13.3.06

AUTOPISTAS AL MAL ROLLO



"En este libro se encuentran todos los fragmentos de las profecías de Eibon, que se remontan a más de cuatro mil años. Las siete terribles puertas están ocultas en la tierra y en el mar, en siete lugares distintos. ¡Pobre del que se acerque a ellos sin saberlo! ¡Ay de aquel que abra una de las siete puertas del Infierno, porque a través de esta puerta el mal invadirá el mundo!"
(Voz en off, introducción de El Más Allá)

"Yo, Varelli, arquitecto residente en Londres, conocí a las Tres Madres y levanté sus tres casas. Una en Roma, otra en Nueva York y la tercera en Friburgo, Alemania. Demasiado tarde comprendí que desde esas tres casas las Tres madres ejercían su dominio sobre el mundo, expandiendo dolar, lágrimas y oscuridad. Mater Suspirorum, la mayor de las tres, vive en la casa de Friburgo. Mater Lachrymarum, la más hermosa de las hermanas, ocupa la de Roma. Mater Tenebrarum, la más joven y cruel de las tres, controla Nueva York. El territorio sobre el que las tres casas fueron construidas es mortífero y tocado por las plagas, y también buena parte del área que se extiende a su alrededor."
(Voz en Off, introducción de Inferno)

Hace ocho o nueve años doña absenta y yo nos embarcamos en un repaso doméstico del cine de Dario Argento; por ahí andaba yo, además, inaugurando las primeras compras por internet. Obviamente vhs; entre otras cosas una cinta de El Más Allá de Lucio Fulci, la edición original hispana, la de José Fradé, pero procedente de los saldos de algún videoclub de los extrarradios (creo que en este caso sevillanos). (nota al margen uno: hay que ver, eran otros tiempos). La película de Fulci, que tenía muchas ganas de recuperar, se inmiscuyó, se coló, en un ciclo Argento. No tendría mayor importancia sino fuera porque nuestras vidas se vieron, entonces, sacudidas por distorsiones en la dimensión de los sueños.



Nunca he sido una persona que tenga miedo con las películas de miedo. Soy muy racional y no creo en sobrenatural (nota al margen dos: antes lo surreal). He pasado mi infancia (y digo infancia, no adolescencia) leyendo tebeos de la Warren y viendo películas de la Hammer. Al margen de los nervios adrenalíticos de la tensión (Dawn of the Dead), se pueden contar con los dedos de la mano las películas que me han sobrecogido de alguna manera, en algún momento. Unas pocas en la sala de cine, otras pocas más en la soledad de la sala de estar, de noche. No suele pasarme con el cine anglosajón, sino más con el mediterráneo (nota al margen tres: más recientemenente con un par de orientales). También me pasa cada vez menos. Y casi nunca cuando repito película.

Igual es que esas tres noches cenamos fondué de queso u otros alimentos indigestos. Lo cierto es que vimos Suspiria y dormimos mal. Vimos Inferno y dormimos mal. Vimos El Más Allá y las pesadillas fueron aún peores. ¿De qué tipo? De esas extrañas, irracionales, en las que te sumerges en el vacío en el que se ha convertido el colchón mientras escuchas susurros, en una extraña experiencia casi lúcida. Ahí fue cuando me percaté de la conexión entre estos filmes, que tampoco es un gran descubrimiento: El Más Allá es la exploitation de Inferno, sigue su estela, escarba en ella, intensifica su atmósfera malsana y maldita, desecha los arrebatos poéticos sin perder abstracción, le añade zombies y ojos sacados de sus órbitas. Con sus diferencias: la de Argento sería urbana, la de Fulci rural; pero van en paralelo y se construyen como mecanismos de caos que perturban la realidad y se mueven en una dimensión onírica malsana. Una es hija de la otra pero no su calco. Podríamos definir el cine fantástico italiano en su periodo de esplendor subproductivo como una calle de dos direcciones (nota al margen cuatro: construída por Bava y seguramente sin salida). En una dirección va Fulci y en la otra Argento. Ambos se cruzan en un punto. Ese punto es el del Mal Rollo. Inferno meets L'Aldila.



