8.5.06

TRESCIENTOS TREINTA Y TRES DISCOS PARA AGITAR EL BOOGALOO ENCEFÁLICO # 007/333



THE LYRES : ON FIRE (1984)


Fíjense en la portada: va directa al grano y es sincera. El instrumento que da nombre al grupo de Jeff Connelly (aka “Monoman”) ardiendo en medio del desierto. Esa es la clave: la combustión, probablemente espontánea, el ardor, las llamas. The Lyres fueron el grupo que surgió de las cenizas de los DMZ y este fue su primer y mejor lp, en pleno revival garajero de los 80. El disco, desde luego, no puede empezar mejor: del silencio surgen, como procedentes de una fiesta de ultratumba, los acordes de la impresionante Don’t Give It Up Now y a continuación le sigue el fuzz entrecortado de la no menos contagiosa Help You Ann. Dos temazos repletos de ryhtm’n’blues de actitud punk, inmediato y generoso en la saturación del órgano Vox de Mr. Monoman. Dos temazos que justifican un disco y que puestos ahí, al principio, obligan a escucharlo una y otra vez para poder seguir agitando la melena como un troglodita yeyé pasado de vueltas. Lo que las sigue tampoco es moco de pavo: un buen puñado de versiones que ponen el contrapunto más melódico, destacando especialmente las de los británicos Kinks: Love Me Till the Sun Shines o un Tired of Waiting tan glorioso como el original o la recuperación de piezas más bien ignotas como el I Confess de los New Colony Six; visitas a territorios más oscuros y más desgarrados que envían a tomar por el culo cualquier tipo de floritura pop (Doally y Soapy, precisamente las que abren la cara bé del vinilo son buena muestra) o momentos de ritmo monocorde que culminan con coros poseidos (váyase usted a saber por que espíritu del vudú atávico) como los de I Really Want You Right Now, sumergiendo al oyente en un estado de sincopada y sicotrópica posesión hipnótica. Y si alguno de ustedes le pone algún pero su procedencia del revival garajero de los 80 le diría que The Lyres más que eso continúan una línea subterránea que lleva de los Sonics a los Ramones pasando por los Stooges y por los obvios Kinks. Además, insisto, la clave está en la portada: un disco con fuego en ella que luego provoca sudor durante la escucha de los once temas que lo componían originariamente es, como mínimo, honesto.

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