La novena entrega de las Reflexiones de Repronto es una de las que evidencian más mi mano, así que espero que sea de su agrado y que el Dr. Repronto no me despida antes de iniciar la segunda temporada. Por cierto, en la espiral de dejadez que últimamente me invade, no anuncie por aquí los capítulos 7 (Arte Contemporáneo) y 8 (Tecnologismo). Una verguenza.
Buenos días, Sr. Briggs. El General Río Dominguez, dictador de Santa Costa, tiene su cuartel general en el Hotel Nacionale. Hemos sabido que dos cabezas nucleares proporcionadas a Santa Costa por una potencia enemiga se hallan en la cámara del hotel. Su uso es inminente. Sr. Briggs, su misión, si decide aceptarla, será sacar los dos artefactos nucleares de Santa Costa. Como siempre, tiene carta blanca en cuanto a método y personal. Pero, por supuesto, si usted o alguno de los suyos fuera asesinado o capturado, el secretario negará todo conocimiento de sus actos. Como siempre, esta grabación se autodestruirá un minuto después de romper el sello. Ah. Bienvenido otra vez, Dan. Ha pasado mucho tiempo.
Acabo de publicar mi análisis del primer episodio, el piloto, de Misión Imposible en EliteVisión, una de las razones por las que este Blog ha estado algo parado durante el fin de semana. Sepan que he disfrutado diseccionando el piloto como si de una rana de laboratorio se tratase. Y cuando disfruto doy lo mejor de mí mismo. Es un análisis extenso y dicharachero donde no faltan referencias al GAL, los Hermanos Marx o Chávez. Por haber, hay hasta un huevo de pascua. Espero que lo localicen mientras disfrutan de la lectura.
Como ya sucediara los años 2005 y 2006, Juan Carlos Paredes (muy buen amigo al que aún encuentro a faltar en Sitges) me envía para compartir con todos ustedes su crónica de la 18 Semana Internacional de cine Fantástico de San Sebastian. La publicación la comparto con Spaulding, por cierto, así que no les extrañe verla también por los exitosos territorios de mi cuñado. Que conste que hemos procurado no repetir cromos visuales. Por mi parte, también he enlazado cuando corresponde aquellas pelis que ví y reseñé en Sitges este año, por si quieren comparar opiniones y tal, que siempre está bien.
SAN SEBASTIÁN 2007 XVIII SEMANA DE CINE FANTÁSTICO Y DE TERROR Por Juan Carlos Paredes
A orillas de la Concha y comandando el casco viejo de una de las ciudades más bellas de Europa (no es que conozca muchas, esa es la verdad), se erige el vetusto Teatro Principal, mazmorra de asesinos en serie, maniacos y delincuentes varios; portón secreto de mansiones decrépitas, hoteles y casas encantadas; lugar de encuentro para alienígenas, vampiros y zombis, y sede, un año más, y va por la edición número dieciocho, del mejor Festival de cine fantástico y de terror del mundo (tampoco es que conozca muchos): el de San Sebastián.
A dos cintas españolas les ha correspondido este año el arriesgado honor de abrir y cerrar el certamen. Se inauguró con Los cronocrímenes (2007), prometedor aunque algo trastabillado debut en el largo de Nacho Vigalondo tras la merecida nominación al Oscar hace dos años por su cortometraje 7.35 de la mañana. Para la clausura se dejó Rec (2007) de Paco Plaza y Jaume Balagueró. La gran sorpresa de la Semana, la mejor película de sus directores y, salvo El Maquinista, lo único verdaderamente extraordinario de estos últimos años de fantasías desconchadas y terrores con efluvios de serie B apolillada de Filmax. Nadie podía imaginar que ese programa televisivo para conocer una noche cualquiera en un parque de Bomberos de Barcelona iba a derivar en esta pesadilla desenfrenada concebida para palpar el buen miedo. Salpicada en ocasiones de humor negro, la película hunde sus raíces en el estilo de The Blair Witch Project y pega algunos traqueteos cuando se aparenta a 28 días después y sucedáneos, pero hora y media de divertido acojone no se lo quita nadie.
Por otra parte, el festival donostiarra ha servido este año para presentar algunos de los más esperados filmes norteamericanos del año: el 1408 (2007) de Mikael Hafström, el innecesario remake (cuál lo es) de Halloween (2007) a cargo de Rob Zombie, y la tercera entrega de Resident Evil a manos del australiano Russell Mulcahy y con el epíteto esta vez (y no será verdad) de Extintion (2007). Pero también se ha aprovechado para endosar a los animados espectadores vascos y a la concurrencia mediática internacional con algunos de los menos: la inenarrable Sé quién me mató (I Know Who Killed me, 2007), de un tal Chris Sivertson, cuyo crédito para hacer películas se cimentó por lo que se ve a partir del montaje de May de Lucky Mckee; la versión manga de Highlander, subtitulada The Search for Vengueance y cuyo estreno en los Estados no pasó del video, lo cual no sorprende viéndola pero sí después de saber que su director es Yoshiaki Kawajiri, respondable de la preciosa Vampire Hunter D.; y la muy, pero que muy, escatológica y poco, poquísimo, divertida Poultrygeist: Night of the Chicken Dead (2006) de Lloyd Kaufman, amo y señor de la inefable Troma Entertainment.