Dedicar parte de un texto de homenaje a Fulci hablando de Argento quizá sea irreverente o maleducado, pero es el ejercicio que me inquieta. (Nota al margen cinco: aquí encontrarán una estupenda y reciente reseña de El Más Allá realizada por el señor Big Kahuna, allí les remito pues en parte acaba por tocar lo que deseo explicar). No tengo constancia de declaraciones de Argento sobre Fulci, pero sí al revés. "Argento es un artesano que se cree un autor, justo lo contrario de Hitchcock, que era un autor que se consideraba un artesano. Lo mejor de Argento es su habilidad con las relaciones públicas, ha sabido crearse una imagen de estrella entre los jóvenes aficionados al cine fantástico. Lo que menos me gusta de sus películas es la música, que suena tan falsa como otros muchos de sus elementos." Hay bastante despego en estas palabras, y es cierto que, en comparación, uno es un esteta del asesinato y el otro hace cine con las tripas (nota al margen seis: cine de tripas hecho con las tripas). También hay ingratitud, al fin y al cabo Fulci se adentra en el horror sobrenatural con una secuela apócrifa y explotativa (es decir, italiana) del Dawn of the Dead de Romero, que no olvidemos estaba producida por Argento. El comentario musical, no por incidir en lo característico es menos incogruente: la estupenda partitura de Fabio Frizzi para El Más Allá, con sus puntos spaguetti westerneros, remite en sus coros carmina buranescos a la de Keith Emerson para Inferno, por no hablar de las hermosas, efectivas y sintéticas composiciones de Goblin, cuya sombra pulula por las bandas sonaras de la mayoría de subproductos italianos de la época. (nota al margen seis: el cine de subgéneros italiano también es un cine de músicas).



Paso a hablarles de las películas. Permítanme que antes establezca la hipótesis de trabajo: ambas funcionan como mecanismos irracionales de horror puro, construcciones esotéricas pero de relojería, casi en imagen y semejanza a la catedral maldita de El Engendro del diablo (La Chiesa) de Soavi. Son filmes que hablan de abrir las puertas del Mal sobrenatural puro y en toda su extensión que terminan por abrirlas realmente en el subconsciente del espectador.



Inferno (1980), es la secuela de Suspiria, el primer acercamiento al cine fantástico puro de Argento como director. Ambas formarían parte de la teóricamente inconclusa trilogía de las Tres Madres, que serían encarnación de las tres parcas. En Suspiria una muchacha que llega a una residencia de danza descubre que ésta es mucho más, arcana residencia construida por el arquitecto y alquimista Varelli y en la que el mal que en ella habita procede de la Mater Suspirarum. En Inferno nos trasladamos a las otras dos casas, a las otras dos madres. (nota al margen siete: de ahí que el mito de la trilogía pueda no ser correcto, una mater-parca en la primera, las otras dos en la segunda. Díptico).



Es muy complejo resumir, sintetizar, Inferno. Redactar su sinopsis requiere más de lo que pretendo hoy. Rose vive en Nueva York y, tras la la lectura del libro maldito Las Tres Madres, sospecha que concretamente en la casa de la Mater Tenebrorum. Por eso escribe a su hermano el mismo día que baja al sótano y se sumerge en una especie de lago suburbano donde hay una habitación, y un cadáver, submarinos. El hermano, Mark, estudia música en Roma y es incapaz de leer la carta en clase porque una fantasmal presencia femenina le ofusca(es la Mater Lachrymarum). Olvida su carta y esta cae en manos de Sara, una compañera de clase, que la lee (nuca sabremos qué pone) y acude a una tétrica biblioteca, localiza el libro maldito de Varelli, se sumerge en sus sótanos, donde encuentra un alquimista espectral. Huye a su apartamento, aunque las normas espaciales ya empiezan a resquebrajarse, pide la protección de un desconocido. Ambos morirán a cuchilladas, las habituales y hermosas cuchilladas de Argento, y será Mark quien descubra los cadávares. Con los pedazos de la carta de su hermana en la mano verá pasar a la Mater Lachrymarum en el interior de un taxi (nota al margen ocho: los taxis son importantes en Suspiria e Inferno).



