13.8.06

PÁNICO Y LOCURA EN MI B-52



Nately reaccionó con hostilidad irrefrenable ante aquel viejo malvado, depravado y antipatriótico que tenía edad suficiente para ser su padre y que gastaba bromas despectivas sobre Estados Unidos.
- América va a perder la guerra -dijo-. Italia la ganará.
- América es la nación más fuerte y próspera de la Tierra -replicó Nately con arrogancia y dignidad-. Y el luchador americano el primero del mundo.
- Exactamente -concedió el viejo en tono benébolo, con un deje de burla-. Sin embargo, Italia es una de las naciones menos prósperas de la tierre, y precisamente por eso le va tan bien a mi país en esta guerra, mientras que al suyo le va fatal.
Nately soltó una carcajada de sorpresa, y a continuación se sonrojó por su falta de cortesía.
- Perdone por haberme reído de usted -dijo con sinceridad, y añadió en tono indulgente y respetuoso-: Pero Italia fue ocupada por los alemanes, y ahora por nosotros. No se puede decir que eso sea bueno, ¿no cree?
- ¡Claro que sí! -exclamó el viejo alegremente-. Mientras que a los alemanes los están echando, nosotros seguimos aquí. Dentro de unos años también ustedes se marcharán, y nosotros seguiremos aquí. Italia es un país muy débil y muy pobre, y por eso somos tan fuertes. Ya no mueren soldados italianos, y los americanos y los alemanes sí. A eso le llamo yo desenvolverse estupendamente. Sí, estoy seguro de que Italia sobrevivirá a esta guerra y seguirá existiendo mucho después de que su país sea destruido.

(...)

- No creo nada de lo que usted me dice -replicó Nately, tratando de aplacarlo con una sonrisa azorada-. Lo único que creo, y estoy convencido de ello, es que América ganará la guerra.
- Ponen ustedes tanto empeño en ganar las guerras... -se chanceó el viejo indecente-. El truco consiste en perderlas, en saber qué guerras pueden perderse. Italia lleva siglos perdiéndolas y, sin embargo, ya ve usted que nos va divinamente. Francia gana guerras y se encuentra en continua crisis. Alemania las pierde y prospera. (...)
Nately se quedó mirándolo sin disimular su aturdimiento.
- Ahora sí que no entiendo lo que dice. Habla como un demente.
- Pero vivo como un hombre cuerdo. Era fascista cuando Mussolini estaba en el poder, y ahora que lo han derrotado soy antifascista. Era fanáticamente proalemán cuando los alemanes estaban aquí para protegernos de los americanos, y ahora que están los americanos para protegernos de los alemanes soy fanáticamente proamericano. Se lo aseguro, mi escandalizado amigo -los ojos sagaces y desdeñosos del viejo fulguraron ante la creciente consternación de Nately-: Su país no encontrará un defensor más leal que yo en toda Italia..., pero sólo mientras estén aquí.
- ¡Pero...! -exclamó Nately, incrédulo- ¡es usted un chaquetero, un renegado, un oportunista sin escrúpulos!
- Soy un hombre de ciento siete años -le recordó afablemente el viejo.
- ¿No tiene principios?
- Claro que no.
- ¿Ni moral?
- Ah, sí, soy un hombre moralista -replicó aquel viejo villano con satírica seriedad al tiempo que acariciaba la cadera desnuda de una rozagante muchacha de pelo negro y bonitos hoyuelos en las mejillas que se había recostado seductoramente en el otro brazo del sillón.
El viejo dirigió a Nately una sonrisa sarcástica, sentado entre las dos muchachas desnudas, esplendoroso, pagado de sí mismo, desastrado, con una mano soberana en cada una de ellas.
- No me lo creo -replicó Nately con recelo, tratando porfiadamente de no contemplar aquel espectáculo-. Sencillamente, no me lo creo.
- Pero es verdad. Cuando los alemanes entraron en la ciudad, yo bailé por las calles como una bailarina y grité "¡Heil Hitler!" hasta desgañitarme, e incluso agité una banderita nazi que le había arrebatado a una niñita preciosa mientras su madre miraba hacia otro lado. Cuando los alemanes abandonaron la ciudad, corrí a darles la bienvenida a los norteamericanos con una botella de un coñac excelente y una cesta de flores.

(...)

