12.12.04

EL REGRESO DEL REY



Hace pocos días se cumplieron cincuenta años del estreno del primer Godzilla, aquí conocido como Japón bajo el terror del monstruo. En este blog ausente he hablado alguna vez de la pasión pajera que me supera cuando se habla de monstruos gigantes en general y Godzilla en particular. Y, la verdad, no podía quedar impertérrito ante tamaño acontecimiento mundial. Es por eso que abro hoy, con gran jolgorio y alegría, los festejos destinados a glosar tan grandioso icono pop, ya cincuentón. De momento me propongo ir revisando poco a poco algunas de sus películas, concretamente de la etapa clásica, las anteriores a su primer renacimiento en 1985, que son las que me hacen disfrutar de lo lindo. Pero me daba un poco de pereza iniciar este repaso desde el principio por varios motivos. El primero es que no hará más de un año que volví a mirarme la primera; el segundo es que no me apetece hablar del origen. Lo dejo para más adelante. Así que doy un pequeño saltito y me planto en la segunda entrega de la serie: Gojira No Gyakushu (1955), conocida también como Godzilla Raids Again, Gigantis: The Fire Monster, El Rey de los monstruos o Godzilla Contraataca, entre otros muchos nombres.

Vayamos por partes. Por un lado, la película no está dirigida por el gran Inoshiro Honda, resposable de la anterior y de algunas joyas posteriores, sino por un tal Motoyoshi Oda. De hecho, al igual que en la primera, parte del equipo técnico y actoral procedia de las películas de Kurosawa, cosa que se nota en el naturalismo de las escenas sin monstruo. Otro detalle es que la película se rodó muy rápido y se estrenó a los pocos meses, apenas cinco entre una y otra según la imdb. Esa velocidad forzada se nota sobre todo en el guión, que tiene algunos altibajos de consideración, como luego explicaré, pero no en el tema monstruil. Y es que el elemento novedoso que presenta se convertiría en seña de identidad de la saga: el choque de monstruos.

Aquí Godzilla no está solo. Le acompaña Anguirus, el segundo gran monstruo (por orden de aparición) de la Toho. Poco a poco, en posteriores títulos, se irá añadiendo una maravillosa galería de saurios y gigantes que producen lágrimas de alegría y emoción en el cerebro pajero. Rodan, Mothra, Mechagodzilla, Gidorah son los más conocidos pero ni mucho menos los únicos. Ya me ocuparé de ellos en el futuro. Ahora toca Anguirus, una especie de puercospín o armadillo gigante (inspirado por una vez en un dinosaurio real, el ankylosaurius) que camina a cuatro patas (por lo que en su interior iban dos japoneses bajitos). De momento, en esta su primera apaición, Anguirus es igual de malo que Godzilla. La personalidad de ambos variará con el tiempo.



La película, en blanco y negro (por segunda y última vez), se inicia con los dos aviadores protagonistas, Tsukioka y Kobayashi, descubriendo una isla en la que los dos monstruos se están dando de jumos. Rápidamente informan a las autoridades, que temen que Godzilla de nuevo encamine sus pasos hacia el archipiélago nipón (no puede ser de otra manera, claro). Recordemos que Godzilla había muerto en la primera entrega (se veía hasta su esqueleto) y que el científico inventor del artefacto salvador había fallecido llevandose su secreto a la tumba. Este problema de continuidad lo solventan rápidamente con una pajera teoría sobre la existencia de varios Godzillas, que si uno había resucitado por culpa de las bombas H, otro podría renacer en el futuro mientras se sigan explosionando artefactos atómicos en el Pacífico. No sólo eso, también hablan del nuevo bicho, Anguirus, dejando una frase para el recuerdo: “Tiene cerebro en muchas partes de su cuerpo, como en el abdomen o en el pecho”. Luego se proyectan unas imágenes de la primera peli en una pantalla para que los asistentes se den cuenta de lo chungo que está el tema y de que Godzilla se siente atraido por las luces, factor este que deben aprovechar de alguna manera.

Y a los veinticinco minutos ya tenemos el habitual avance marino de Godzilla hacia Osaka. Vaya por delante que la escena está rodada con tensión. Las pelis de monstruos gigantes aún eran de miedo. Las luces de la ciudad se apagan y los aviones van lanzando fuegos de artificio lejos de la costa para variar el rumbo del saurio radioactivo. Lo consiguen pero por desgracia unos presos fugados (hemos seguido todo el proceso y persecución automovilística, así, de golpe y sin avisar, casi como si fuera otra película) se meten un hostión contra una fábrica y ésta explota, por lo que la cosa ya se ha liado. No sólo Godzilla cambia el rumbo sino que también aparece Angurus, atraido también por tantas luces y explosiones. Y se arma de nuevo la de Dios entre ambos, con la ciudad de Osaka como ring de excepción. La verdad es que la pelea es larga y potente, aunque demasiado oscura (la ciudad está a oscuras y es noche cerrada). Al final nuestro saurio cincuentón le pega un muerdo al armadillo en el cuello y éste palma. Godzilla, cansado, se larga a ultramar.

Y es aquí cuando se produce el terrible bache del filme. Si a los treinta minutos de película ya tienes montado un épico enfrentamiento y un sinfín de imágenes de destrucción, porque la batalla es larga, no metas luego veinte minutos largos (del 40 al 60) de vida doméstica de los aviadores. Y encima dejando claro que uno de los bichos ya no va a volver a salir. Uno entiende que el fin de la 2ª Guerra Mundial no estaba demasiado lejano y que al público japonés quizá le gustara ver la reconstrucción de una ciudad y como, la gente, después de la masacre, sigue teniendo ganas de divertirse, bailar y pescar atunes y bacalaos. El naturalismo costumbrista que ya aparecía en la primera, pero que estaba mucho mejor ubicado en el metraje. Además, estamos en una peli de monstruos gigantes radioactivos que destruyen ciudades y se pelean entre ellos, así que a quién coño le interesa ver cómo viven y se divierten los japones de los años cincuenta.

Tras eso veinte minutos, los aviadores protagonistas se preocupan del futuro con un Godzilla por ahí suelto y parten en su búsqueda, localizándolo en una isla nevada. Se produce entonces un buen enfrentamiento aéreo con el monstruo con el objetivo de provocar un gran alud que lo sepulte. Una buena pelea final, con un Godzilla que por fin se ve nitido (antes era siempre de noche), con algún cambio respecto al original, más estilizado pero aún muy feo y hosco, lejos del simpático disfraz de las próximas películas. Ni que decir tiene que los heroicos aviadores triunfan en su misión, con alguna baja, ayudados de potentes reactores cuasi supersónicos que acuden en su ayuda. El alud no es muy allá y se notan demasiado las miniaturas del hielo, meros cubitos agrandados. Pero es un buen climax y la imagen de Godzilla siendo sepultado poco a poco mola.

Como detalle pajero decir que la peli se estreno enseguida en los EE.UU., pero con un montaje diferente. Por un lado, por un tema de derechos, desapareció el nombre de Godzilla, siendo en esta ocasión Gigantis, The Fire Monster. Por otro, se añadió un narrador en off que, por lo que cuentan las crónicas, metía unos sermones harto ridículos, provocando la hilaridad del respetable ante una cinta que en ningún momento pretendía ser tomada a cachondeo. Godzilla ya no regresaría a las pantallas hasta 1962, siete años más tarde, y lo haría acompañado de un gorila muy famoso: King Kong. Pero eso es otra historia. Les dejo con la reseña de Stomptokyo y con una galería de fotos de la película.


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