«El espía, si se le deja solo, dirá lo que cree que uno quiere oír».Howard Hunt
«No se perfora un furúnculo si no se sabe hacia dónde drenará el líquido».Refrán de la CIA.
Me zampo, no sin cierto esfuerzo, las 1300 páginas de El Fantasma de Harlot, la novela que Norman Mailer dedicó a explicar su versión de la historia de la CIA hasta 1965 (si no tenemos en cuenta su extensa primera parte ambientada en los 80). Me aplico en la tarea porque me gusta Mailer, aunque menos que otros escritores vinculados con el llamado Nuevo Periodismo norteamericano, y porque me encantan todas esas historias sobre política, conspiranoia y mito de los EEUU en la segunda mitad del siglo pasado.
La lectura me satisface a medias, quizás porque perdura en mi mandíbula el puñetazo que me soltó James Ellroy en su posterior América. A su lado, claro, la aportación de Mailer se me antoja como una alargada novela gótica de espías. Hablo de novela gótica por ese extenso inicio en el que los personajes transitan por mansiones de Nueva Inglaterra rodeadas de lagunas y habitadas por fantasmas; y porque buena parte del desarrollo posterior toma como base una relación epistolar entre amantes que no han consumado su amor. De ahí el adjetivo de gótica. Eso la convierte, a mis ojos, en una obra extraña con un acercamiento sorprendente y, a ratos, hinchada, porque lo cierto es que esa historia de amor me interesa más bien poco, lo mismo que las digresiones de la fémina sobre los alfas y omegas de la mente humana, algo que Mailer suele colar en su obra. También me deja un poco a medio polvo que la historia termine justo antes de la llegada de Nixon al poder. Encuentro a faltar la oscuridad de ese periodo, y más cuando durante parte de la novela un tipo tan siniestro como Howard Hunt cobra protagonismo.
Tampoco puedo hablar de tiempo perdido porque me encanta la fontanería del poder, la creación de un monstruo burocrático que cobra vida propia y que nadie es capaz de controlar. Cuando Kennedy es asesinado, ninguno de los personajes puede garantizar su total inocencia porque desconocen si no fue un programa secreto por ellos iniciado el que llevó a ese resultado. La burocracia no es sino eso, una máquina que exculpa y disuelve. También disfruto mucho con la mezcla de personajes reales y ficticios. Yo es que veo transitar a Sam Giancana, Edgar Hoover o los cubanos de la Bahía de Cochinos y doy palmas de felicidad por esa descripción de la historia como habitáculo de ratas de cloaca, que es lo que ha sido siempre el entresijo de todo imperio.
2 comentarios:
<span>La leí hace muchísimo, cuando salió en Círculo de Lectores, y la idea con la que me quedé es que ser espía debe ser un trabajo bastante insípido: continuas durante un tiempo un trabajo que han hecho otros y no llegas a verlo terminado, son otros los que lo siguen, porque te mandan a otro destino donde también llegas a medias. En ningún momento tienes claro qué haces ni para quién. Muy alejado de ese ideal de novela negra y más un trabajo fincionarial tedioso.</span>
Y probablemente sea así.
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