Entre medias de ambas circunstancias, nos encontramos con dos productos curiosos. Feast (2006, John Gulager) es una especie de Abierto hasta el amanecer pero con extraterrestres cabreados. Nada nuevo, vamos. Lo curioso aquí son sus productores. Tomen nota: Wes Craven, Matt Damon y Ben Affleck. No comments. El otro es el El diario de los muertos (Diary of the Dead, 2007) de George A. Romero. Y ¿a que no adivinan de qué va, así por el título y por el director? ¿De zombies? Pero, ¿cómo lo han adivinado? Pues eso, enésima revisión del ‘zombismo’ a cargo de un Romero incombustible y un poco pesado ya, la verdad, en la que cómo novedad cabría decir que, a la manera, otra vez, de El proyecto de la Bruja de Blair, los protagonistas graban en video sus intentos de sobrevivir al ataque de unos muertos que, como gráciles ave fénix, renacen para ponernos de su parte.
También de Estados Unidos, en coproducción con Canadá, nos amenazan con nuevos episodios del Masters of Horror 2. A cuál peor interpretado, a cuál con peor guión. Reconozco que ni cuando comenzó la serie con mucho entusiasmo y cuatro duros fui muy partidario de ella. Ahora que hay algo más de pasta y la producción roza la dignidad, el talento escasea alarmantemente. Y así, The Damned Thing (Tobe Hooper, 2006) es insustancial; The Washingtonians (Peter Medak, 2007), una perfecta tontería; Pelts (Dario Argento, 2006) es muy floja, y The Screwfly Solution (2006) de Joe Dante es si acaso pasable.
Tampoco levantaron demasiadas pasiones este año las cintas orientales. Las películas de fantasmas de Corea del Sur eran antaño las auténticas joyas de cualquier festival de cine fantástico, pero llevan algún tiempo de cadena caída. Epitaph/Gidam (2007) de los Jung Brothers no asusta aunque tampoco tengo claro que lo pretenda. Bonitas imágenes, realización clásica, pausada, elegante, pero la historia, dividida en tres cuentos, no interesa demasiado. Aunque la que sí que no interesa para nada es Aachi & Ssipak (2007, Joe Bum-jin), la otra producción coreana en el certamen, un manga gamberro, escatológico y trepidante que funciona como broma durante el primer cuarto de hora, pero que, una vez pasada la novedad, cuando ya conocemos “la banda del pañal” y cómo se las gasta su líder cuando le llevan la contraria, se vuelve pesadísima. De Japón cabe destacar, y solamente por su voluntad paródica, Dainipponjin (2007) de Hitoshi Matsumoto. Arranca con interés, con misterio: todos estamos deseando saber a qué se dedica un señor corriente y moliente a quien un periodista, cámara en mano, le hace un seguimiento total. Resulta que, de repente, llega un aviso. Monta en su motillo, llega a un edificio gubernamental y sale convertido en un gigante con los pelos tiesos y tatuajes hasta en el paladar para defender la urbe del ataque de otros seres descomunales mucho más estrambóticos todavía. Francamente indescriptible.
Hablando de tatuajes, la neozelandesa The Tattooist (2007), de Peter Burger, cuenta el obsesivo recorrido de un artista de la modificación corporal (como se autodenominan ellos) que no duda en robar ideas y un antiguo artilugio para tatuar que lleva el enfadadísimo espíritu de un maorí impregnado y que se encarga de finiquitar en sangre el trabajo comenzado en tinta. Lineal y básica, pero bien rodada, el producto final entretiene. Mucho mejor de todas formas nos fue con la otra producción que nos llegó desde la patria de Peter Jackson. La Criatura Perfecta (Perfect Creature, 2006) de Glenn Standring es, a partes iguales, un bellezón visual y, aunque tiene ciertos argumentos y una estilizada estética como para que no decepcione a nadie, un guión flojito (después de muchas epidemias, una nueva raza de vampiros conviven en armonía con los seres humanos, hasta que uno de los primeros decide exprimirle la yugular a unos pocos de los segundos). Carente de chicha, de más vigor argumental, es triste que el malo no tuviera una razón con algo más de peso que la firme decisión de acabar con todo el mundo por la, como todos sabemos, compleja razón de que es el malo.
Pero los platos fuertes se aproximaron a San Sebastián desde bien cerca. Francia presentó Frontière(s) (2007, Xavier Gens), un visita a La matanza de Texas pero llevada a la adorable campiña gala. Allí, en unas minas abandonas, en vez de una familia de matarifes, se esconde una de germanófilos hambrientos de carne fresca, en ambos sentidos. Bueno, pues allí llegarán unos pobres diablos que huyen de las barricadas francesas tras el triunfo electoral de la extrema derecha. Y allí se quedan algunos, claro, o al menos una parte de ellos. Sin contar nada novedoso, se destapa con una puesta en escena poderosa y una estupenda profundización psicológica de los participantes (nada habitual en estos saraos sangrientos). Maravilló en todo caso la escalofriante À l’intérieur (2007) de los debutantes Julián Maury y Alexandre Bustillo. La cinta es un divertimento para las personas que les divierten que otra persona se pase en la pantalla dos horas torturada, acongojada y con mucho dolor. Y si además la sujeta está embarazada y con cuadros depresivos porque sufrió un accidente de coche y su marido ha muerto, mejor. Y si, además, una mujer de negro (impresionante Béatrice Dalle) la hostiga insistentemente debido a una antigua deuda, pues entonces se convierte en la velada perfecta. Si no se siente atraído por mis crueles argumentos, lo entiendo, pero borre entonces A l’Intérieur de sus posibles opciones cinéfilas para el próximo sábado.
