14.5.05

EL GRAN ARTIFICIO



Les decía el otro día que una pequeñas vacaciones de absencito han permitido a sus padres ausentes ver unas cuantas películas. Me tocaba a mí escoger y tampoco quería someter de nuevo a doña absenta a otra sesión de godzillas (en la etapa en que estoy mejor verlas en la soledad de la noche) o tipos de ojos rasgados (lleva unas cuantas seguidas y tampoco era cuestión de saturarla de orientales). Así que le planteé una elección. O Zulú o Femme Fatale. Para nuestra desgracia toco Femme Fatale de Brian de Palma.

Les decía ayer mismo que miro las películas de Lars Von Trier con recelo y deseando que no me gusten. Con De Palma me pasa lo contrario, las miro deseando que me gusten. Casi siempre es así. Pero la otra noche no pudo ser. Femme Fatale se nos atragantó bastante. Y eso que las (escasas) polémicas sobre el filme siempre se mostraban radicales: truño o la obra maestra de su director. Cuando pasa eso y la cosa se decanta hacia la primera opción, mi visión ausente de la zinefilia cae por el otro lado, por el de la obra maestra incomprendida. Pero esta vez no fue así.



De Palma propone su ejercicio de estilo total y se desentiende mucho de la historia. También lo hizo Argento con Tenebre y le salió bien (en mi opinión, claro: es una película juego sobre el propio cine de su director, ésta lo mismo). De Palma propone un cúmulo total de casualidades imposibles para una trama sin sentido y encima acaba adentrándose en el terreno de la futurología y el onirismo artificial. Mueve muy bien la cámara y hay (como es habitual) numerosas referencias al cine de Hitchcock. Vértigo también era una película de similares características. Pero tiene magia y atrapa al espectador en esa atmósfera irreal. Femme Fatale lo echa a patadas. Al menos lo hizo conmigo. En parte porque de Palma siempre ha sido un tío valiente y con dos cojones y a veces, siendo así, pasa lo que pasa. En parte porque Antonio Bandera (sí, él) y la tipa aquella que hace de multiforme Mística en las pelis de los X-Men (sí, la jamona esa) están de pena. Que acuda al metalenguaje cinematográfico, no sólo con su propio cine o el de su alabado maestro sino también con el festival de Cannes (donde se situa el poco prometedor inicio del filme) o las imágenes de Perdición de Wilder (demasiado grande le viene el referente) puede hacer cierta gracia pero tampoco sirve de mucho.



En definitiva, un ejercicio de estilo que es puro artificio y, por tanto, es cine de autor (y arte y ensayo) artificial. No negaré que tiene un bonito final con eso del gran mosaico fotográfico en honor a la gran casualidad, pero yo no tengo por donde cojerla, y eso que soy de los que no necesitan entender una película para que me guste. Con que me fascine y me arrebate un rato tengo más que suficiente. No es el caso, ni muchísimo menos. En la escena con los chulos de cuero parisinos ya me dije para mis adentros que no, que ésto era un poco malo. Aunque yo a de Palma se lo perdono, dicho sea de paso, y no me enfado con él. Lo ha intentado y le ha salido mal. Otra vez será. Además, no se puede negar que la película es 100% De Palma y todas sus incoherencias son fruto de la coherencia de su autor para con su cine. Qué cosas.

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