26.4.05

A MÍ DAME UN PERCEPTO Y DÉJATE DE TRAVELLINGS



La gente que va al cine a causa del contenido de las películas es una minoría. Lo que atrae a las muchedumbres son los trucos, la sorpresa, los sustos”. (William Castle)

La sección con la que este Blog Ausente viene celebrando diversos festejos y aniversarios tiene sentido si las cosas se publican el día que toca. El domingo les fallé. Mis migrañas y tal. Ayer igual, con el añadido de que subir el post godzillesco de turno me llevó más tiempo del planeado. Así que rendir pleitesía al gran William Castle en el 91 aniversario de su nacimiento con un texto rapidito se ha retrasado un par de días. Como ya lo tenía más o menos preparado me salto mi propia norma, que, como todas, para eso está, para ignorarla cuando me dé la gana, y aquí lo dejo advirtiendo del retraso.

William Castle. La historia del cine es un poco injusta con el rey del truco, del gimmick. El cine nació en una barraca de feria. El cine es truco. Castle extirpó la trampa de la pantalla y la entregó en brazos del público. Sin verguenza, sin complejos y, encima, ganando dinero con ello. Un Hitchcock de saldo dispuesto a generar la algarabía del respetable.

Ya he dicho por aquí más de una vez que de pequeño mis gustos eran más bien siniestros. El Vampus y demás revistas con material Warren publicadas por Ibero Mundial de Ediciones eran mis lecturas favoritas. Precísamente Vampus incluía una sección del gran Luís Vigil llamada El Terror en el cine. Allí fue donde por primera vez tuve conocimiento de las artes y artimañas del señor Castle. Concretamente en el número 32, de abril de 1974. Mi mente preadolescente quedó entonces prendada con la idea de poder sentarme, por azar, en aquella butaca vibratoria llamada “percepto” y me pasé tiempo deseando, inocentemente, que algún día se estrenara The Tingler.



La película, obra magna de la serie B de los 50, explicaba la historia de un parásito que se adhería a la columna vertebral de los humanos. Su punto débil eran los sonidos fuertes, los gritos sin ir más lejos. En un momento del filme la pantalla quedaba en blanco y, a modo de sombras, el bicho ataca al proyeccionista. Los altavoces pasaban a anunciar la presencia delparásito en la sala, entre el público. Se animaba a éste a gritar con todas sus fuerzas (imaginen el jaleo) y justo entonces entraba en funcionamento el “percepto” citado, un asiento trucado con un vibrador en el trasero. Un truco de feria que devolvía al séptimo arte a sus orígenes.



Muchos años más tarde pude ver The Tingler en pantalla grande, en una copia nefasta, con el operador despistado y sin butaca con susto. La copia estaba en tan malas condiciones y el pase tan accidentado que cuando se produjo el (falso) ataque al proyeccionista los asistentes irrumpimos en un jubiloso aplauso. Puro disfrute.

The Tingler merece una revisón por mi parte algún día de estos, que el dividí de zona uno descansa en mis estanterías e incluye un celebrado documental sobre los trucos publicitarios de ese mago que fue William Castle. Pretendía explicar uno a uno el resto de sus invenciones y trampas: el emergo, el seguro contratado con la compañía Lloyds por si alguien moría de miedo durante la proyección, la presencia de enfermeras y ataudes a la entrada de las salas, el rincón del cobarde, la pausa del terror, la votación de castigos o el visor de fantasmas, pero creo que todo eso lo explica mucho mejor John Waters en este texto traducido, y si quieren leer más aquí les linko otro artículo en castellano
y una estupenda biografía en inglés . Y al que me hable de travellings le meto una hostia.

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