La gran vencedora entre el público fue en todo caso la danesa How to Get Rid of the Others (2007) de Anders Ronnow Klarklund, cuyo crédito anterior, Strings (2004), una conmovedora y original historia en la que las vidas de sus personajes, marionetas, (de)penden de las cuerdas que los manejan, fue de largo la mejor película en el Festival de Sitges el año de su presentación. En esta ocasión, disfrutamos de una cáustica distopía, tan divertida como provocadora. El gobierno danés ha promulgado una nueva ley: quitar de la circulación, por decirlo de manera suave, a todo aquel que no sea productivo para su país, que prevarique, que sea un proxeneta, que haya estado más tiempo de baja que cotizando o, por supuesto, que amenace este nuevo y totalitario statu quo. Ronnow Klarklund, inteligente (cualidad que tuve, por cierto, ocasión de comprobar in situ, en una maravillosa velada con unas cigalitas por en medio), sabe que si quieres que te escuchen, la suavidad y las buenas maneras no sirven: debes escandalizar.
Aparte de una variada selección de títulos imprescindibles para el ciclo American Gothic, entre los que destacan La noche de los muertos vivientes, El otro o La matanza de Texas, y el buen gusto en la recuperación de un incunable como La mujer en la Luna (1929) de Fritz Lang y la deliciosa THX 1138 (1971) de George Lucas, el certamen vasco siempre sobresale por el esmerado repertorio de sus cortometrajes. No se pierdan, si tienen ocasión de cazarlos, ni el francés Même les pigeons vont au paradis (2007), de Samuel Torneaux, ni, sobre todo, el australiano The Cat and Claudia (2006), de Lily Coates: rara vez se vio tanta delicadeza mostrando la muerte como en estos 13 minutos filmados en ese frío tono azul con el que el cuerpo humano recibe su mortalidad.
-Entonces, ¿usted sabe cosas secretas? ¿Como lo del Area 51 y los illuminati y todo eso? -Eso te mola, verdad? -¡Tío, es un apasada! Las cosas que esos cabrones pueden hacer, mensajes subliminales en la tele, y... transplantar adn alienígena al cerebro de la gente, y... ¡todo lo demás! ¡Estamos hablando de la gente que dirige el mundo de verdad! -Por amor de Dios. Hughie, esos memos son incapaces de dirigir el mundo. Y no hay sociedades secretas, ni illuminati, ni el departamento X reunido en una sala que nadie sabe que existe. No hay nada de eso. Es la vieja compañía de siempre. Gordos y capullos sentados en sus despachos pensando maneras de vigilar a la gente. Solo para mantener el mundo exactamente como está. Es decir, el poder en manos de los poderosos. Es decir, el status quo.
Diálogo extraido de la imprescindible The Boys de Garth Ennis y Darrick Robertson. La evocadora imagen que encabeza también.
A finales de verano, Dani enviaba un enlace que me llenó de gozo: el Top 20 de experimentos bizarros, un listado que sirve de promo al libro Elephants on Acid, sin duda una segura compra futura allende los mares. La ciencia y la Paja es uno de los temas más querido por aquí desde el principio de los tiempos ausentes ya que acostumbra a demostrar que la ficción pop de derribo nunca supera la realidad, aunque se pueda tener la percepción contraria. Vamos, que el Dr. Phibes es pura sublimación de la realidad... a la baja. Dicho lo cual, les dejo con los 20 experimentos más bizarros de la histora a la espera de sus reflexiones al respecto. Recuerden que pueden ampliar la información acudiendo al enlace original o escarbando por la red.
1. Los Elefantes lisérgicos
En 1962 un grupo de investigadores de Oklahoma suministró LSD a Tusko, el elefante del zoo de la ciudad, para satisfacer la gran duda que mueve todo experimento: ¿qué pasará? Se esperaba el ataque de ira elefantil que todos conocemos de las películas de Tarzán, pero Tusko se estiró en el suelo y la palmó. La conclusión del experimento fue, por tanto, sencilla: los elefantes son extraordinariamente sensibles al ácido lisérgico. Posteriores investigacioness revelaron que la afirmación final ni era correcta ni generalizable.
2. El Test de obediencia de Milgram
En 1960, psicólogos de la Universidad de Yale bajo la dirección del Dr. Stanley Milgram quisieron probar los límites de la obediencia humana. Se simuló una prueba en la que los verdadero conejillos de indias desconocían serlo; se les pedía que fueran subiendo el nivel de electrocución de otra persona, a la que creían verdadero voluntario (y en realidad un actor), ante las respuestas incorrectas de éste. Llegados a un punto, se les hacía creer que la siguiente descarga sería letal, pero que debía llevarla a cabo para el buen resultado del experimento. 2/3 de los voluntarios aceptaban y, con reparos, apretaban el botón en un experimento que sin duda fue referenciado en el episodio Hogar, agridulce Hogar de Los Simpson.
3. El perro con dos cabezas de Demikhov
En 1954 el cirujano soviético Vladimir Demikhov implantó la cabeza de un perro en otro, consiguiendo un perro con dos cabezas. Aplausos enlatados. Demikhov repitió el experimento en una veintena de ocasiones: ninguna de sus criaturas sobrevivió más de un mes.
4. Implantación de heterosexualidad en varón homosexual
En 1970 Robert Heath, de la Universidad de Tulane, aplicó la localización septal del centro del placer en el cerebro humano al cambio del comportamiento sexual. Para ello, se dedicó a estimular electrónicamente el centro de placer de un homosexual, el paciente B-19, llegando al máximo estímulo ante la presencia y la interacción triqui triqui con una joven prostituta. Parece ser que tras la experiencia, B-19 regresó a sus antiguas prácticas, vinculadas a la prostitución homosexual, pero consta en acta que algún escarceo posterior tuvo con mujeres casadas. Heath lo consideró un pequeño éxito parcial de su experimento. Más que cambiar su sexualidad, se la había ampliado. Tiene todo el sentido del mundo: somos resistentes a cambiar nuestros hábitos placenteros pero podemos incrementarlos sin problemas.
