"Hoy he aprendido una palabra nueva: Bomba atómica. Yo la vi. Fue como si Dios fotografiara algo."El joven Jim en la adaptación cinematográfica de El Imperio del Sol de J.G. Ballard. La frase, por cierto, no aparece en el libro.

"Primero: seudónimo extranjero.
Segundo: final feliz.
Tercero: que la acción no transcurriese en España".
"Tómese grana de lampazo , májese en un almirez, añádase el testiculo izquierdo de un macho cabrio de tres años, y un pellizco de polvos procedentes de los pelos del lomo de un perro enteramente blanco, cortados el primer día de la luna nueva y quemados el séptimo; póngase todo en infusión dentro de una botella, medio llena de aguardiente, que se ha de dejar destapada durante veinte y un días para que reciba las influencias de los astros. El día vigésimo primero, que precisamente será el primero de la siguiente luna, se pondrá todo a cocer hasta que la mezcla quede reducida al estado de papilla muy espesa, y entonces se añaden cuatro gotas de semen de cocodrilo recogido a debido tiempo, cuidando de pasar la mezcla en una manga. Despues de haber recogido el líquido que resulte, no hay más que frotar con él las partes naturales del hombre impotente y al punto hará maravillas."Extracto de El Libro Negro, grimorio de 1849 encontrado en ese lugar mágico y fuente de maravilla que es El Desván del Abuelito. No se pierdan el remedio para quitar el miedo a los niños.
Coleccionista sensacional a los 14 años
El estudiante de segunda enseñanza, Hendrik Klein, de Leonberg, cerca de Stuttgart, es, con sus catorce años, el más joven director de museo de la República Federal Alemana. Desde los ocho años organizó una colección de objetos de historia natural, que entretanto alcanzó tales proporciones que ya aparecieron especialistas de museos interesados en sus preciosidades. Científicos e investigadores en la República Federal Alemana testimoniaron su estima al joven colega, admitiéndole, ya en 1967, como socio de la Sociedad Paleontológica e invitándole a asistir al próximo congreso, en otoño de este año.
Hendrik Klein ya no sentía placer en guardar sus petrificaciones en cajas y cajones; además, en la cada de sus padres no había lugar para todo. Hendrik dio una vez más prueba de su iniciativa, resolviendo crear un museo. Con la ayuda de su padre y los consejos de un científico del Museo Estatal de Ciencias Naturales, en Ludwigsburg, organizó su museo particular en un área de sesenta metros cuadrados, donde en vitrinas y zócalos, tiene expuestas sus piezas.
Hendrik mismo descubrió en una gravera, en el Alto Rin, la pieza más preciosa de su museo: el maxilar superior de un elefante de la época glacial, cuya edad es calculada en un millón de años. En las vitrinas hay numerosas petrificaciones de animales invertebrados, de hierbas y de caracoles, así como de algunos huesos de animales.
No nos referimos al que imponen los comandos palestinos… vigorizados con sangre japonesa, ni al pavor que nos causan las facturas, ni siquiera al erizamiento capilar ante la forma de conducir de algunos. Nos referimos concretamente al terror gráfico.
No sé si ustedes se habrán dado cuenta, pero si se asoman a un kiosco de periódicos verán que no menos de siete revistas se dedican al terror: «Fantom», «Terror gráfico», «Dossier negro», «Terror macabro», «Vampus», «Cuentos góticos», «Horror», amén de otras publicaciones menos periódicas, pero igualmente cultivadoras del susto en cabeza ajena.
Y si nos metemos a examinar las carteleras cinematográficas, vemos que el género ha saltado del popular «Can Pistolas» de las Ramblas a los cines más encopetados. Considerando la enorme tirada de los «Comics» —casi todos ellos impresos en Bilbao, aunque no falten los catalanes—, se deduce de que uno de cada tres de nuestros conciudadanos se llevan cada día a la boca un vampiro, un hombre lobo, o un «zombie». Mis hijos, que ya no son unos niños, se llevan a casa cada semana un montón impresionante de tales espeluznamientos y, a ratos, cuando nadie me ve, los saboreo yo también.
¿Por qué? ¿Cuál es la razón de esta curiosa moda editorial, entendiendo que nadie editaría lo que no fuese negocio? Yo he hecho una pequeña y particular encuesta. Mis hijos dicen que son muy divertidos y que lo pasan bomba cuando un sujeto se convierte en un esqueleto a menos de zamparse dos litros de sangre ajena. Además, todos estos cuentos gráficos terminan mal. Es decir, no existe ya aquella regla moral de «El crimen no paga». A esto, confiesan: «Es que estábamos hartos de que siempre ganasen los buenos».
