4.11.05

EL HONOR DE LA AUTOMUTILACIÓN

Lleva ahí al lado, a su izquierda, ilustrando la entrada a este blog desde hace más de un año. El cartel de La Furia del Tigre Amarillo. No llegó para quedarse sino que la intención era decorar este lugar con carteles aleatorios, como hacían los Lametones de Amor. Pero miren, se quedó como símbolo y estandarte del cine pop de derribo que tanto disfruto. Al fin y al cabo es una de mis películas favoritas y un título que llegó a alcanzar un estatus casi místico (e ignoto) desde mi infancia. Y me consta que no fui el único. Así que sí, que para inaugurar el ciclo de reseñas A este chino le falta un miembro nada mejor que el clásico de Chang Cheh protagonizado por David Chiang y cuyo título internacional es The New One-Armed Swordsman.


Ya escribí por aquí, en la prehistoria, que durante muchos años La Furia del Tigre Amarillo se había convertido en un recuerdo mítico para quienes la vimos de pequeñajos. Fue de las primeras películas "de chinos" que llegó a las salas de barrio españolas, curiosamente una de las pocas estrenadas procedentes de la Shaw Bros. Y por alguna cuestión que se me escapa muchos la confundíamos con El Luchador Manco. Cuando hace ya bastante recuperé la de Jimmy Wang Yu (otra joya, por cierto) la cosa me descolocó bastante. ¿Cuál era entonces la del puente?

Lo descubrí muy por casualidad (cagando, el azar tiene estas cosas) y me compré el vhs inglés (dubbed y con la película en formato recortado). Ya en el primer visionado de recuperación pude constatar que el áurea de título mítico no debía confundir u ofuscar la calidad de la película, a todas luces estupenda, trepidante, tan melodramática como divertida, de fastuosos colores y una de las obras maestras de la primera hornada del cine de artes marciales, por mucho que la banda sonora estuviera sacada con cierto disimulo de ignotos spaguettis y, especialmente, del excepcional score de John Barry para On Her Majesty's Secret Service.

Respecto a su caracter mítico-nostálgico, baste decir que una noche de borrachera acabamos en casa finiquitando los licores que por ahí había. Mi acompañante de juerga, algo mayor que yo, no era precisamente un pajero, pero se me ocurrió que quizás recordara la escena final en el puente (que luego les detallo). Así que puse manos a la obra. Mi amigo comenzó a bramar "Ostias Tío no sabes lo que me estás poniendo esta pelí la vi de pequeño qué pasada". Supongo que el alcohol consumido tuvo bastante que ver, pero el tipo acabó con los ojos enrojecidos, casi llorando. Y sin duda emocionado.

Como casi todas las películas de Chang Cheh para la Shaw, El nuevo espadachín manco (que sería la traducción literal del título, ya había habido al menos un par de espadachines mancos pocos años antes) es una de esas aventuras trágicas, rebosantes en epicidad, de buenos muy buenos y malos muy malos, con un tratamiento sádico y recreante para con el sufrido héroe protagonista y quienes le rodean, plagada de estupendas coreografias de la vieja escuela y momentos de intensa y plástica violencia. Aquí, claro, la estrella es la amputación de un brazo. El héroe llega a ella a partir de la automutilación como última defensa de su honor de héroe. Aunque mejor no adelantar acontecimientos. Y ya les digo que lo de hoy es una sinopsis, esquemática y comentada, porque si prefieren no saber demasiado del filme mejor se paran aquí y miran un poco las foticos (tampoco demasiado) para ver de qué va la cosa. Lo siento, yo no quería pero al final me ha salido así. Será cosa de la acumulación de antibióticos en mi sangre. Llevaba demasiados días esperando y no puedo permitirme el lujo de reescribir de nuevo.

La película nos muestra esa China legendaria por la que campan los llamados "héroes", maestros de las artes marciales siempre dispuestos a defender a las buenas de gentes de los abusos y delitos a los que son sometidos. Y en eso anda Lei Li, de blanco impoluto (y por tanto valiente y bondadoso del amor). El inicio tiene como un tono fantastique no sólo por ese bosque-decorado de cartón piedra tan habitual en las producciones de la Shaw, sino también por el descubrimiento de una reciente masacre en la que muchos de los muertos no están por los suelos sino de pié, estatuas muertas, como congeladas en un extraño equilibrio mortífero.

Lei Li, maestro en la técnica de las espadas gemelas, es decir, de la lucha con dos sables, se da de bruces con las artimañas del "Héroe" Lung. Maestro marcial teóricamente adscrito al bando de los buenos y dotado de la imparcialidad del justo, en realidad lidera en la sombra una banda de delincuentes (La casa del Tigre) y siente un extraño y morboso placer en atrapar a otros héroes en una metafórica tela de araña mortal. Especialista en una especie de largos y metálicos nunchacos (¿se escribe así? es que no me apetece googlear), su técnica está especialmente diseñada para vencer a las espadas gemelas.