Volvemos a Nueva York. Rose, teórica protagonista, también es asesinada. Mark aterriza en la Gran Manzana justo después. El desconcierto (que ya comparte con el espectador) le lleva primero al librero y anticuario cojo que tiene la tienda al lado del edifico de apartamentos (nota al margen número nueve: con vistas a Central Park, como los Dakota, John Lenon, mismo año: 1980); tras advertirle de la inminencia de un eclipse maligno el librero también morirá, precisamente durante el fenómeno y mientras lleva a cabo su afición de matar los gatos que infestan la casa. Los lleva a un lago de Central Park metidos en un saco y los ahoga. Pero en esta ocasión, tropieza, cae, pierde sus muletas. Cientos de ratas surgidas de las cloacas empiezan a devorarlo vivo mientras pide auxilio. Alguien que corta carne en una especie de caravana (¿un tenderente de perritos calientes?) le escucha y sale corriendo cuchillo en mano. En vez de socorrer, lo acuchilla. (nota al margen número diez: probablemente este asesino es quien aliementa a los gatos del edificio... con carne humana). El desconcierto (ya físicamente doloroso) lleva a Mark a una nueva vecina, una condesa drogadicta y decadente. Será asesinada por sus tétricos criados, que a su vez también serán asesinados, él con los ojos sacados de sus órbitas, ella (Veronica Lazar) envuelta en unas llamas que comienzan a propagarse por toda el bloque. Mark, ya plenamente ofuscado, vaga por los interminables pasillos, descubre los secretos arquitectónicos del edificio, que allí habita el arquitecto (anómalamente longevo) Varelli, que también muere, para acabar encontrando a la Mater Tenebrarum, que le dice que es una y tres (nota al margen número once: las llamaban Trinidad). Como tal es la Muerte. Sï, La Muerte clasica, con su parca y su cara-calavera encapuchada.



Como ven, Inferno es pura metafísica del giallo sobrenatural: el asesino es La Muerte. Como ven, el argumento va más allá de lo extraño. Lo que no pueden ver, porque mi resumen no hace justicia y porque es algo que no se ve, se siente, es la profunda desazón y angustia en que este filme coloca al espectador. Dario Argento ha jugado con las imágenes, se ha deleitado en la inmersión submarina del principio (belleza hiptónica), se he entretenido en el preciosismo de los asesinatos; con momentos inverosímiles colocados por pura estética (la cortina que traspasa el cadáver de Sara), desagradables (las ratas) o aparentemente absurdos (el tipo de la caravana de Central Park). Con cánticos al estilo Carl Orf; con insertos cuasi subliminales de lagartos que tragan insectos vivos y de mujeres ahorcadas; con referencias esotéricas que son guiños (el rótulo sobre sobre G.I. Gurdjieff) o presencias extrañas (el alquimista de la biblioteca romana); con un exquisito tratamiento de la iluminación, roja y azul (a cargo del maestro Bava); con unos pasillos expresionistas que nunca se acaban, de pesadilla, que dan requiebros, que ocultan subsuelos, interminables; con esas urbes nocturnas y desiertas (tan propias de Argento) donde se eleva, ominoso, el edificio que es maldito y es maquinaria para el mal.



Pero, por encima de todo, Argento ha buscado el horror desentendiéndose de los personajes, llegando al paroxismo con los del tramo final, convirtiéndolos en peleles que caen como moscas de manera maquinal: se les presenta y mata, y aparentemente, despreocupándose de la lógica de la historia, que es abstracta. Se ha desubicado espacio temporalmente al espectador, se le ha sumergido en un inquietante mundo onírico donde todo funciona alrededor de la muerte deleitosa de los protagonistas, y al final el asesino es La Muerte. Lo más importante, lo básico, lo que configura Inferno como obra maestra sin paliativos (ojo, El Más Allá también lo es pero eso viene luego) es que se ha quitado de encima la pesada carga que supone para el cine de terror fantástico intentar racionalizar lo irracional. Lo sobrenatural no tiene normas. El resultado es que cuando acabas de ver el filme, de noche y en casa, y miras de reojo el fondo del pasillo oscuro, éste parece abisal. Te sobrecoges y te metes en la cama. Y tienes un mal sueño lúcido.

A Fulci y a su guionista Dardano Sachetti debió cautivar la película de Argento, justo en el momento en que venían de rodar su primera deconstrucción del mito del zombie moderno (Miedo en la ciudad de los Muertos Vivientes), adentrándose en lo que se ha considerado la etapa de horror gótico gore y desagradable de su filmografía. Imagino que habiendo sido Suspiria un gran éxito internacional, la maquinaria explotativa del productor Fabrizio de Angelis se puso a trabajar a toda velocidad (nota al margen número doce: todo el proceso de preparación, guión, rodaje y montaje del filme no llegó a los dos meses). La ley de la subproducción impone su tempo inapelable, por mucho que luego Inferno no funcionara en taquilla. El resultado es uno de los filmes más desagradables e incómodos de la historia del género: El Más Allá (L’aldilà en Italia, The Beyond en EE.UU.).



