19.12.08

EUROWESTERN DE AYER Y HOY


Tal como entra en casa me zambullo en las páginas de Bandido guapo, segunda entrega del Gus de Blain. Quizá recuerden lo mucho que me gustó y, sobre todo, me sorprendió la primera. Ese western fabulado y de fantasía en el que los bandidos se ven envueltos en romances más propios de la corte de Luís XVI me cautivó por completo. La segunda entrega tiene el problema de que esa capacidad de sorpresa se ha perdido, e incluso reconozco que en algún momento la historieta más larga, Triunfo, rozó peligrosamente lo cansino... hasta que llegué a sus mágicas últimas viñetas, aquellas en las que el pistolero perseguido pierde en su huida los objetos símbolo de su aburguesamiento y despojado de ellos da media vuelta enfrentarse a sus perseguidores, como antaño convertido de nuevo en un forajido (de leyenda) cuyas acciones Blain retrata casi siempre en veloces estampas y elipsis de violencia. Y pienso entonces que quizá la seducción a que me somete ese final no hubiera sido el mismo si la historia estuviera contada de otra forma.


Bandido Guapo toma el género con libertad total, como es habitual en Blain. Romance y tiros, amantes que son escritoras de culebrones rosagóticos y familias que agarrotan la libertad del forajido. Un Oeste repleto de mujeres guapas y libres y pistoleros que leen pulps; pero también donde encontrar homenajes a los escenarios naturales de tantas películas, y a las películas en sí, como la escena que inicia el álbum y que remite de inmediato al inicio de Hasta que llegó su hora. Por no hablar de bicicletas o cementerios indios escarbados en la montaña. Y luego está esa idea, tan bella y que es motivo de portada, en la que el forajido polvoriento sueña con ser un Fantomas de guante blanco como vía de escape y supervivencia romántica a la imparable llegada de la modernidad. En definitiva: un tebeo muy grande.




Tras Gus, me acerco a otro eurowestern más canónico, el Durango de Swolfs en su reciente edición de Planeta (que reúne los tres primeros álbumes). Lo recordaba (poco) de la edición ochentera en la colección de álbumes de Metal Hurlant (también Grijalbo editó alguno) y leyéndolo ahora me doy cuenta de lo injusto que se es con esta saga. El problema de los westerns europeos en tebeo (aunque hablar de problema no es precisamente lo correcto) es la existencia de, al menos, tres obras maestras (Blueberry, Ken Parker y Comanche) por las que juzgar a todas, y Durango es otra cosa, una recreación del western de derribo y bajo presupuesto rodado en régimen de coproducción en los desiertos de Almería. Y los tres imprescindibles títulos citados arriba son otra cosa.


Y ahora, leyendo Durango, le veo todas esas referencias al espagueti polvoriento y disfruto con ellas. Swolf no busca a Ford o Hawks, ni siquiera a Leone, sino a Corbucci. E incluso el protagonista no se asemeja a Eastwood sino a Franco Nero. El primer álbum, Los perros mueren en invierno, se retroalimenta (como buena obra de derribo) de dos películas por las que siento devoción desmesurada: Il grande silenzio (paisajes nevados, un pistolero clavado a Kinsky) y Django (el sadismo hacia el héroe, las heridas que sufre, el tiroteo final). Esa tónica prosigue en las otras dos historias, y hasta se permite guiños muy concretos: al inicio de Trampa para un pistolero Durango compra una Mauser y el vendedor le explica que perteneció a un pistolero mudo (referencia total al Il grande silenzio, de nuevo); además de que eso de la fascinación por el arma tuneada también es muy propio del eurowestern pulp. También llama mi atención ver como la violencia aspera se adueña de las historias, todas con guión de bolsilibro a lo Silver Kane, todas llenas de tipos malos que disparan a los niños, de cobardes de todo tipo, de balas y sangre. Y pienso entonces que Durango está mucho mejor de lo que recordaba.

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