A veces pienso que en estas últimas palabras está la clave del asunto. Pero como acusar a la juventud de algo tan monstruoso como preferir que el mal prevalezca sobre el bien es falso, conviene matizarlo un poco. Yo no creo que los chicos, o los adultos actuales, quieran exactamente que ganen los malos. Lo que pasa es que hay «malos» de malos y «buenos» de buenos. Tenemos el ejemplo de cine americano. A nadie que se haya educado, visualmente, con el cine americano —una forma de invasión cultural que ha estado a punto de idiotizarnos— puede extrañarle esta reacción. ¡Cuántas veces, viendo esos inefables filmes donde los pieles rojas eran cazados como conejos, después de ser tan malitos, por el 7º o el 5º de Caballería, banderas desplegadas y toda la pesca, hemos deseado que los indios les dieran para el pelo a los soldaditos azules! ¡Ni manera! Y quien dice indios, dice «al peligro amarillo» o el nazi, o el ruso, o el coreano. Los yanquis han usado y abusado de su tremenda arma fílmica para ser ellos los buenos y los «otros» los malos. Va por rachas, según las conveniencias nacionales.
Nace posteriormente, un cine desmistificador. Héroes bastante bestias como James Bond, con licencia para matar. Pero, con todos los respetos, a James Bond no se le puede tomar en serio. Es, eso sí, el paradigma de algo que soñamos todos, pero que ni nuestros ánimos ni nuestras grasas nos permiten. El buen burgués, que llega trinando a casa porque le han endosado una multa a causa de un mal aparcamiento, llega a creer que la sociedad está mal constituida, que él, precisamente él, es un perseguido. Y sueña con ser James Bond que, aparte de no tener nunca problemas con la grúa, las conquista a todas y además se carga a media humanidad con armas ingeniosísimas.
Un pasó más son esas películas, esos libros, donde la policía es mostrada en toda su realidad. Hombres como cada quisque, con problemas conyugales, cansancio acumulado y dificultades con las trabas legales. Hombres que incluso en su aspecto pueril son preferibles a aquellos otros ridiculizados por un detective privado más listo que ellos (?) Y a no tardar, las publicaciones, los filmes puramente informativos, que nos van diciendo, día a día, con la cruda realidad de los hechos, que la sociedad de consumo, o sociedad del ocio, está conociendo otras formas de la delincuencia _que ni soñarse podían hace cincuenta años.
La moraleja es evidente. No es que se quiera que ganen los malos. Es que se desea, incluso es necesario, que los buenos justifiquen su victoria, y que la justifiquen no sólo al pandero de una moral nacional, sino de una ética internacional. Algo que ya nuestros romances antiguos re cogían, cuando los chicos cantaban al corro: «Vinieron los sarracenos/y los dimos para el pelo/que Dios ayuda a los buenos/cuando son más que los malos». Viene todo esto a significar que el mundo ya no está para maniqueísmos de vía estrecha, que hasta los buenos deben esforzarse, con la razón, el sufrimiento y la ley al lado, para conseguir la victoria. Una victoria que, en realidad, apenas existe, porque en la vida todo es echar parches y los problemas nunca se resuelven enteramente, sino en la medida cotidiana que permite ir aguantando.
Por otra parte, esos «zombies», tales vampiros, cuales licántropos, son, en cierto modo como los «buenos» camp. Risibles de tan exagerados. No causan miedo, porque o bien regresan de la época victoriana o llegan del futuro. Porque, eso sí, gran número de nuestros monstruitos actuales vienen de planetas desconocidos, algunas veces encarnados en mujeres de formas bellísimas, ligeras de ropa y tal. Gran parte del éxito de los «Comics» reside en las heroínas tipo «Barbarella», «Jodelle», «Lone star», tan ligeras de atuendos como de costumbres, que si bien no han circulado en España, han dejado su impronta en los dibujantes, entre los cuales tenemos los mejores del mundo, pero... que trabajan para el extranjero.
Que el mundo, la Sociedad, está bastante deschavetado, no es ningún secreto. Pero pedir a los chicos actuales que lean el repelente «Juanito» es demasiado. Prefieren, eso creo, algo que no pueden tomar en serio. Las carcajadas que suenan en algunos cines cuando el vampiro de turno hace «muuu...» y sacude su capa roja, son de antología. Con los «comics» ya se ríe uno menos, y hasta a veces se piensa algo; pero todo ello no cuaja excesivamente.
Como fuere, la cosa está así. La moda impone sus monstruos, sus hombres masa, sus «spiderman», sus frankensteinitos, sus chavalas imponentes bebiendo plasma sanguíneo. A lo mejor, dentro de diez años, volvemos a las fábulas morales, al general Custer masacrando pieles rojas, el héroe guapetón que se carga sólito —sin cargar a su vez el revólver— a veinte enemigos. A lo mejor. Yo, mientras, francamente, prefiero que los malos no sean tomados en serio a que tal cosa sucediera con los buenos.
Tomás SALVADOR
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