31.5.08

MAD DRUGS

Estoy disfrutando mucho con la lectura del primer volumen de Clásicos Mad (Planeta, 2008). Compila los doce primeros números de la mítica cabecera de historieta de humor. Se me había pegado una especie de meme según el cual el editor Bill Gaines se dedicó a MAD cuando cerró sus tebeos de horror, crimen y sci-fi por culpa del Comic Code. Que es cierto, pero desdibuja el hecho de que MAD existía antes del Comic Code y que, de hecho, fue coetáneo a todos esos maravillosos tebeos. Así que me sorpende descubrir la salvaje faceta del MAD primitivo (con Kurtzman, Wood, Severin, Davis y Elder, menudo repoquer). Según como se mire, MAD resulta ser tan o más subversivo que sus hermanos editoriales, por mucho que al final resultara ser el longevo superviviente, cosa que, en el fondo, perturba y tranquiliza a la par, aunque en parte se deba a algo aparentemente tan insustancial o pregrino como es el formato. Y ojo con esta afirmación, de nuevo según el punto de vista que se tome, el formato es importante y marca, curiosamente, el contenido. La supervivencia de MAD se debe a que tras la aparición del sellito autocensor de ser un comic book (como sus fallecidos hermanos) creció para adoptar el formato magazine que hoy, tras cinco décadas, mantiene.

Un buen ejemplo de lo que quiero decir es la historieta Flob was a Slob! (¡Fluebo era Bueno! en la edición de Planeta), publicada en el número 4 (abril-mayo de 1953) con guión de Harvey Kurtzman y dibujos del gran Jack Davis. La historieta es una parodia del subgénero de las chicas malas que se dejan llevar por el mundo del crimen; las chicas de reformatorio que proliferaron en tebeos pretendidamente verídicos y fálsamente moralizantes, muy de explotación pulp: visiten esta entrada. Y es, también, una clarísima muestra de como el cambio de historieta de subgénero a parodia de éste puede resultar bello y rompedor, especialmente cuando la locura y el absurdo slapstick realzan el carácter subversivo de los originales. Así, las historias de jovencita americana que se descarría terminan con la tragedia fatal o con la felicidad del arrepentimiento y la esforzada repurificación. Ya saben: el crimen no sale a cuenta. Pero... ¿qué pasa cuando se transforma ese esqueleto argumental con claves de humor aburdo e hiperbólico?


La historieta se abre con Ramona Snarfle rodeada de niños felices, con un áurea de inocencia y las lágrimas del sufrimiento en sus ojos. Su discurso nos dice que cometió errores y se dispote a narrar su (true) confesión

Ramona, cándida chica americana, explica su encontronazo con un apuesto chulo que la seduce con un par de sopapos , abandonando a su alelado novio de toda la vida (un freak obsesionado con la caza de mariposas).
Junto a su chulo, Ramona vivirá días de lujo y glamour.


Pero al final Ramona descubre el lado oscuro de su pareja: «Hay detalles que no se le escapan a una mujer, como cuando me llevó a vender cigarrillos a la puerta del colegio. ¡Cigarrillos que los niños llamaban porros!». Obviamente, el tipo se cansa y un buen día acabará dejándola tirada en medio de la calle. Como ven, el desarrollo es casi canónico con el subgénero tal y como se planteaba en los tebeos de la época, aunque sorprende, y mucho, la imagen del camello pasando cigarrillos de marihuana a los niños. Pero más sorprende aún el final, que dibiera ser de crimen y castigo, de culpa y expiación, pero es que ni siquiera lo aparenta: es pura y demoledora parodia: «He vuelto a mi verdadero amor y sé cuál es mi lugar: la puerta del colegio público, vendiendo porros a los niños (...) ¡Venga niños! ¿Quereis unos pocos? Dadme el dinero del desayuno. ¡Venga! ¡Venga!».
Tamaño final, con Ramona enajenada y feliz, rodeada de niños ávidos de fumar hierba, con la imagen (a estas alturas tan próxima a la leyenda urbana) del camello apostado en la puerta del colegio)... Brutal y sorprendente, a mi juicio, y mucho más demoledora que la de muchos relatos gráficos True Crime sobre droga, no por la visto (se vieron cosas que lo superaban) sino porque no hay expiación: el castigo es convertirse al mal, pero sin pena aparente. Y claro, luego llega uno a la parodia de Terry y los piratas (MAD 6, dibujo Wally Wood) y uno casi no da ninguna importancia a que los héroes se pasen toda la aventura con un fardo de opio entre las manos, de aquí para allá, o que el objetivo de la misión sea defender al occidental que controla el tráfico y que extiende el consumo de la droga entre la oriental población nativa, visión muy acorde con la realidad de las Guerras del Opio del colonialismo, en la que eran precisamente los imperialistas europeos los que imponían y se lucraban con el consumo del opio, por mucho que el pulp, como perfecto mecanismo pop de control popular que es, haya extendido el icono del pérfido oriental regentando un fumadero de opio. Las triadas chinas mutaron cuando descubrieron el potencial del tráfico de estupefacientes, que eso se lo enseñamos nosotros. Y en MAD, de nuevo, subvierten la historia para colarnos la realidad. Me quito el sombrero.

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