El prólogo ya lleva el camino de lo malsano. Mientras la protagonista lee un libro maldito (el Eubon), la voz en off declama los párrafos transcritos al principio y un flashback sepia nos lleva a 1927, al hotel de Nueva Orleans donde un pintor maldito (que con sus cuadros ejerce de ocultista, muestra el Infierno, abre sus puertas) es sometido a un duro linchamiento por parte de los pueblerinos: crucificado en la pared de su habitación y al que arrojan cal viva en vivo. Los títulos de crédito se superponen a un montón de primeros y primerísimos planos de su cara deformándose, con pedazos de carne desprendendiéndose, sangrando y quemandose por el efecto de la cal. Y todo al ritmo de la poderosa banda sonora de Frizzi.

La protagonista, Liza (Catriona MacColl, la actriz de Fulci en este periodo), pretende reformar el hotel. Un fontanero baja a arreglar la inundación del sótano, perfora una tapia y es atacado por el espectro del pintor, que le arranca los ojos. La protagonista tiene encuentros con una ciega (Emily) que le avisa del mal que va a propagar por el mundo si continúa con la reforma del hotel. En la morgue donde descansan los cuerpos del fontanero y del pintor, la esposa del primero muere desfigurada por ácidos y la hija (una horrorosa preadolescente pelirroja de piel agrietada) queda ciega (al igual que Emily) al presenciar el Mal. El cadáver del pintor aparece y desaparece de la habitación donde murió, para desesperación de una Liza que encuentra apoyo masculino en el Dr. John McCabe (David Warbeck, otro habitual).



El arquitecto de la reforma del hotel muere en una biblioteca devorado vivo por tarántulas. La ama de llaves (Veronica Lazar) es asesinada por el zombi del fontanero. En su casa, la ciega Emily es acosada por espectros que vienen a su búsqueda para que regrese al Más Allá del que proviene y acaba con su cuello desgarrado a mordiscos por su perro lazarillo. Liza y John recorren los sótanos del hotel y se libera el mal. Huyen al hospital, donde son atacados por una horda de zombis (nota al margen número trece: ir a un edificio sanitario nunca es una buena idea cuando el mal se desata). Una tormenta de cristales voladores se lleva por delante a un amigo del doctor. La niña ciega también deambula por el recinto, se une a ellos, se convierte en zombie y le vuelan la tapa de los sesos. La pareja sigue recorriendo el hospital perseguidos por muertos vivientes, abren una puerta y vuelven a estar en el sótano del hotel. Entran en el interior del agujero de la tapia que lo ha desencadenado todo y se descubren en el infernal paisaje plasmado por el pintor maldito. Se giran a cámara y vemos que se han quedado ciegos mientras la voz en off regresa y nos anuncia el fin de la película.



Hasta aquí el injusto resumen telegráfico del filme. Fulci consigue una obra maestra de horror malsano, desagradable, generosa en desasosiego para el espectador. Las escenas gore se explayan en la repugnancia explícita y se alargan durante minutos, mostrandose en desenfocada crudeza. La primera escena del hospital, con la madre y la hija acosadas por el mal mientras un ácido blanco inunda la sala (nota al margen catorce: en la que no debieron entrar: el Do Not Entry (sic) lo deja bien claro) es casi como una performance de abstracto arte basura. Los lodos de la bañera de la que surge el fontanero para liquidar al ama de llaves son asquerósamente negros y pútridos. Los zombis son los más lentos de la historia del cine, con un deambular fantasmal a más no poder.



Los puntos en común entre El Más Allá e Inferno son muchos. Libros malditos recitados al principio. Sótanos inundados. El agua como elemento aterrador (cristalina en Argento, pútrida en Fulci). Ataques de animales que devoran a su víctima, concretamente, ratas y tarántulas (nota al margen número quince: cuando el Mal está alejado de su centro utiliza la fauna que tiene más a mano). Casas malditas. Mecanismos ocultistas para abrir puertas a territorios malignos. Alquimia pictórica o arquitectónica. Cuadros malditos: el del edificio de Varelli en Inferno, el del infierno en El Más Allá (nota al margen número dieciseis: los dos directores comparten pasión pictórica). Por tener, tienen hasta una actriz secundaria compartida en un papel similar: Veronica Lázar. Y por rizar: en Suspiria otro ciego moría a manos de las dentelladas de su perro.



