No hace demasiados días me leí de un tirón (algo que hago a menudo, acumular tebeos y luego leerlos seguidos) los números que incluían las Ultimate Wars y la saga El retorno del Rey. Y miren qué cosa, según iba leyendo lo iba disfrutando cada vez más hasta llegar a un punto en el que me encontré a mi mismo, frente al tebeo, completamente ausente en su interior, disfrutando porque iban a haber hostias, y de las buenas, entre estos X-Men rebozados y Magneto. Y sí, me gustaron las hostias y lo disfruté como un cosaco. Un extraño paréntesis en la rutina. Enseguida, en el números de epílogo y despedida del guionista, regresaba a la tónica que te hace seguir leyendo entretenido pero sin emoción, devolviendo de nuevo los personajes porque ya no eran míos. Pero antes hubo ese momento mágico, el ataque a la base del Polo Norte, no sé muy bien si porque me pilló en un extraño momento de paz interior en el que hubiera disfrutado cualquier cosa, si porque el arranque de epicidad de ese número (el 18 español, 30 y 31 USA) me emocionó o si porque Millar había planificado muy bien la historia pensando en ese clímax heroico. Fuera lo que fuese lo cierto es que me arrebató (desde un punto de vista de implicación a hostias, de lector en calzoncillos) como hacía días que no lo hacía un tebeo de la Marvel, aunque sólo fueran unas pocas páginas. Y es que los momentos épicos y grupales a veces me pueden. A ver que tal viene la etapa Bendis (que no sé cuándo leeré, por cierto).
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Cíclope en gallumbos
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