22.5.06

UNA DE MACISTE (O POR QUÉ ME GUSTAN LAS PELÍCULAS DE GLADIADORES)

Maciste_minas_salomon_WEB


Hace ya más de un mes que tengo previsto escribir un post sobre Maciste del mismo modo que tengo anotada para reseñar por aquí próximamente Ursus contra el Terror de los Kirghisi. El destino quiso que el otro día me quedara tumbado en el sofá mirándo Maciste en las Minas del Rey Salomón, el vhs que estaba digitalizando. Así que la de Ursus, una estupenda muestra de peplum fantástico, tendrá que esperar un par de meses mientras que el prometido post sobre Maciste seguramente caerá esta semana para complementarse mútuamente con la reseña de hoy. Al menos lo intentaré, que no saben ustedes lo mal que voy de tiempo y los equilibrios que me veo obligado a hacer para mantener este Blog Ausente con actualizaciones regulares.



Mi fascinación por los péplums de forzudos en gallumbos de cuero viene de lejos. Ya saben que me crié en cines de barrio, tragándome un montón. Eran todas iguales. El concepto de la repetición es muy del agrado de los niños. Las películas protagonizadas por Ursus, Hércules o Maciste tienen unas férreas constantes, algunas de las cuales comentaré a continuación: el cartón piedra, la mala perversa, el gusto por la tortura, el anacronismo pulp, los extras paupérrimos.

También es cierto que cada título cuenta con sus aportaciones propias, en este caso se trata de una localización aventurera tan clásica como las celebérrimas Minas del Rey Salomón, que por influencia de la estupenda novela de H. Rider Haggard y por el éxito de la adaptación de 195o protagonizada por Deborah Kerr y Stewart Granger, se convirtieron en uno más de los tópicos sempiternos para la explotación cinematográfica. El ejemplo más claro sería el crossover tarzanesco, hispano y apócrifo perpetrado por Jose Luís Merino en 1973 conocido como Tarzán en las minas del rey Salomón (con Nadiuska de exploradora janeística y Paul Naschy de cazador malvado).

Era casi de cajón que la segunda época de esplendor de los péplums de héroes hipermusculados hasta la atrofia cerebral (que tuvo lugar en la primera mitad de los 60s) acabara aunando a uno de ellos (en este caso el bizarro Maciste) con las Minas del rey Salomón. Además, como el anacronismo pulp fantasioso no les importaba lo más mínimo, permitía juntar en un mismo filme la estetica própiamente péplum con el exotismo de los negritos de la selva africana. Así, el delirio está servido: en esta película de 1964 (es decir, ya en la época de desmadre) el espectador inquieto y cinéfago podrá disfrutar de una fabulosa amalgama de tribus selváticas metidas con calzador (los neidonga), bereberes mercenarios bajo el mando de una perversa amazona y una extraña civilización localizada en la ciudad de Simba, heredera del imperio salomónico y en la que algunos van vestidos de romanos, otros de persas, unos cuantos de egipcio y la mayoría en una fantasiosa amalgama multicolor.


La salomónica y minera ciudad de Simba


Este gusto por el detalle es muy importante para disfrutar de una peli de Maciste. Como la historia es casi siempre la misma, pues en algo más hay que fijarse de vez en cuando. Vistas ahora reconozco que han envejecido peor (por ejemplo, los Godzillas clásicos siguen resultando la mar de frescos) pero son de vital importancia para entender la exploitation mediterránea en régimen de coproducción. El subproducto italiano nace con estas películas, así que se puede afirmar la existencia de un no demasiado complejo camino que empieza con Maciste y acaba con los caníbales de Umberto Lenzi. No deja de ser ineteresante plantearse cómo estas películas de forzudos con sandalias, correctas artesanías de pop humilde hechas un poco de memoria y que ahora resultan autenticos monumentos camp en honor del cartón piedra (estéticamente cercanas al Bolliwood más rococó en algunos aspectos) acabaran su camino en el gore malsano de Gomia, Terror en el Mar Egeo.

Obviamente, el nexo común que tienen todas estas películas es el hipertrofiado musculitos. Como resulta más que evidente, en muchos casos las virtuderes actorales de estos adictos al gimnasio (nota al margen para el futuro: investigar cuántos de ellos siguen vivos y/o las causas de los fallecimientos por posibles sobredosis de química hormonal) obligaban a unos diálogos del héroe lo más escuetos y monosilábicos posibles; es el caso de la peli que nos ocupa, protagonizada por el británico Mr. Universo Reg Park, que pese a su ineptitud actoral y su breve filmografía cuenta al menos con un par de las destacables: la de los Kirghisi antes mentada y el Ercole al Centro della Terra de Mario Bava (donde la barba le sentaba mejor, por cierto).