El impetuoso Lei Li cae en sus redes y su honor está en juego. Puede confesar un crimen que no ha cometido o puede enfrentarse a él en defensa de su honor. Hay, en juego, una apuesta: si pierde deberá cortarse el brazo derecho y retirarse del mundo de las artes marciales. Y claro, luego pasa lo que pasa.

El brazo amputado de Lei Li quedará clavado a un árbol como recuerdo de su promesa y como aviso para los viajeros. La imagen de la extremidad decorando el bosque da lugar a uno de los fastforward o saltos hacia delante en el tiempo más potentes que recuerdo. Nada de ver el paso de las estaciones a cámara rápida. Esto es una historia violenta de tragedia y regeneración, así que el paso súbito de los años se realiza tomando el que fuera brazo derecho del héroe.

El tiempo ha convertido al tullido héroe en un simple camarero y cocinero de una taberna rural. Ya no viste de blanco, sino un negro sepulcral; es un tipo triste, humillado y amargado a quien sólo la presencia de la hija del vecino herrero alegra el corazón. Pero claro, cómo va a enamorarse de un don nadie manco una chinita tan mona. La carga trágica del filme resulta evidente pero no pesa nada sobre su agilidad. En eso la película es un ejemplo de sabia concisión.

Lei Li sufre en silencio su tragedia. Por un lado, su destreza marcial continúa en la preparación de viandas y en servir con celeridad a sus clientes. Un auténtico malabarista. Este entrenamiento será vital de cara al futuro y es todo un detalle: no tenemos aquí el típico entrenamiento de nudillos ensangrentados sino un tipo que se dedica a hacer fideos con una mano, a lanzar docenas de huevos al aire e ir rompiendolos uno a uno mientras caen o a impulsar tazas y rellenarlas de licor según les manda la ley de la gravedad. Artes marciales aplicadas a un oficio que, por otro lado, convertirán al sufrido héroe en un luchador inaudito, pero no adelantemos acontecimientos.

Por otro lado, es el objeto de numerosas burlas a cargo de los secuaces de La casa del Tigre que de vez en cuando pasan por allí. Su carácter chulín y el punto débil de la habitual presencia de su amada por la zona no ayudan demasiado. Así que nuestro héroe sufre numerosas muestras de humillación y apaleamientos públicos y no puede hacer nada: juró dejar la práctica de las artes marciales y desconoce que fue víctima de una trampa. Y todo hubiera seguido igual de gris y chungo chungo si no llega a aparecer por la taberna un nuevo personaje, el sonriente "héroe" Fung.

Fung, otro experto en la técnica de las espadas gemelas, será el responsable del renacer moral del protagonista. Primero salvandolo de una brutal paliza, luego descubriendo su secreto y, finalmente, rescatando a su amada de un secuestro. Fung promete también retirarse y llevar a ambos (manco y chinita) a vivir a una granja. Un futuro de feliz vida campestre para un curioso y ambiguo triángulo que se escenifica con una imagen para el recuerdo: los héroes caminan abrazados mientras la chica se agarra a la manga del muñón de Lei Li.

Pero ese futuro idílico tiene un problema: la fama de Fung le lleva invitado a La Casa del Tigre. Allí, claro, el sádico Lung le tiene tendida una trampa para continuar con su juego favorito: el exterminio de los jóvenes héroes sin que su fama de imparcial quede tocada. El destino del jovial héroe es, desde luego, salvaje, marcando una de las escenas más gores del filme y toda una apología de la tragedia. La sangre y el descuartizamiento también pueden impulsar los sentimientos del espectador, apelar a su ira para que éste, el espectador, acompañe al héroe al cruento desenlace final.

Y llegamos, pues, al gran must de la película. Esa escena mítica que quedó grabada en la memoria de miles de niños españoles de la época. El puente. Todo un símbolo de la suspensión de la verosimilitud y de las "películas de chinos". El puente lo es todo en este filme. Todo lleva hacia él. Pero el puente no es sólo una larga escena de violencia exagerada e irreal. El puente es el final del camino. La regeneración del héroe, tras su paso por el cenagal de la amargura, se produce con la sangre de la amistad, pero también con la de la venganza. Y la venganza requiere litros.

Un espadachín manco, armado con una espada perteneciente a añejos héroes legendarios (no lo he explicado todo ni mucho menos), entrenado y curtido a base de preparar tortillas y fideos, capaz de complejos malabarismos que le permitirán oponer resistencia y solución a la técnica contra las espadas gemelas, atravesará un puente plagado de cientos de enemigos. Y no exagero. Chinos, chinos y más chinos hasta el chino malo final. Una orgía de sangre y una oda a la exageración épica. Yo les reto a un body count. La apoteosis del Wuxia Clásico. También es cierto que luego hay más muertes que cadáveres, pero qué coño, eso es un tema de extras disponibles.






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