5. Las Cabezas de perro vivientes
A este experimento ya hice referencia al hablar del Nexus de Baron y Rude. En 1928 el científico soviético Sergei Brukhonenko mostró ante la prensa el autojector, un aparato que permitía que una cabeza de perro separada de su tronco permaneciera con vida (es un decir), y reaccionara ante estímulos como la comida, durante un corto periodo de tiempo (unas pocas horas).
6. El híbrido mono-humano soviético
En 1927 el biólogo soviético Ilya Ivanov viajó a África con la intención de fecundar chimpancés hembras con esperma humano. Tras repetidos fracasos, que atribuyó a las condiciones de trabajo, regresó a la URSS con Tarzán, un orangután, y localizó voluntarias humanas dispuestas a la inseminación. Tarzán murió antes de conseguir resultados e Ivanov acabó desterrado en el gulag siberiano. Don C. Rancio ya nos puso sobre aviso al respecto: al parecer el experimento estaba apoyado por el kremlin estalinista en su deseo de crear super-guerreros híbridos. Quizá Putin nos sorprenda un día de estos.
7. El Experimento de la Prisión de Standford
Sin duda, el más conocido de la lista. Philip Zimbardo, continuando el experimento de la obediencia de Milgram, consideraba que la estructura de poder era una de las causas de la violencia intrínseca al sistema penitenciario. Dividió al grupo de voluntarios en dos grupos, guardas y prisioneros, y se simulo la prisión. El experimento se le fue de las manos, por su propia fascinación ante lo que sucedía; en sólo seis días los vigilantes habían desarrollado humillantes métodos de sumisión. De hecho, se revelaron ante la suspensión del experimento. En 2001 la aceptable película alemana El Experimento se inspiró libremente en el suceso. A la postre, el experimento de Standford justifica como humanos sucesos como los de Abu Graib.
8. La Expresión facial del decapitador de ratones
En 1924 el psicólogo Carney Landis quisó vincular determinadas expresiones faciales estandarizadas a sensaciones como el disgusto o el shock nervioso. Carney iba fotografiando a los voluntarios, pintados con líneas que realzaban sus facciones, según les enseñaba pornografía o les hacía oler amoníaco. El momento cumbre llegaba cuando les pedía decapitar un ratón. Al igual que con Milgram, 2/3 aceptaron continuar, aunque Landis no se percató de que la obediencia ciega era más interesante que el estudio de expresiones faciales.
9. El gourmet de la fiebre amarilla
Sin duda, impresionante. A principios del siglo XIX el Dr. Stubbins Ffirth estaba convencido de que la reducción de casos de fiebre amarilla en invierno indicaba que no era tan contagiosa como se creía, así que se propuso demostrarlo científicamente ¿Cómo? Pues el tipo, ni corto ni perezoso, inició su experimento practicando pequeñas incisiones en su brazo para luego impregnarlo del célebre vómito negro característico de la enfermedad. No contento con ello, y viendo al no enfermar el éxito de su teoría, procedió a beber vómitos, orines y sangre de infectados en una imparable espiral escatológica. Todo por la ciencia. Hoy se sabe que la fiebre amarilla sí es contagiosa, aunque habitualmente se transmite a través de picaduras de mosquito al entrar directamente en el flujo sanguíneo. Así que el Dr. Ffirth más que un genio de la medicina fue un tipo afortunado... y un guarro de cojones.
10. Los beneficios del lavado de cerebro
En la década de los 50s el Dr. Ewen Cameron llevó a cabo su milagroso tratamiento para la esquizofrenia mediante la escucha de mensajes grabados en loop permanente mientras se duerme; concretamente su mensaje era el siguiente: “La gente te quiere. La gente te necesita. Confía en tí mismo”. Horas y horas. Al parecer funcionaba, o eso decían sus pacientes, generando la muy usaca industria de las cintas de autoayuda que tanto hizo, temporalmente, por la oratoria de Homer Simpson.
No contento con ello, el Dr. Cameron comenzó a experimentar con una nueva frase: “Si ves un papel en el suelo, lo pisas”. Y sí, sus pacientes lo pisaban, cosa que llamó poderosamente la atención de la CIA. Cameron pasó a formar parte del secreto proyecto MK-ultra de control mental, aunque su relación con la agencia gubernamental acabaría años más tarde por escasez de resultados. O eso dijeron, que ya sabemos que lo subliminal le tira mucho a las agencias gubernamentales. Cameron, por cierto, se dedicó posteriormente a la investigación de los poderes paranormales.
11. El transplante de cabezas de simio
Seguramente inspirado por el perro de dos cabezas de Demikhov, en 1970 Robert White intercambió quirúrgicamente la cabeza de un mono, es decir, se la quitó a uno y la transplantó al cuerpo de otro. El mono, por cierto, se puso como una moto nada más despertar, arrebatado por la ira y la violencia. Murió al día siguiente. Ante las críticas recibidas, White comentó que la gente debería hacerse a la idea de que un día, en el futuro, el transplante de cabezas será posible. Los seguidores de Futurama lo tenemos bastante claro, tanto como los de Frankenstein por lo que respecta a la ira del transplantado redivivo.
12. El Toro de Lidia por Control Remoto
Orgullo español he sentido al descubrir que uno de los experimentos bizarros tiene hondas raíces celtibéricas, aunque se desarrollara en Córdoba bajo la supervisión de la Universidad de Yale. Concretamente en verano de 1963 y en la plaza de toros de la ciudad andaluza. Allí, el Profesor José Delgado se plantó ante un toro bravo y, cuando este se disponía a embestirle, toqueteó los mandos de su Estimoceiver y el animal se detuvo.
