17.9.06

EL OSCURO ENCANTO DEL COMUNISMO DINÁSTICO

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Aprovechando el descubrimiento del Shenzhen de Guy Delisle (Astiberri) en mi penúltima visita a una librería de cómics, decidí estrenar con él mis apariciones radiofónicas. Ya puestos, me releí Pyongyang, uno de los cómics que más me han gustado en lo que llevo de año (y que descubrí gracias a alguno de ustedes). Si siguen este blog como se merece, sabrán de mi fascinación por el régimen dictatorial norcoreano. Ya tuve ocasión de extenderme sobre las razones bizarras de ello en un exitoso post que titulé, al más puro estilo ausente, Kim Jong Il, el sexo oral, el comunismo sexy y las explotaciones estalinistas de Godzilla.

Así que por ahí poca introducción debo hacer. Sí en lo que hace a Guy Delisle, por si no están al caso: canadiense profesionalmente dedicado a la industria de los dibujos animados, la deslocalización y las subcontratas le han llevado, como supervisor, a diversos países del tercer mundo y/o tigres asiáticos. La experiencia profesional y viajera la ha plasmado en varias novelas gráficas, dos de ellas editadas en España: Shenshen es del 2000 (y aquí acaba de salir) y Pyongyang es del 2003 (y aquí salió en el 2005 y ya va por su Segunda Edición). De todas formas, yo recomiendo empezar por Corea del Norte y seguir por China, es decir, seguir las fechas españolas, más que nada porque Pyongyang es una joya casi inigualable mientras que Shenzhen, al tratar un lugar menos exótico (en comparación) es un pelín más flojo (ojo, sólo un pelín, disfrutable lo es un montón).

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Hay que tener presente que Corea del Norte es uno de los países más herméticos que existen. La escasa existencia de testimonios convierten el Pyongyang de Delisle en, problablemente, el mejor documental gráfico sobre el tema. Además, el hecho de que el autor se dedique a la animación lo convierte en un observador exquisito, alguien experto en percatarse de detalles que sin duda escaparían a otros ojos. El régimen de Kim Jong Il pronto ejerce su poder de fascinación por lo increíble que resulta a un occidental. Lo dice bien claro el autor casi al inicio, al llegar a uno de esos hoteles impersonales en los que ha de pasar seis meses de su vida, epicentros de aburrimiento e incomunicación para un occidental:
"Corea del Norte es el país más cerrado del mundo. Los extranjeros entran con cuentagotas. No hay internet, ni cafeterías... en resumen, ninguna diversión. Por suerte, estoy entrenado en eso de estar solo porque no será aquí donde me divierta. En fin, así es como imaginaba mi viaje, pero finalmente fue todo lo contrario. Cuando se viaja hay que estar preparado para todo."

Es el oscuro encanto del comunismo dinástico al que hago referencia en el título. Un viaje a un estado en el que la imagen de su líder lo preside todo. Nada más llegar debe ir a llevar flores a una enorme estatua del Querido Líder Fundador. Su icono es omniprescentes. Los espejos del desierto hotel internacional reflejan no a quien los mira sino los retratos del sátrapa. La tele sólo habla de él o emite filmes bélicos antijaponeses. El himno norcoreano es un meme sónico a base de sintetizadores de orquestina. La sociedad está militarizada al máximo (como demuestra la existencia de rifles en el estudio) y la propaganda es, también, constante: desde camionetas que arengan a los obreros por los altavoces a inscripciones pintadas en las más lejanas montañas.

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Mención a parte merecen las excursiones bizarras, siempre con el traductor pegado con cola a sus zapatos, a lugares tan míticos como el Palacio de la Amistad, aquel lugar al que ya me referí en mi post sobre Kim Jong Il. Un museo a prueba de bombas atómicas con todos los regalos que naciones de todo el mundo han ofrecido a la dinastía Kim. El paseo culmina con reverencias ante una hiperrealista estatua de cera del Querido Líder. La visita al Palacio de los Niños, con decenas de adolecentes prodigio tocando el acordeón, es otro momento que queda grabado a fuego en la memoria del lector. Y es que Delisle no sólo es sabio desgranando la historia, sino que consigue que te quedes con la boca abierta, perplejo ante tanto dislate comunista, seguramente porque él se quedó igual. Son tantas las anécdotas que explica que prefiero parar y que se abalancen sobre el tebeo si no lo tienen. Merece la pena. El único pero que podría ponerle, siendo muy exigente, son las referencias al 1984 orwelliano, lectura que nuestro hombre se llevó en su viaje. No sé. No me lo acabo de creer, especialmente cuando decide regalárselo a su guardián-intérprete.

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No esperen lo mismo de Shenzhen, el marco es otro. Una ciudad de la Zona Económica Especial de China que en apenas veinte años ha pasado de 30.000 a 10 millones de habitantes. Un experimento social para la economia socialista de mercado. Allí Delisle se aburre bastante más y acude mucho más a menudo a las anécdotas propias de su profesión, y acaba por terminar agobiado, intentando repetir idénticamente el día anterior para comprobar si a idéntico día idénticos pensamientos. Eso sí, no deja de resultar un libro de viajes (dibujado) más que recomendable y, sobre todo, un estupendo complemento al maravilloso Pyongyang.



ACTUALIZACIÓN: El Sr. Goio Borge es un caballero muy querido en la Mansión Ausente, especialmente gracias al exquisito e inmejorable trato que nos propicio durante nuestra estancia en Bilbao este verano. En una lista de correo, Mr. Borge apuntaba un inmejorable reseña a Shenzhen. Inmejorable porque su actividad profesional le ha hecho visitar la ciudad china en diversas ocasiones y, por tanto, nadie mejor que él para hablar del álbum y de las sensaciones y anécdotas que narra. Además, a mí me ha quedado un poco floja abducido por el poder político-bizarro de Pyongyang. Así pues, les dejo con sus palabras:

Supongo que no se puede ser objetivo al juzgar un libro que retrata situaciones reales que uno ha vivido de una manera directa y clavada a cómo el autor las presenta. Shenzhen es un estupendo comic de Guy Delisle que recoge sus experiencias en aquella ciudad china (...). Las experiencias son personales y laborales y se resumen sobre todo en el desastre de comunicación que tenemos entre ambos hemisferios, siendo el resultado unos meses de absolutas sorpresas e infinito aburrimiento por parte del protagonista. En realidad, Shenzhen es una crónica de un viaje al absurdo, de la relación entre dos mundos que quieren e intentan conocerse, pero que no parecen saber desarrollar cómo, y del estupor que eso genera en uno de esos mundos. El anecdotario es inmenso (ese portero que siempre le saluda con una frase en inglés absurda, ese cocinero que siempre le hace la señal del huevo cuando se cruza, esa gente que le saluda por la calle porque sí, esa visita al 'dentista', esos mendigos que aplastan la cabeza contra el suelo pidiendo dinero, esas traducciones de minutos para decirte al final que 'están de acuerdo', esas habitaciones cuyas luces no hay manera de apagar, esos imposibles cruces de fronteras, etcétera...), y la capacidad de observación del autor (...) aumenta el goce de una historia que indica cómo viajar puede no ser tan maravilloso. (...) Me da envidia gorda una cosa del canadiense, y es que al menos para él la comida china era una fuente de placer. Posiblemente tendría más costumbre o más valentía, porque... bueno, hay que vivirla...


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