Los peligros de la necia droga están ahí, esperando a los imprudentes. Es algo que se sabe desde hace décadas, y dado que me interesa que cuiden ustedes su salud (para seguir vistándome y disfrutar de sus comentario), creo muy enriquecedora la lectura de este añejo decumento. Publicado en un número de 1954 de la revista Jóvenes, editada por el Centro Interno de Acción católica de Nuestra Señora de las Escuelas Pías, su inclusión, de entrada sorprende. En la España del régimen era, sin duda, un tema tabú.
Pero lo verdaderamente delicioso son algunos de sus pasajes, por no hablar de la hermosa ilustración de un señor crispado que acompaña la segunda página. Destaca, así, algunos de los datos que sobre España se describen: "el caracter sobrio y sufrido de nuestras juventudes y su religiosidad evitan fácilmente el contagio" o el hecho de que se redujera el consumo: de los 2000 consumidores de la República se pasa a los 400 de 1954. El generalísimo velaba por nosotros, es obvio. Y las escandalosas estadísticas actuales sólo pueden ser culpa de la fragmentada España de Zetapé, añado.
También resulta revelador constatar la existencia de la famosa leyenda urbana del repartidor de los colegios ya en esos años: "Para propagar el consumo de las drogas entre la juventud, los vendedores de marihuana se mezclan entre los muchachos a la salida de las escuelas, ofreciendo "inocentes" cigarrillos". Me hace gracia pensar en la que se armaría en estos primeros días de prohibición en España si alguien se pone a repartir cigarrillos inocentes, es decir, sin comillas.
Bueno, espero que disfruten del estilo dicharachero, de las dudosas estadísticas, de la descripción de los efectos y, en especial, de ese final en el que culpa del consumo de drogas ¡a las guerras! ¡Pues claro que sí!.
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