Delgado fue un pionero de la estimulación electrónica del cerebro. El toro tenía un (suponemos enorme) chip implantado en su cerebro, sensible al envío de señales de radio, mediante el cual se le podía provocar reacciones básicas (amor, rabia) así como afectar su movimiento por control remoto. Sin duda, inspiró al Aborrecedor marvelita, aquel supervillano (en realidad, Hitler) que cabreaba las masas y causó algún problema a los 4 Fantásticos. También Dylan Dog acudió al tema en su número 176. José Delgado siguió experimentando con chimpancés, ayudado por su esposa Carolina, hasta su regreso a España en 1973, de donde había marchado tras la Guerra Civil.
13. El Niño y el mono
En 1931 el psicólogo Winthrop Kellogg quiso criar un chimpancé como si fuera un bebé humano. De hecho, lo crió de manera idéntica a su recién nacido retoño, como hermanos sin diferencias de especie. El objetivo de educar a la vez a mono y niño, a Gua y Donald, era comprobar si el comportamiento humano y la inteligencia eran fruto de la educación. De hecho, le interesaba especialmente la comunicación oral. Desafortunadamente, Gua nunca desarrollo el habla, pero su presencia afectó el desarrollo oral del niño, que enseguida se comunicaba mediante los mismos sonidos que el mono, es decir, el proceso era inverso al deseado. Así que el profesor Kellogg abortó el experimento tras casi un año de convivencia infantil.
14. El Sabor de tus uñas es muy amargo
Con anterioridad a las casetes del Dr. Cameron, el Profesor Lawrence Leshan ya practicó el mensaje subliminal con un grupo de jóvenes crónicos mordedores de uñas. Primero con un fonógrafo y luego, ante la rotura de éste, a viva voz, aprovechaba el sueño de los muchachos, en una misma habitación, repitiéndoles toda la noche el mismo mensaje: “El sabor de tus uñas es muy amargo, El sabor de tus uñas es muy amargo”. Según sus datos, un 40 % de los pacientes se alejaron del feo vicio, aunque al parecer se trata de un experimento, bautizado como hipnopedia, bastante rebatido con posterioridad. Aún así, su carácter paupérrimo me fascina bastante, con esa imagen del doctor largando el mantra uñil noche tras noche. Quizá hubiera sido bueno analizar los efectos que en él produjo.
15. El Cadáver Humano Electrificado
En 1790 Luigi Galvani descubrió el efecto de la electricidad en una rana muerta. Su discípulo, Giovanni Aldini, fue un poco más lejos. En 1803 aplicó electricidad al cadáver del asesino George Forster, bien fresquito tras la ejecución por sus crímenes. Ante los asombrados espectadores, aplicó calambres a las orejas y boca del ajusticiado y éste se convulsionó, abriendo el ojo izquierdo y mirando a Aldini. La aplicación de electricidad en el recto provocó que al cuerpo muerto le entrara el baile de San Vito. La experiencia propició que durante esa época se intentara reavivar totalmente algunos cadáveres más. Una muestra de Steampunk en pos de la vida eterna abocado al fracaso, pero que sin duda alcanzó la pop culture, vía Mary Shelley, muy pocos años más tarde.
16. Visión Gatuna
En 1999 el equipo de investigadores de Berkeley dirigido por el Dr. Yang Dan insertó electrodos en los ojos de un gato y los conectó a un ordenador. Básicamente, con el gato sedado, se trataba de que estos electrodos convirtieran la señal nerviosa de la vista en datos que podían reconvertirse en imágenes en la pantalla del ordenador. La visión gatuna era un hecho. Algún día, la telerrealidad no necesitará cámaras, sino un par de cables bioconectados, USB mediante, al globo ocular. La revolución audiovisual es imparable.
17. El mínimo estímulo sexual de un pavo
Otro experimento bizarramente asombroso por su proceder metodológico es el que Martin Schein y Edgar Hale, de la universidad de Pennsylvania, llevaron a cabo en la década de los 60s. Intrigados por la constante excitación sexual de los pavos macho, quisieron averiguar cuál era el mínimo estímulo ante el cual la evidenciaban. El procedimiento seguido era terriblemente sencillo: se cogía una pava, se le cortaba una extremidad y se colocaba ante un macho. Este reaccionaba sexualmente, así que se repetía la operación amputando una segunda extremidad. El resultado del experimento fue que el mínimo estímulo sexual que necesita un pavo para ponerse cachondo es la cabeza de una hembra clavada en un palo. Esperemos que a nadie se le ocurra repetir el experimento con humanos.
18. ¿Te quieres acostar conmigo?
Todo un mito universitario, y un experimento quizá no necesario si extrapolamos conclusiones tras un visionado serio de un clásico del tamaño de Desmadre a la Americana. En 1978 el campus de la universidad de Florida se llenó de bellas y bellos estudiantes que acosaban a los transeúntes con una propuesta soñada por muchos: "¿Te quieres acostar conmigo esta noche?" No hubo sorpresas: el 75 % de los varones acosados contestaron afirmativamente (y con felicidad radiante); en cambio, ninguna de las chicas preguntadas aceptó la propuesta de los jóvenes machos (e incluso tendían a responder airadamente). El Profesor Russell, cabeza del experimento, había demostrado lo obvio, que es cosa que conviene hacer de vez en cuando.
19. Electrocuta la mascota
El experimento de obediencia de Milgram convulsionó la comunidad científica. Charles Sheridan y Richard King, por ejemplo, pensaban que el sorprendente resultado podía deberse a que los engañados hombres conejillo adictos a la obediencia ciega se percataban de que el falso voluntario era un actor que simulaba el dolor. Así que para confirmar el experimento psicológico era necesario que el dolor no fuese una simulación. Para ello nada mejor que un dulce y tierno perrito al que electrocutar. 20 de los 26 voluntarios llevaron obedientes los voltios al máximo; los 6 voluntarios que se negaron a continuar eran varones; ninguna de las 13 féminas se negó, de lo que deduzco que toda jamona lleva una dominatrix en su interior, aunque llore al electrocutar yorkshires con lacito rosa.