- ¡No tiene nada de absurdo arriesgar la vida por la patria! -declaró Nately.
- Ah, ¿no? -preguntó el viejo-. ¿Qué es un país, al fin y al cabo? Un trozo de tierra rodeado por todas partes de fronteras, por lo general antinaturales. Los ingleses mueren por Inglaterra, los americanos por América, los alemanes por Alemania, los rusos por Rusia. Hay unos cincuenta o sesenta países luchando en esta guerra. No es posible que merezca la pena morir por todos ellos.
- Cualquier cosa por la que valga la pena vivir también vale la pena morir -dijo Nately.
- Y cualquier cosa por la que valga la pena morir -replicó el viejo blasfemo- vale la pena vivir. Es usted tan puro y tan inocente que casi me da lástima. ¿Cuántos años tiene? ¿Veintcinco? ¿Veintiséis?
- Diecinueve -respondió Nately-. Cumpliré veinte en enero.
- Si sigue usted vivo. -El viejo sacudió la cabeza, adoptando durante unos momentos el mismo aire ceñudo, susceptible y meditabundo de la pareja puritana-. Como no tenga cuidado, acabarán por matarlo, y me doy cuenta de que no va a tener cuidado. ¿Por qué no tiene un poco de sentido común e intenta hacer lo mismo que yo? Quizá llegue a los ciento siete años.
- Porque más vale morir de pie que vivir de rodillas -repuso Nately con altanera convicción-. Supongo que habrá oido eso alguna vez.
- Sí, desde luego -musitó el viejo traidor, volviendo a sonreir-. Pero mucho me temo que usted lo ha entendido al revés: más vale vivir de pie que morir de rodillas. Así es el dicho.



*****


Hasta aquí este fragmento, o mejor sampler, ya que he quitado bastante (siempre señalándolo con los puntos suspensivos entre paréntesis) dado que no aportaba nada al contundente diálogo transcrito, procedente de Trampa 22, la impresionante novela esscrita por Joseph Heller en 1955. El diálogo, para situarles, lo mantienen el joven capitán Nately, piloto de bombardero, y un viejo que regenta una casa de putas romana. Y el marco es la Segunda Guerra Mundial, claro. Hace un par de semanas ya puse por aquí otro fragmento, en esa ocasión localizado en un hospital militar de retaguardia.

Trampa 22 narra la experiencia cotidiana de John Yossarian, uno de esos pilotos. Acumula más de sesenta operaciones aéreas, esquivando fuego antiaereo. Teóricamente debería estar licenciado y de regreso, pero el general al mando amplía una y otra vez el límite de operaciones de sus hombres. Considera que es una forma rápida de ascender un nuevo peldaño en el escalafón militar. Y mientras tanto el Capitán Yossarian se convierte en el loco más cuerdo del mundo, al que no se puede dar de baja precisamente por eso, porque está loco y lo sabe. Pero no se me asusten por lo leído, aunque creo que se intuye: Trampa 22 no es una historia bélica al uso, ni muchísimo menos. Ni siquiera una disertación sobre el absurdo al que se hace referencia en el texto, el absurdo de morir por un país. Esta tremenda novela es ante todo un delirante retrato coral, en ocasiones surrealista, plagado de enajenados personajes memorables, sobre el funcionamiento de un ejército en tiempos de guerra. Sepan que han sido bastantes las ocasiones en que me he visto obligado a dejar de leer, porque a carcajada limpia es imposible hacerlo. Hay mucho humor negro. Hay mucho humor absurdo. Y también momentos duros y párrafos de tanta enjundia como el que les he propuesto hace un momento.



Sin Trampa 22, por ejemplo, no hubiera existido Mash, el filme (y luego serie de televisión) que venía a explicar lo mismo de manera más simple. También Trampa 22 tuvo adaptaciópn cinematográfica, a cargo de Mike Nichols y con un reparto de relumbrón. Un par de imagenes decoran este texto, aunque ya les digo que no he tenido oportunidad de ver la película. La novela, que me parece que no es muy conocida por estos lares (gracias pues a Sark y MAB que me la recomendarón en el foro dixtópico a principio de año), es realmente uno de los grandes textos de la literatura norteamericana del siglo XX. Y mucho más influyente de lo que se piensan. Leyéndola me entraba la sospecha, cada dos por tres, de que mis admirados Tom Wolfe y Hunter S. Thompson debieron de disfrutarla con bastante pasión y la tuvieron muy en cuenta cuando, cada uno por su lado, dinamitaron la idea de que un artículo periodístico debía ser una cosa aséptica y objetiva. Heller, gran amigo de Kurt Vonnegut, sabe muy bien lo que explica ya que fue bombardero con más de sesenta misiones, y uno, mientra lee, se da cuenta de que ese gran sin sentido descrito, a niveles de caos absoluto (por no repetir lo de absurdo y surrealista) es mucho más real de lo que aparenta. Mi experiencia militar, aunque afortunadamente no en tiempos de guerra, también me lo indica. Hay una enorme irracionalidad en toda organización militar, no sólo por lo que supone de cara al exterior, sino en su funcionamiento interno.

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