Maciste endrogado, Reg Park actuando.


Maciste, el Hombre Músculo del filme de hoy, sigue casi a rajatabla todas las dinámicas habituales del subgénero. Su carácter de liberador del oprimido, derrocador de tiranos y reinstaurador de monarquías legítimas es a menudo casual (pasaba por allí) y en ocasiones acude a la llamada, como es el caso: el otro bueno de la función (Abucar, el que tiene líneas de diálogo) le comenta a la chica buena, Samara, ante el golpe de estado en Simba: "Tendrás que atravesar la jungla. Es muy arriesgado. En cuanto te encuentres al otro lado del bosque busca a Maciste y dile que Abucar necesita su ayuda. Será suficiente". Obviamente es suficiente.

Maciste, tras el interludio negroide junglista que luego les detallo, llegará a la ciudad y entrará como entran todos los musculmen: el concepto de puerta que se abre sin necesidad de fuerza bruta no existe para ellos. Se planta ante la primera que encuentra y la derriba. De hecho, Maciste acostumbra a interactuar muy poco con los humanos y mucho, en cambio, con el cartón piedra. A continuación les dejo unas cuantas instantáneas del filme que representan buena parte de los momentos clásicos de todas estas películas.


Trasero prieto y puerta a derribar


Siempre hay un armatoste de cartón piedra a mano para utilizar como escudo


Cargando estatuas de oro


Los sempiternos barrotes


Evitando el derrumbe de las minas.


La otra gran característica común es la idea de un mundo dividido entre buenos y malos sin ningún tipo de matices, a lo sumo algún secuaz que al final no puede más y traiciona a su líder. Los malos, además, son muy malos, hablan a gritos y sueltan forzadas carcajadas. En esta ocasión nos encontramos con Namar, el celoso ministro que traicionará al sabio rey Lamar sellando un pacto con la amazona bereber Fasira, una mujer guerrera líder de un ejército de mercenarios que pronto sucumbirá a los encantos de la intriga palaciega y los perfumes femeninos. También sucumbirá a los encantos masculinos de Maciste y a su fuerza sobrehumana. Este elemento, el de la atracción animal que la maligna villana siente irrefrenablemente hacia el cuerpo de bandera del, por otro lado, parco en palabras Maciste es otro rasgo casi obligado de todos los argumentos. Si retomamos esa línea, la de la historia, Maciste normalmente llega a la zona en conflicto, salva a alguien pero es capturado, resiste una tortura ante la atónica mirada de la hembra pérfida y ésta inicia, primero, un intento de seducción jamonil y de poder ("mira que buena que estoy y encima tu y yo juntos dominaríamos el mundo"). Ante el fracaso se procede entonces a la presión mental, ya sea mediante el chantaje (la amenaza de muerte para cun un desvalido tercero) o mediante el lavado de cerebro y el control mental (como es el caso que nos ocupa).


Los hombres de Fasira viven bajo la amenaza de su líder guerrera


La Guerrera mercenaria pacta con el usurpador


La infructuosa seducción de Maciste


El mal siempre paga.


Antes comentaba que estos peplums suponen el inicio de la subproducción explotativa mediterránea. ¿Cómo casar la incorrecta subversión de los 80, con sus campos de concentración nazis, por ejemplo, con la inocencia de las películas de Hércules, Ursus o Maciste? La clave está en que esa inocencia es cada vez más una cosa aparente que cierta. Dejando de lado la célebre doble lectura gay (supongo que todos ustedes recuerdan Aterriza como puedas), un elemento que denota la paulatina perdida de inocencia es el gusto por algo (tan poco inocente) como la tortura y su sofisticación. Maciste en las Minas del Rey Salomón es generosa en escenas de tortura. Tenemos a Abucar cosido a latigazos a cargo del maligno Namar, que prefiere azotarle él mismo antes que el verdugo (sadismo filogay, por tanto); tenemos la ejecución pública de Abucar con el uso de una especie de ariete tuneado (y con una resolución ciertamente hilarante); tenemos la larguísima (¡seis minutos!) escena de los caballos intentando desmembrar a un Maciste enjaulado y tenemos las dos sesiones de sadismo a las que se somete a la frágil y rubia Samara: el típico torno y la ejecución pública bañándola en caliente oro fundido.