20. Latidos de pánico.
En 1938, John Deering, condenado por asesinato a la pena de muerte vía fusilamiento, aceptó voluntariament someterse a un experimento sin precedentes. Un electrocardiograma registraría sus latidos antes de morir. Pese a su aparente calma exterior, el criminal alcanzó primero los 120 latidos por minuto cuando se le ponía la capucha y los 180 instantes antes de recibir el impacto de bala. Acudiendo a la popular frase hecha: la procesión va por dentro.
Les dejo listado abajo el enlace a todos los textos e imágenes que he dedicado a festejar el miedo y algunos de sus iconos durante la semana. A nadie escapará que la reseña dedicada a La Marca del Vampiro y la previa con algunos detalles biográficos sobre Tod Browning pertenecían también al especial, pero llegaron tarde porque... bueno... porque no hay tiempo para todo. El hecho de que precisamente la noche del 31 de octubre la Mansión Ausente quedara sin energía eléctrica también ayudó; pero celebrarla a la luz de las velas comiendo castañas y panellets tiene su encanto.
Quiero dejar constacia de que estoy muy contento del especial. Pese a su aparente dispersión forma un todo que veo cargado de sentido y será muy difícil de igualar en años venideros. Al final han quedado fuera un par de enlaces que espero comentar a lo largo de la semana, una semana en la que debo chupar cintas y dejar listo el primer episodio imposible. También quiero dejar constancia de que pedí un enlace para descargar la banda sonora de Mad Monster Party y Enemetec lo descubrió aquí. No sé a qué esperan. Esto de pedir esta bien: ¿alguien a localizado elinks, torrents o descargas directas de números de Famous Monster of Filmland o su versión española? Cruzo los dedos. Por cierto, al final de la guía compilativa de enlaces he añadido otros especiales de Halloween que han llamado mi atención. Espero no dejarme ninguno.
Truco. 3. m. Ardid o artificio para producir determinados efectos en el ilusionismo, en la fotografía, en la cinematografía, etc. Trato. 5. m. coloq. Contrato, especialmente el relativo a ganados, y más aún el celebrado en feria o mercado.
Hay un trato no escrito entre el contador de historias y el aficionado al género fantástico: no traicionarás la fantasía. El trato es tácito, tiene su sentido pero como todo acuerdo supone un límite y, al final, hay un pescado que se acaba mordiendo la cola, pues, como es sabido, la fantasía no tiene límite... ¿o su límite está en la realidad? Ustedes deciden. A un aficionado estándar al fantaterror le molesta enormente que, al final, los vampiros no sean vampiros sino actores. Por eso el aficionado estándar al fantaterror no le presta atención a Scooby Doo, a Max Audaz o a La Marca del Vampiro. Traicionan el trato. Son impurezas. Sin percatarse que la libertad está en lo impuro.
La Marca del Vampiro tiene mucho de obra maestra no reconocida y, aún más, de película personalísma. Y eso que la Metro, en el regreso de Tod Browning al género tras el desastre de Freaks (sin duda, el filme más extremo de la historia), metió de nuevo las zarpas, temerosa. Y aún así el director de Garras Humanas la llevo a su terreno, al truco de feria. Al fin y al cabo Browning pasó muchas horas meditando al respecto.
La Marca del Vampiro es una película de explotación realizada cuando el término no existía pero sí las intenciones. Cuenta la historia que la Metro quería apuntarse al carro del terror de la Universal con una copia del exitoso Drácula estrenado unos años antes, aprovechando que su director estaba vinculado al estudio y que Lugosi estaba libre. Par evitar problemas legales, la película tomaría la fórmula de remake de London After Midnight, también de Browning y con Lon Chaney encarnando al que fue el primer vampiro del cine norteamericano. Un filme hoy perdido del que sólo sobreviven fascinantes imágenes.
La película, que empezó a rodarse bajo el título de Vampires of Prague, explica como en una zona aún temerosa de vampiros, la muerte del Barón local parece tener su marca. De hecho, un par de vampiros (Bela Lugosi y Carroll Borland) parecen recorrer los parajes con nocturnidad mientras proceden a vampirizar a la hija del fallecido. Un cazador de vampiros (Lionel Barrymore) se hace cargo de la situación ante los reparos de un inspector de policia poco dado a lo sobrenatural. A falta de un cuarto de hora del final se descubre que todo es una pantomima policial preparada para descubrir al verdadero asesino del barón. Un asesino al que se ha estado sugestionando con la historia para poder hipnotizarlo al final como medio para demostrar su crimen.
El aficionado al fantaterror ve así roto el Trato. Además, la ruptura es de una tremenda brusquedad, ya que el Truco ha hecho que todos los personajes vivieran inmersos en una fantástica atmósfera de horror gótico, cuando en realidad no era así. Añadan que, encima, los vampiros (cuyos paseos nocturnos se llenan de incoherencia cuando uno rebobina el argumento) no sólo serían actores sino que estarían alineados en las filas del Bien, algo que no pasa nunca: habitualmente el fingimiento de lo sobrenatural oculta el mal humano. La ruptura del trato resulta así hasta ofensiva para el fan de lo terrorífico más conservador.
