
El gran Vazquez es un regalo para quienes crecimos leyendo tebeos de Bruguera, y lo escribo sabiendo que habrá quienes no estén de acuerdo. Disfruté mucho el pasado martes en el estreno barcelonés, plagado de gente del cómic (pude ver a Monteys, Gallardo o Pasqual Ferry), familiares y amigos de Vázquez y el canon de protocolo habitual en estos actos. Estaba Ibáñez en la sala, por ejemplo, un Ibáñez que debió entrar temeroso, sabiendo que su personaje era clave en la película, el reverso de orden y trabajo con el que contrastar la figura de un díscolo caradura como Vázquez. Al salir parecía contento y le oí decir que habían clavado a Rafael González, el director de la redacción de Bruguera y un hombre también lleno de luces y sombras.
La película reparte cariño a espuertas hacia todos los personajes que la habitan y se esfuerza en no dejar de lado al espectador ocasional, aquel que de tebeos no sabe nada. Ambas cosas son difíciles de gestionar, y más cuando estamos ante un biopic, el primer biopic sobre un historietista patrio. De todas formas, tampoco es un biopic al uso, no es tanto una biografía de Vazquez sino de su leyenda, la que se labró el mismo protagonista y que, como dice Óscar Aibar estos días, ha sido transmitida oralmente por los allegados al mundo del tebeo.
La voluntad de El gran Vazquez de ser atractiva para un publico ajeno acaba curiosamente beneficiando a la película (con algún pero a la secuencia final, y que aún así funciona) porque la dota de capas de sutilidad, y eso siempre es elegante. La sutilidad, insisto, resulta clave: es sutil en la manera de enfocar a Ibañez como reverso tenebroso de Vázquez, es sutil cuando plantea el pasado político de Rafael González y de los dibujantes de Bruguera, es sutil en la reivindicación de los derechos de autor e incluso cuando muestra las muchas luces y sombras de un personaje como Vázquez, quizá el último pícaro.
Hay un enorme esfuerzo en recrear el habitat editorial de Bruguera, que viendo viejas fotos resulta físicamente idéntico. Me comentaba Oscar Aibar que tuvo que negociar bastante con los productores el gasto que eso suponía, pero le resultaba indispensable: esos detalles de autenticidad hacen el filme creíble. También sortea bien los riesgos que conllevaba el protagonismo de Santiago Segura. Afortunadamente no torrentiza a Vázquez e incluso, pese a que es un actor de recursos limitados, se defiende bien en los momentos dramáticos. Curiosamente el filme crece cuando todo eso aflora. No hay que olvidar que Segura también viene del mundo del cómic (las Pequeñas viciosas de El Víbora).
Como digo, disfruté mucho. Reí y me emocioné. Además, comulgo con el cine de Aibar y su búsqueda del perdedor heroico: El Gran Vázquez forma junto con Platillos Volantes un inusual díptico dentro de nuestro cine.
Nota: anoche entrevisté a Oscar Aibar en el Cabaret Elèctric. Pueden escucharlo aquí, a partir del minuto 17. Yo intentaré estos días llamar la atención sobre algunas cosas de Vázquez que andan por la red.