Flagelando a Abucar


Ejecutando a Abucar con el ariete tuneado


Maciste resistiendo el embite de seis caballos por brazo...


... en el interior de una afilada jaula


Torturando a Samara


Calentando oro


Sesión pública de sumisión y Bondage


Ya que estamos con las ejecuciones públicas (tres, con el peso de la Ley de Murphy sobre ellas), una reflexión al margen que tiene que ver con los extras que hacen de esclavos y que las contemplan. Siempre son los mismos. A tenor de los sucesos (que no relataré) y de ese facor repetitivo se deduce que hay dos tipos de esclavos en el filme: aquellos que trabajan en las minas y aquellos cuyo uso consiste en presenciar los sangrientos espectáculos. Desde el punto de vista de la sociedad borderline es interesante anotar esta metáfora del esclavo (tele)vidente del espectáculo político gore.


Sociedad protoborderline


Al inicio de este texto destacaba que uno de los placeres a degustar en un peplum de serie bé es fijarse en los extras. Normalmente se trata de tipos que agitan sus espadas de plástico sin demasiado convencimiento mientras arrasan poblados como los jubilados del Inserso arrasan con los canapés de cualquier inauguración pública. Son tipos que pasaban por ahí, o que acudían con frecuencia a las puertas de Cinecittà para ver si les tocaba hacer de romano del montón o de indio del montón. Siempre del montón. Luego les pedían que pusieran cara de susto, cara de malos, cara de algo, pero algo del montón.


La estatua se tambalea...


Y los extras hacen aspavientos de horror.


Entre las características propias de Maciste en las Minas del rey Salomon hay que destacar la inclusión del tópico selvático, muy valorado en el cartel que encabeza esta reseña, aunque al final no sea para tanto. El elemento selvático, heredado de la novela protagonizada por Allan Quatermain, participa a tres niveles: el clásico uso de trozos de documentales y safaris ajenos, la pelea tarzanesca de Reg Park contra un león atiborrado de barbitúricos y, lo más importante, la presencia de la tribu de los Neidonga.


Reg Park y la fiera drogada


Lo de los Neidonga es de un forzado que asusta y un maravilloso ejemplo del uso del narrador en off, que irrumpe abruptamente a los veinte minutos de filme para soltar un rollo impresionante: "En apariencia salvajes y fieros, los neidonga, habitantes del bosque que rodeaba la ciudad de Simba, eran en realidad un pueblo de espíritu amable y de tradiciones antiquísimas. Subdivididos en numerosas tribus, se dedicaban casi exclusivamente a la caza que, además de procurarles el sustento necesario, les permitía dar muestras de sublimes virtudes morales además de condiciones físicas nada comunes; les gustaba sobre todo enfrentarse a fieras extremadamente feroces y astutas a las que perseguían durante semanas e incluso meses, dejando los pequeños poblados al cuidado solamente de las mujeres. Unos seres dulces, laboriosos y sumisos".

Como ven, este narrador imprevisto divaga antropológicamente que da gusto. La función de esta tribu de negritos, además de las consabidas estampas exóticas, consiste en servir de refugio de los fugitivos Samara y el hijo del difunto rey de Simba. El problema es que los neidonga no vuelven a aparecer, son exterminados por los malos elípticamente. Eso sí, el narrador vuelve a aparecer por segunda y última vez: "Audaces y valientes, los neidonga habían defendido con su vida la libertad de aquellos que se habían refugiado en su poblado, pero el sacrificio desgraciadamente había sido inútil". Creo que es un maravilloso ejemplo de ese pragmatismo sin límites que tanto me seduce de la serie bé.


Primer plano de un fiero neidonga


El poblado de los Neidonga


Las danzas Neidonga

Eso es todo, queridos lectores. Me dejo algún detalle más en el tintero (lo mal explicada que está la muerta del hijo del tirano, el paseo de Maciste por la jungla, los apenas veinte segundos que dura el cortísimo reinado de Abucar) pero tampoco se trata de dedicarle párrafos y párrafos a una película como esta. Les dejo con dos estampas habituales del final de los títulos de este subgénero.


Maciste siempre tiene un detalle especial con los infantes.


Como Godzilla, Maciste siempre dice adiós

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