Pero, por encima de todo, el punto en común es ese total desapego a la lógica narrativa, la sana (ejem) intención de irracionalizar lo que ya es irracional. La coherencia de la incoherencia. De tomar el mal como entidad abstracta y convertirlo en una aparente excusa para ir matando cruelmente secundarios. Casi como un mecanismo hacia el horror en el que cada víctima es un avance. Una aparente despreocupación casi total para con el espectador con el objeto de convertirlo en un espectador-larva hundido en su asiento y envuelto en oscuridad, sumergido en desagradables sensaciones visuales más atávicas que infantiles, ofuscado en su espacio tiempo. Los personajes recorren espacios circulares, en un crescendo fatalista sin escape posible. No hay asideros posibles: no hay humor, no hay sexo, no hay romance, no hay esbozos de coherencia cinematográfica. Solo hay sangre y muerte expuesta con malsana recreación.



He dicho que El Más Allá es la secuela apócrifa y explotativa de Infierno, pero Fulci la hace suya. Se mueve como pez en el agua (turbia) y se explaya que da gusto. Es lo que estaba buscando y lo lleva a su terreno. Donde Argento se muestra un esteta con cierto ánimo intelectual Lucio entra al degüello feísta. Donde Argento ejerce su pasión visual, Lucio utiliza zooms, ojos de pez y planos desenfocados. Donde uno acude a la poesía de Thomas de Quincey el otro opta por la literatura de horror pulp de Lovecraft. Encima, las leyes del subproducto impone la presencia siempre agradecida de los muertos vivientes.



Mención a parte merecen los ojos y el sádico tratamiento que reciben. No es casual ese placer en sacarlos de sus órbitas. El cine es un acto donde el sentido de la vista es el nexo entre película y espectador, por tanto éste es sensible, es un punto débil. Fulci lo sabe. Quizás lo averiguó con Nueva York bajo el terror de los zombis, con aquella célebre astilla penetrante. Así que aquí, la cosa va por partida triple. Al arquitecto las tarántulas le extraen y devoran los globos oculares, al fontanero la mano pútrida que surge del agujero de la tapia le arranca ambos ojos, y en una extraña metáfora circular el fontanero, ya convertido en zombi, agarra a Veronica Lazar y la aplasta contra un clavo de la pared, el clavo penetra por la nuca y... ¿adivinan por dónde sale? exacto, por la cuenca ocular, llevándose por encima la blanca bolita babeante de gelatina y sangre. Y todo eso expuesto en plano. A la mierda la elipsis. Pero eso no es todo. Recuerden que quien ve el mal queda ciego. Es lo que le ha pasado a Emily y lo que le pasará a la niña y a los protagonistas. Una ceguera de ojos blancos agrisados surcados de pequeñas venas azuladas.



He recalcado en un par de ocasiones de la desgana narrativa y argumental de las dos películas no es tal en el fondo. Tengo la certeza de que se trata de construcciones no casuales. No hay casualidad sino causalidad. Hay un motivo. Les decía al principio (gracias por llegar hasta aquí) que hace casi una década la visión de Inferno y El Más Allá me produjo malos sueños casi lúcidos. Esta semana, repescando ambos filmes, se han repetido. Incluso absencito, que durante los nocturnos visionados dormía plácidamente, ha roto a llorar a las tres de la madrugada en un par de ocasiones, cosa que nunca hace. Si Lovecraft hablaba de libros malditos que desatan el mal, yo creo que Argento y Fulci se embarcaron en la facturación de películas malditas, siguiendo oscuras construcciones ocultas, que seguramente visionadas en condiciones óptimas (oscuridad, una noche de eclipse, durante el solsticio de verano, en una zona geográfica concreta por condenada) pueden desatar irracionales encuentros con el Mal. Perturbaciones dimensionales. Yo mismo, mientras escribo esto en medio de la noche, revelando el secreto, noto una presencia en mi nuca y no me atrevo a mirar el pasillo que hay tras la puerta. Tengo miedo.

Ahora os enfrentareis al Mar de las Tinieblas y a todo lo que hay en él de inexplorado
(Voz en Of, epílogo de El Más Allá)



Meneame