15.3.05

SOMOS MALOS, PERO BUENA GENTE

El sábado acudí a un encuentro con amigos de la lista brutta. Me agradan esas quedadas ya convertidas en sana costumbre con seres que primero conocí de manera virtual. Luego los conoces físicamente y parece como si fueras amigo desde hace tiempo. De hecho, se han ido convirtiendo en el círculo social más cercano.

El punto de reunión eran los Encantes Viejos. Un Rastro caótico y sucio, como una tapa de albóndigas a la jardinera de tasca cutre, de esas que las miras detenidamente, con la vista fija, acabas viendo como las albóndigas se mueven lentamente arrastradas por los microbios y putrefacciones que sustentan su base. Un buen lugar, por tanto, para perderse. Yo casi no lo conozco. Mis piés siempre me llevan hacia el Mercado de San Antonio, en comparación, un lugar mucho más pijo y con usureros de mayor calado. Precisamente sobre Los Encantes le leí ayer al señor R. un post fantástico en Losmisteriososintervalosdesilencio.



Desgraciadamente, no pude conocer al enano ni contemplar la pierna ortopédica de El Rata que comenta el señor R. De hecho, me dediqué a escarbar entre las pilas de libros humedecidos por la lluvia del día anterior, rodeado de multitudes. La culpa la tuvo, sin querer, uno de mis amigos bruttos. Nada más llegar le vi adquirir el primer álbum que Bruguera sacó allá por 1968 de Aquiles Talón. Por un euro. Con traducción de Perich. Y me puse muy nervioso. Mucho. Lustros buscando un tebeo inencontrable y va y se lo compran delante mío. Cinco minutos antes. Yo, ciego de corticoides como voy estos días (ya les contaré) tuve un arrebato y me obcequé en encontrar otro ejemplar por la zona. Ya me dirán. Al final me conformé con un Lucky Luke que no tenía, una novelita de espias de Graham Greene, otra de fantasmas de MR James y un puñado de Dan Dares. Todo baratito. Los Dan Dares los compré porque me apetece releer Flesh, que era una serie muy primigenia de 2000 AD protagonizada por dinosaurios carnivoros y salvajes que se dedicaban al consumo indiscriminado de cowboys cronotemporales. Un dechado de buenos sentimientos creado por Pat Mills.



Luego acudimos a una tasca gallega de la zona. A llenar las tripas con pulpo a feira, chocos, patatas bravas, lacón y generosas raciones de vino turbio. Brindando por Al Capone y hablando de todo. Y digerimos bien el asunto porque nos soltaron sobre la mesa, tras los postres, un par de botellas de orujo casero. Y seguimos brindando por Al Capone y trazando planes para conquistar el mundo. Entre risas. Enfrentado nuestros amistosos egos. Rompiendo el ecosistema del bareto. Definiendo el 11S como “A Woody Allen le tiraron el Monopoly” y cosas así. Doña absenta y yo, que somos gente muy social, acabamos por arrastrar a los bruttos presentes a la Mansión Ausente. Y es que hay cosas que deben verse en la compañía adecuada.

Tras algunas escenas escogidas de La Nave de los Monstruos, el prólogo de Kung Fu Hustle o el volumen 2 de Japanarama (con Kitano ejerciendo de maestro de ceremonias en unos bizarros combates sobre un mar plagado de tiburones desdentados) les invité a la evasión sin verguenza de Disco Dancer. Nunca podré agradecerle lo sufiente a don Viruete tamaño descubrimiento. Se ha colocado veloz en lo alto de mi top hit particular de obras maestras. Superada por muy pocas.

Intentar describir esta producción bollywoodense de 1982 es harto complejo. La extraña sensación de estar viendo una película de esas de Manolo Escobar de finales de los 60, con secundarios como Bigote Arrocet, Chiquito de la Calzada y Lanza del Vasto, pasada por un tamiz hindú de horterismo disco llevado a su máxima expresión. Inenarrable. Indescriptible. Por mucho que pudiera largar letras y letras hablándoles de la desgraciada infancia del protagonista como músico callejero, del duelo de chasquidos de dedo con un grupo de matones, del Concurso Internacional de Música Disco y las muchas cosas que allí pasan y se ven, las peleas marciales con palos de hockey, las abigarradas decoraciones bhramapop de la casa de la chica rica y pija, el mercenario calvo y gordo de pelo en pecho y chaqueta de piel “a pelo”, los momentos nambla, la gestación y sufrimiento, por parte del protagonista, de guitarrafobia (en un contexto de música disco, no lo olvidemos), el uso de una narrativa cinematográfica tan básica que te deja perplejo. Y luego, claro, los muchos números músicales. Los más aberrantes que he visto en mi vida. Lazarov drogado. Mis amigos bruttos salieron de casa con la mente difusa, en silencio, absortos, desubicados tras asistir a una extraña ceremonia más allá del cine sicotrónico, más alla de los sentidos, más allá de la normalidad que nos asienta como personas cabales en el suelo, aunque éste esté humedo y apile libros de segunda mano a euro.

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