olivera Vuco) ya enseña al espectador la historia de amor. Albino, al que no se le escapa ni una, también se queda con la historia. Y como está dispuesto a enseñar quien manda intentará violar a la doncella jamonera y, ante su fracaso, la acusará de bruja. Fracasará (“no hay pruebas”) y se ganará unos latigazos (algunos de ellos en la cara nada menos). Y así llegamos a un buen ejemplo de la aplicación del recurso narrativo cinematográfico conocido como acciones paralelas. El Udo Kier y la Vanessa en plan tortolitos por los valles y ríos austríacos con el euroritmillo (a estas alturas un auténtico meme) que se alterna con las maquinaciones y tejemanejes de Albino y la llegada del nuevo gran Inquisidor. El espectador ya se percata que tanto tortolitismo al cuarto de hora de película no puede ser bueno. El feo de Nadder no tarda ni un fundido en volver a acosar a la Vanessa (Vane, nen) y en detenerla y enviarla a juicio. El primer juicio del nuevo inquisidor.



Mató a su feto y luego lo hirvió con serpientes, ranas y conjuros mágicos. Enterró la diabólica poción en el porche del convento donde la acogían y los hombres de bien vieron salir granos en sus brazos. Granos infectados de pus” es la acusación para una monja que, según su versión, fue violada por un obispo. Menuda defensa. Torniquete hasta que confiese que el bebé era hijo del diablo y luego lengua arrancada de cuajo es la condena, entre otras varias delicatessen medievales que iremos viendo, de manera jalonada, a lo largo del metraje, además de azotes, hierros candentes, torniquetes en pulgares, el potro, asientos metálicos con hoguera debajo, sillones de clavos, tenazas puntiagudas; siempre con la precaución de que de vez en cuando se vea alguna teta ensangrentada, o así. Y con la extirpación, de cuajo, de la lengua de la sufrida monjita como momento estelar.



Luego le toca el turno a Vanessa. La acusación: un conjuro que vuelve a los hombres impotentes. A Herbert Lom se le derrama el vino. Ya sabemos, en un nuevo ejercicio de narrativa directa y sin complejos, de qué pie cojea. Albino se percata también, menudo uno. Realmente, Nadder se come la pantalla en sus apariciones y la idea de dos malos en vez de uno está muy bien, lástima que no se prolongue a lo largo de todo el filme. Una de mis escenas favoritas: de sopetón, una escena de sexo soft no muy diafana. ¿El Kier y la Vanessa? No, un matrimonio. Ella se levanta y descorre la cortina de la ventana, en pelotas. Albino, que pasea por la calle con sus ayudantes, lo ve y sube directo a la estancia, viola a la mujer y a él lo matán con un estilete clavado en el estómago. Es la llamada prueba de La marca de Satán que da nombre internacional a la película. Su funcionamiento o tradición, pero, no se explica en ningún momento. Algo de gritar de dolor o así.



Otro de mis momentos favoritos es cuando acusan a una pareja de titiriteros de brujería. Los muñecos se mueven y hablan, son cosa del diablo. En la lucha por no ser detenida, la mujer perfora el ojo del abogado. Es muy divertido porque en el momento de la perforación ocular la pantalla se llena de pintura roja en rotación. Como esos discos giratorios a los que se les tirá pintura encima con un resultado muy de arte moderno. Pues eso, como metáfora del reviente de globo ocular. Al marido le aplicarán la gota china, ya saben, esa gota que lentamente perfora el cráneo (y nubla la vista en cámara subjetiva, por cierto). A ella la encierran con sus dos rubitos hijitos llorones (se explayan a gusto con sus penas inocentes). Bueno, tampoco es que me parezca lo más correcto seguir desgranando el argumento. Tan sólo comentar que si llegan hasta el final se encontrarán con una revuelta del populacho, con ritmo de fondo muy similar de la Marsellesa pero situada cronológicamente cien años antes de la Revolución Francesa. De todas formas, la turba acostumbrada a las ejecuciones públicas acaba arransando con todo, sin criterio y aplicando todo lo que han aprendido con alegría. Ya dijimos que tanto tortolituismo no podía ser bueno. De todas formas la película resulta muy entretenida con esa mezcla de inocencia, zafiedad, simpleza expositiva y violencia gratuita. Cine del que ya no se hace. Puro derribo.


1 comentario:

Anónimo dijo...

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