15.1.07

TRESCIENTOS TREINTA Y TRES DISCOS PARA AGITAR EL BOOGALOO ENCEFÁLICO # 018/333


ECHO AND THE BUNNYMEN : CROCODILES (1980)

No sé la razón por la cual hablar de este disco se me hace cuesta arriba cuando es uno de los clásicos de mi tocadiscos desde el día que lo compré. Y ha pasado mucho desde entonces: lo hice hace ya 26 años, cuando era un tierno adolescente totalmente influenciable por las críticas entusiastas dedicadas a grupos como más desconocidos mejor. En concreto la que apareció en un Vibraciones (estupenda revista musical de la época que en el futuro acabaría divergiendo en dos cabeceras: Rockdelux y Ruta 66). Lo cierto es que aquella reseña (no recuerdo de quien, probablemente de Ignacio Julià o Jaime Gonzalo) debía decir cosas tan bonitas y rotundas que de inmediato invertí parte de mi paga semanal en el disco. Un disco que he ido escuchando de manera más o menos continuada durante dos décadas y media; me convirtió en entregado seguidor de esta banda de Liverpool que por entonces abanderaba lo que alguien llamó Nueva Psicodelia (siendo, de largo, los mejores del lote). Quizá para muchos no sea Crocodiles lo mejor de los Hombres Conejo, aunque cuando me planteé qué disco de ellos escogía para la sección, lo tuve claro. Y antologías al margen, porque es evidente que la cuadruple Crystal Days: 1979-1999 es una joya.

La gran virtud de este álbum debut es, precisamente, la que lleva implícita esa condición: el ansia, la impetuisidad del que empieza con ganas y sabedor de lo que está haciendo. Echo and the Bunnymen ya empezaron siendo un grupo como Dios manda. Con un guitarrista multiusos como Will Sergeant ávido de guitarreos pero también de sutileza melódica, con una sección rítmica de cojones, con un bajo de esos que yo llamo ochenteros y con un señor batería. El fallecido De Freitas era majestuoso y de eso me percaté cuando los vi en directo allá por el '84 (y eso que nunca he sido de los que se fijan en el batería: lo mío siempre ha sido el guitarra furibundo con las patas bien abiertas). Quizá en un principio lo más endeble sea, precisamente, las aptitudes vocales Ian McCulloch, que mejorarían con el tiempo.

Crocodiles, pese a su envoltorio queridamente oscuro, resulta brillante y lleno de detalles. A los guitarreos y la epicidad de Going Up (presentes en el resto de canciones) le sigue la belleza melódica de Stars Are Stars, luego una pieza de post punk que juguetea con xilófonos (Pride), el ímpetu abstracto de Monkeys, la velocidad hija del punk de la que da nombre al disco, la impresionante Rescue marcando ese tono de oscuridad pop tatareable que llevaría al grupo a su gran éxito en listas cuatro años más tarde, la osadía de Villiers Terrace mezclando pianos con tatareos "pop shu wop" entonados con altiva dejadez, el uso del órgano asiniestrado y gótico de Pictures on My Wall (conectando con la psicodelia en su vertiente más rockista), la arrebatada All that Jazz o ese clarificador bonus garajero que es la impresionante Do it Clean que se antecedió en casi una década al gozoso revival de finales de los 80. Crocodiles es un discazo como la copa de un pino, plagado de detalles y de cambios de ritmo. Sutil y Ruidista. Oscuro y luminoso. Boogaloo encefálico.

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