
Leo el último volumen de Martyn Mystere editado por Aleta (El poder del ídolo) y caigo de lleno en su objetivo: evasión y entretenimiento. Un noble propósito para un tebeo popular facturado industrialmente. Mystere es hermano de sello de Dylan Dog y comparte muchas de sus características, aunque la brillantez de los guiones de Tiziano Sclavi suele arrinconarlo a un segundo lugar. Creado en 1982 por Alfredo Castelli, personaje y escritor merecen tanto respeto como el otorgado al Detective de lo Oculto. Durante sus más de 25 años de vida, se han reciclado en sus páginas cualquier temática relacionada con el esoterismo, la ufología y lo paranormal, de Von Däniken a la conspiranoia pasando por la combustión espontánea. Flush. Y pese a la obligación de rellenar 90 páginas mensuales de fumeti, los guiones siempre están bien trenzados, son fluidos y se nota el esfuerzo en la labor de documentación sobre temas tan pantanosos. Imagino al bueno de Castelli leyendo cualquier obra del llamado realismo fantástico, es decir, literatura de fantasía con forma de no ficción (porque el género de la investigación paranormal y allegados no es más que eso) a la búsqueda de argumentos con los que entrener a sus lectores.
El poder del ídolo reúne los números 40 y 41 (1985) y el 260 (2003), aunque forman una misma historia alrededor del intercambio entre cuerpos (un criminal negro de Harlem y una jovencita wasp de Nueva Inglaterra) bajo el influjo de una deidad maya. Y aunque me gustó mucho más otro tocho anterior, El expediente Excalibur (con el Santo Grial, la lanza de Longinos, San Nicolás, los templarios y el esoterismo nazi de por medio, ahí es nada), uno se deja llevar por la historia y aplaude la forma en que 20 años más tarde se recupera un argumento dejado ahí en 1985. Un merecido premio para el decano seguidor fiel de la serie, por mucho que ese epílogo de 2003 muestre síntomas de cansancio en su maquinal transcurrir.
Leyendo estos tebeos de Bonelli, con sus 90 páginas que permiten una historia elaborada y su formato de novela popular pienso también en el concepto actual de novela gráfica, que parece abrazar la alta cultura desestimando el hecho de que también los bolsilibros son novelas.