Así pues, La Marca del Vampiro funciona como copia del Dracula de 1931 durante buena parte de su metraje para luego acudir al argumento de London after Midnight, con la variación de que en aquella Lon Chaney interpretaba un doble papel de policía y vampiro que aquí se desdobla en Lugosi y Lionel Atwill, mientras el protagonismo acaba por recaer, según avanza el metraje, en el cazador de vampiros luego transmutado en ilusionista de la hipnosis que interpreta un divertido Lionel Barrymore que, al parecer, rodó muchas de las escenas en estado de embriaguez, desbocado en su alcoholismo galopante. Su sobreactuación no molesta, e incluso encanta (recuerda un algo al genial Profesor Abronius), porque la película a menudo acude al humor vodevilesco, cosa que aún provoca más retortijones en el aficionado conservador. Además, lo reconozco, el humor no es un terreno en el que Browning se moviera a gusto.
La tirantez entre Browning y la Metro se explica a través de dos historias que no acaban de encontrar justo acomodo entre sí. Por un lado, es seguro que la productora éliminó veinte minutos del metraje de Browning (dejandolo en los ligeros 60 minutos con que ha pasado a la posteridad). Eso explicaría, según algunos, las incoherencias argumentales y su brusquedad. La otra historia nos dice que cuando el filme se rodó, con el título de Vampiros de Praga, era en realidad una verdadera historia de vampiros en la que el Conde Mora (Bela Lugosi) llegaba a su condición de no muerto tras volarse la tapa de los sesos (cosa que explicaría la marca que luce su personaje en la cabeza) ante los remordimientos de la relación incestuosa que mantenía con su hija Luna (Carroll Borland). El suicidio lo convertiría en un vampiro que contagiaría a su hija para continuar la maldita relación durante toda la eternidad mientras sembraban de mordiscos los parajes cercanos. Como ven, una bellísima historia que asustó tanto a la Metro (ya repleta de prejuicios antre el fracaso de Freaks) que obligó a rodar el nuevo final que la convertía en remake de London after Midnight.
Sea lo que fuera, lo cierto es que La Marca del Vampiro rompe el Trato. ¿Qué la convierte, pues, en una obra maestra del género? El Truco. El Truco del Browning rebelde y feriante que hace todo lo posible por seguir llevándola al terreno del circo ambulante, con sus trenes fantasma, sus gitanas adivinadoras, sus ilusionistas de la hipnosis y sus falsos resucitados. El truco de veinte centavos plasmado en dos elementos: disfrutar de su teatralidad y vestirla de una fascinante puesta en escena que ha llegado hasta nuestros días. El disfrute de la teatralidad está en la hipnosis a la que se acude al final, en las puertas de criptas que se abren de una manera tan chirriante que parecen las de unas atracciones que invitan al espectador a adentrarse en su interior de falsa fantasía, en los murciélagos que revolotean cada dos por tres, en las arañas y armadillos que aparecen tras los muebles de la mansión como si fueran autómatas de esa misma atracción, en el recorrido de los vampiros por la casa, en los cementerios llenos de lápidas, niebla y buhos. Ver la película en clave Pasaje del terror de baratillo es un disfrute que les recomiendo.
Pero luego está el gran valor de la película, aquel ante el cual no hay nada que reprochar: su potencia visual vampírica. La introducción de la historia en el maravilloso cementerio en el que una garra calavérica (¿o una azada olvidada?) atrapa la falda de una gitana, los carruajes que corren desbocados (algo a lo que luego recurriría la Hammer con frecuencia), un Bela Lugosi grandioso pese a no abrir la boca en toda la película, la fantabulosa escena del salón vampírico en la que una alada vampira desciende del techo (y donde el ansia de truco antes comentada se revela fascinante), en los paseos nocurnos o la actividad voyeur de los vampiros a través de las ventanas. La puesta en escena es de una sugerencia fantasmagórica brutal realzada por maravillosos efectos de sonido.
El otro gran detalle para la historia del vampirismo fílmico es plasmar, por vez primera, el lesbianismo. La vampirización de la hija del Barón no la lleva a cabo el Conde Mora-Lugosi sino su hija Luna. Es ella quien muerde y quien atrae a su víctima. Vampirismo entre féminas, un gol que Browning le metió a la Metro sin que esta se percatase. Jugando, además, con la gran baza del filme, el gran acierto, su gran encanto: Carroll Borland, la madre icónica de todas las vampiras. El referente directo de las Morticias Adams, Lilys Munsters, Vampiras edwoodianas y toda la siniestralidad femenina que de ahí cuelga. Todas descienden directamente y sin reparos de la estética de una actriz en buena parte responsable de sí misma en la construcción de un icono inmortal. Porque Carroll Borland apenas regresaría al cine (Fred Olen Ray la recuperó muchas décadas más tarde). Porque Carroll Borland era, en realidad, una protopajera del vampirismo: estudiante dotada y precoz, se enamoró del Dracula teatral de Lugosi y quiso ser vampira, alcanzó su sueño en La Marca del Vampiro y luego se retiró a la vida universitaria mientras mantenía su amistad con Lugosi o escribiendo novelas póstumas sobre vampiros. Carroll Borland, con su palidez inquietante, su larga túnica mortuoria, su oscura melena y su caracterización total del vampirismo femenino forjó un hechizo visual imperecedero y luego se retiró de escena dejando que este se apoderara de la cultura pOp. Dejó libre el espíritu de Halloween para vampirizar a los estetas de la subcultura.
Y para acabar, les dejo el trailer de la época. Un trailer especial porque en él Lugosi ejerce de presentador, teniendo, así, más líneas de diálogo que en el propio filme, donde no dice ni mú hasta en el epílogo final, aquel en el que los actores que han hecho de vampiro comentan lo mucho que han disfrutado con su actuación. Un final de Truco que ha roto el Trato. Un extraño chiste autorreferencial del Browning feriante.
