23.5.09

EL TEMPO DE LOS NIÑOS


(Nota: esta entrada es una traslación a texto, más o menos fiel, de mis palabras en la presentación de Mistigri, el comic de Stygryt y Nacho Casanova editado por Edicions de Ponent).

Para ejercer de padrino/presentador de Mistigri debo reconocer que me falta una de las patas. No conozco a su guionista, Stygryt, y, de hecho (y más grave) tampoco conozco su obra anterior. Bueno, lo de que no le conozco, tras la lectura del tebeo, resulta un algo incierto pues me ha contado algunos retales de su infancia y su familia.

Mistigri es una historia de recuerdos narrados desde el punto de vista de un niño. Esto último, la perspectiva infantil, suele dar buenos resultados, aunque eso no significa que sea cosa fácil. Supongo que es algo ligado a la infancia que se evoca cuando el relato es el de un niño, un tipo de magia o sentimiento que acude cuando el conjuro se hace bien. Más importante es que sea una historia de recuerdos, que siempre son fragmentados y por reconstruir. Así, Mistigri es fiel a los recuerdos porque se cuentan como se recuerdan, despiezados.

Y aún más importante que todo lo anterior es el tempo. Mistigri tiene un tempo delicado y sutil, el tempo de los niños, que no es el mismo que el de los adultos. El niño juega y sueña y se aburre a un ritmo diferente, y tras él esta nuestro tempo, el de los mayores, más rápido y carente de magias. En Mistigri se cruzan los dos tempos de una manera estupenda, en primer y segundo plano de las viñetas. Supongo que es mérito del guionista, pero creo que ahí la labor de Nacho es vital, aunque sobre esto hablaré más adelante.


No quiero explicar detalles de cómo el mundo adulto se infiltra en el mundo infantil del protagonista, y de cómo el Stygryt adulto la recuerda; pero para que se hagan una idea les contaré una historia. Mi abuelo enviudó relativamente joven, a los 60. Como vivía en una casa muy grande, enorme, se requería una criada. Por aquel entonces le iban muy bien los negocios y la casa tenía toda una ala para el servicio (de hecho, siempre hubo criada en casa de mi abuelo). Así que se contrató a una chica bastante joven que allí se instaló. Y pasó lo que tenía que pasar. A mi abuelo le gustaban demasiado las mujeres y la chica se dejaba visitar por la noche. Cuando se enteró el resto de la familia aquello debió ser un escándalo. No lo recuerdo muy bien y tampoco he indagado demasiado. La chica fue despedida, pero de inmediato mi abuelo le alquiló un pisito y continuaron sus amorios. Una tarde, yo debía tener unos siete años, acompañé a mi abuelo a hacer unos recados, o me recogió de algún sitio. No sé. Pero lo cierto es que paró un momento en el piso de la chica y subimos unos minutos. Días después se me debió escapar el suceso ante mi madre, que me sometió a un interrogatorio. Recuerdo que me hacia una pregunta reiterativa: “¿estaba gorda? ¿la viste con más tripa?” Yo, claro, no entendía aquella pregunta. Estaba en mi mundo, en mi tempo, y todo eso me sonaba a chino. Ahora, que soy adulto, reconstruyo ese recuerdo y sé lo que quería saber mi madre. Y por si sienten curiosidad por el final de la historia, sí, debía estar gorda porque pocos meses después me nació un tío que es más joven que yo.

Esa es la forma en que el mundo de los adultos se infiltra en el tempo de los niños. Uno está jugando con sus soldaditos y por detrás pasan cosas. Y todo eso está pero que muy bien trasladado en Mistigri. De hecho, el recuerdo familiar que les acabo de contar llegó a mi cabeza tras leer el tebeo de Stygryt y Nacho. Y también recordé mi caballero blanco de Ajax, un soldado que debían regalar con el detergente y que me acompañó buena parte de un verano hasta que se perdió en la playa, supongo que enterrado.


Les decía antes que la presencia de Nacho como dibujante me parecía vital para Mistigri. No sólo porque es un estupendo historietista, sino porque también tiene mucho de niño, de niño diablillo por acotar un poco. Y si no me creen pueden acudir al segundo volumen de su Autobiografía no Autorizada, donde descubrirán que aún hoy come menús infantiles cuando va de restaurante.

Conocí a Nacho cuando pegaba lametones por los foros invisibles de Dreamers. Se llamaba La Vaca Nacho en honor de su fanzine, Como vacas mirando el tren, que se llevó el premio del Salón de Barcelona hace ahora una década. Ahí experimentaba bastante. Luego desapareció hasta que, desde hace dos años, lleva un carrerón impresionante como tergiversador de historias. También se trasladó a Barcelona, así que tengo la suerte de disfrutar de su carácter dicharachero a menudo y de verle con sus cuadernos. Porque Nacho es dibujante de cuaderno, que es algo que me fascina porque da sentido a las libretas. También es cierto que nunca le he visto dibujar en ellos.

Decía que Nacho lleva un carrerón impresionante. Y la mar de productivo. En un par de años: dos volúmenes de su deliciosa Autobiografía no autorizada (el primero editado por Bang y el segundo por Diábolo); Un día (Dolmen), historia de una pareja de yonquis de Ciutat Vella cuyas conversaciones Nacho escucha por la ventana mientras dibuja (y que tuve el honor de prologar); y ahora Mistigri. Y cada tebeo es mejor que el anterior. Un carrerón impresionante, ya les digo.



Y ya para acabar. Hace un tiempo reivindicaba en mi blog la crítica olfativa. Supongo que es puro fetichismo por el papel y la tinta, pero sé que son muchos los lectores compulsivos que, como yo, huelen los tebeos y los libros. ¿Y saben una cosa? Mistigri huele de puta madre. De hecho, no hay hoy un tebeo que huela mejor.

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