"Es bonito quedar marcado para siempre con una película de Terror que descerraje tu puta alma y te deje los sentidos hechos una puta pena, masticando tu cerebro y lamentando tu razón, si ustedes me entienden."
Toby Dammit, el amigo de Charlie Manson, desde las entrañas de la pasión escupe sapos y culebras, como debe de ser. Un arrebatado más, confirmando big bangs magnetoscópicos y televisivos, infancias felices rodeadas de monstruos, sangres y tripas. Y ahora, que levanten la mano aquellos que un día dedicaron todo el recreo a comentar como un zombi le arrancaba una teta a una recepcionista. Sí. No Profanar el Sueño de los Muertos. Mis Terrores Favoritos. Chicho Ibañez Serrador. Otro hechicero de espíritus infantiles. Viva la revolución.
"Tod Browning permanece en su tumba, comiendo bolas de leche malteada. Tiene 22 años y ha muerto muchas veces, aunque normalmente sólo permanece muerto un día. Pero hoy es diferente, estará enterrado durante 48 horas, el máximo tiempo para asombrar a los palurdos. Desde que cinco años atrás marchó de casa, Browning había hecho de todo en la feria, desde maestro de ceremonias hasta contorsionismo, pero su interpretación del Hipnotizado Cadáver Viviente era el punto más bajo de su carrera como artista vagabundo. Formaba parte de una troupe que recorría el Mississipi con sus atracciones, de Ohio a la desembocadura del río. El espectáculo ambulante se convertía por un tiempo en la feria de atracciones local, llevando su especial sentido de la diversión por las grandes vías fluviales del corazón de América. Y el tipo de espectáculo que atraía al público sureño a principios del siglo XX debía ser sensacional, bizarro y de otro mundo, como si anticipase las maravillas y terrores de la nueva era. Viajeras familias de enanos. El Hombre Salvaje de Borneo. Patentes de fantásticos brevajes medicinales. Cadáveres vivientes que resucitaban ante tus ojos. Por un tíquet de 22 centavos podías presenciar el entierro de Mr. Tod Browning, fallecido de manera inesperada el día anterior, y regresar al siguiente para su exhumación y resurrección mediante hipnosis. Lo normal es que durase un día, permanecer enterrado dos ya era más delicado, pero mucho más espectacular para un freak-show ambulante de fin de semana, y desde luego garantizaba la satisfacción popular. La primera vez fue la peor. “Cuando escuchaba la arena golpetear el ataud mientras me enterraban, sentía escalofríos” explicaría Browning a un reportero años más tarde. Durante un tiempo, intentó disfrutar de alguna manera de su confinamiento subterráneo. Aquellas largas horas muerto le vinían bien para pensar, decía, esa era la oportunidad. En opinión del entrevistador, “esos periodos de intensa reflexión subterránea ayudaron bastante para el devenir futuro de Tod porque despertaron la chispa de la genialidad que dormitaba en su interior. ¿qué tipo de pensamientos se tienen confinado en una asfixiante caja de madera, enterrado a un par de metros, bajo una tonelada de tierra? Browning no conocía técnicas de respiración yoga (el ataud tenía ocultos un sistema de ventilación y una reserva de bolas de leche malteada para mantenerle con vida), pero aceptaba el extraño e inalterable estado de conciencia en el que se sumía durante el transcurso de sus traumáticas experiencias subterráneas. Esos cinco años de vida ambulante habían cambiado su vida. Ya no era Charles Browning, el niño del coro con una voz angelical que asombraba a la congregación. Ahora era Tod Browning, sin dirección fija, que se las ingeniaba como podía para conseguir dinero fácil. En todas partes había paletos a los que engatusar. Descubrió la existencia de una América hambrienta de espectáculos y asombros, a la que parecía no preocupar su desarrollo cutre o la evidencia del montaje. Un terreno abonado que debía explotar más."
Fragmento de The Monster Show: A Cultural History of Horror (David J. Skal, 2001)
“Un delicioso pozo de sabiduría completamente inútil”
“Cuando entro en el blog ausente lo hago con la esperanza de encontrar lo inesperado”
“Es como encontrarse un libro cojonudo en un mercadillo de viejo sin editorial visible y con dedicatoria ilegible en portada”
“Va camino de ser la mayor y más grandiosa tesis sobre la Cultura Pop, hecha en nuestro idioma”
“Nos recuerda constantemente que toda esa obsesiva (y subversiva) corriente de cine de saldo y subcultura de derribo, y su extraña mezcla de belleza y miseria, discurre simultanea a lo cotidiano.”
“Es curioso que le resalten la calidad, cuando la mitad de lo que habla es sobre como la falta de ella crea momentos sublimes”
“Un estuche de monerías, de veras”
"Absence es un honesto padre de familia que mantiene una doble vida como investigador de la cultura popular y/o abismática en (casi) todas sus manifestaciones. Es buenísimo y pulveriza mis prejuicios acerca de este emergente medio de expresión." (El Sr. Monstrenco)
"El Cahiers Du Cinema de Serie Z"
"sin ningún titubeo lo consideramos el mejor blog de cultura popular hecho nunca, y quizá que se haga nunca. Es el más inteligente, el más claro, el más preclaro, el más informado, el más informante, el más bonito, el más dinámico y el mejor surtido" (Javier Pérez Andújar)
"abs se merece aun màs comidas de polla"
"chiripitiplastificante, retroefervescente y galvanoplastificante"
"El blog ausente ya es una referencia"
"Se debería estudiar en los colegios"
"En los dominios del señor Absence está todo tan equilibrado/desequilibrado (parte gráfica, contenido, continente, formas) que asusta a la par que engancha"
"La mitad de las cosas de las que habla o no las conozco o no me interesan. Y aún así le sigo diariamente."