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26.3.15

LOVECRAFT Y EL HORROR CÓSMICO URBANITA


"Las cosas orgánicas que rondaban por esa espantosa cloaca no podrían calificarse de humanas, ni siquiera torturándose la imaginación. Eran monstruosos, nebulosos bosquejos del pitecántropo y la ameba, toscamente modelados en alguna arcilla hedionda y viscosa producto de la corrupción de la tierra. Reptaban y supuraban por las calles grasientas, entrando y saliendo por puertas y ventanas de una forma que recordaba a una invasión de gusanos, o a desagradables criaturas surgidas de las profundidades del mar. Esas cosas —o la sustancia degenerada en gelatinosa fermentación de la que estaban hechas— parecían rezumar, infiltrarse y fluir a través de las grietas abiertas de aquellas horribles casas, y pensé en una hilera de tinas ciclópeas y malsanas, llenas hasta el borde de ignominias gangrenosas, a punto de rebosar para inundar el mundo entero en un cataclismo leproso de podredumbre semilíquida.
De esta pesadilla de infección malsana no conservo el recuerdo de ningún rostro vivo. El grotesco individuo se perdía en la devastación colectiva; sólo quedaban en la retina los vagos y fantasmagóricos contornos del alma mórbida de la desintegración y de la decadencia… una máscara amarillenta que ríe burlona mientras una ácida y pegajosa bilis supura de sus ojos, orejas, nariz y boca, con un burbujeo anormal de úlceras monstruosas e increíbles…"
Fragmento de una carta de H.P.Lovecraft a Frank Belknap Long en la que le describe una visita al Lower East Side neoyorkino. "Es un párrafo del gran Lovecraft", dice Michel Houellebecq en su genial ensayo sobre el escritor de Providence Contra el mundo, contra la vida (Siruela, 2006) del que he sacado el fragmento epistolar. Lo cierto es que si no se avisa se hace difícil apreciar que se trata de la descripción de un barrio de Nueva York mayormente poblado de emigrantes —"italo-semitas-mongoloides" dice luego—, pero no quiero incidir en la repulsa racial que expresa sino en el hecho de que no hay diferencia entre el más inmundo abismo primigenio olvidado por el tiempo y la ciudad, cualquier ciudad, que nos acoge... ¿quizá porque en realidad son lo mismo? Lo biográfico siempre está presente en la ficción de horror porque sólo lo cotidiano nos aterra de verdad.

28.6.14

ENTRAÑA AUSTRALIANA



Comentaba hace unas semanas que había tenido la suerte de encadenar la lectura de una serie de magníficos tebeos; y es una pena que me detuviera ahí, sólo en el primero de ellos, por culpa de mi desenfrenada vida de señor con rutinas cotidianas, porque algunas cosas hay que escribirlas desde el entusiasmo, que es una cosa que es mejor agarrar al instante, antes de que repose la pasión; luego, si ya, nos ponemos cerebrales.


Digo todo esto con Hechizo total de Simon Hanselmann de nuevo en mis manos para tocarlo, olerlo y releerlo, que además está editado con el cariño que pone Fulgencio Pimentel. Para el adicto a las crónicas generacionales desalmadas y salvajes que soy, esto es brutal. Droga dura. Así que hundo los brazos en mis entrañas en busca de ese entusiasmo y lo pongo sobre la mesa, y me tranquiliza pensar que los protagonistas de este tebeo entusiasmo, lo que se dice entusiasmo, no parecen tener mucho. Por eso son como son y viven como viven y yo los leo con el sentido del humor del revés, con la risa rara y los ojos muy abiertos.


Sobre la mesa tengo las entrañas a un lado y Hechizo total al otro; el teclado en medio. Por el rabillo miro esquinado la portada, que es la de la primera edición y que me provoca una reacción complicada de describir. Es una fotografía como de pesebre agrio, con rocas y matojos, y una cueva con cortina de la que sale una bruja dibujada, un poco monigote, que tiene la piel verde y la napia de la novia de Popeye, quizá un pelín más larga, pero una nariz de tebeo al fin y al cabo. Luego ya, para la segunda edición, el señor Fulgencio ha optado por un primer plano de la bruja con un gato que le tapa la nariz. Me parece bien: los que compran un libro por la nariz tienen la primera y los que son más de gatos la segunda.



En la portada de mi ejemplar hay un adhesivo que no molesta, que ya es decir, con una frase que reza lo siguiente:
“Un retrato generacional con pinceladas de Todd Solondz, Peter Bagge y Los Simpson. Drogas, sexo pocho, TV, tiempo libre. En Australia. Hoy”. 
Como descripción de lo que hay dentro es muy certera, y mira que es difícil, que yo llevo ya tres párrafos intentándolo y no hay manera. Lo de “Hoy”, pues eso, el presente. Con la nostalgia, cero tolerancia. El pasado es para viejos. Lo de Australia, pues al otro lado, boca abajo, en las antípodas, la tierra de Mad Max. Australia, ya saben, el destino de los indeseables que desterraba la pérfida Albión; con sus canguros, sus ornitorrincos, sus aborígenes y sus desiertos; también dicen que andan muy desequilibrados en el reparto de sexos, y digo yo que eso es algo que debe condicionar lo suyo.


Continuemos. “Tiempo libre”. Algo que todos queremos para perderlo. ¿Cómo? Lo sabes bien, pero por seguir con el guión: mirando la tele, follando sin ganas y tomando drogas porque algo habrá que hacer para matar el tiempo. Lo de pocho es muy importante, que conste, hay que destacarlo. Lo Pocho es la esencia de nuestro tiempo. Ni zombis ni hostias: Lo Pocho es el zeitgeist. Lo Pocho lo envuelve todo, hasta el sexo. Hoy, aquí y en Australia.



Pasemos al comodín de los críticos: citar referentes, que siempre vienen bien para que te hagas una idea. Los Simpson. Sí, claro, la brujita de la portada tiene la piel verde amarillenta y nariz de dibujo animado, pero aquí lo importante es el sofá. Muy importante, el sofá de los Simpson; pero no te pienses que todo son historietas de sofá, ni mucho menos. En Megg, Mogg & Owl, que es como se llama en su tierra austral la serie de historietas recogidas en Hechizo total, los personajes se mueven, que conste: hacia el videoclub, a pillar mandanga, a guateques caseros, a centros comerciales o para hacer el cafre por la calle en clave pocha. No nos paremos. Peter Bagge. Pues Odio. Qué te voy a decir, si con eso está dicho todo. Y acabo con el primero que ha puesto el Señor Pimentel en la etiqueta: Todd Solondz, el director de Bienvenido a la casa de muñecas o Happiness, con ese humor tan suyo, indigesto y de mal cuerpo, que te ríes por no llorar, que maldita la gracia que hace que te haga gracia. Por eso me he sacado las entrañas y las he puesto aquí al lado, que no quiero que en ellas se me entierre este entusiasmo porque es de los que merecen la pena. Un entusiasmo enorme. Australiano.


Y así, con el entusiasmo a flor de tripa te digo que Hechizo total de Simon Hanselmann va de jóvenes australianos, hoy. Una brujita gótica que vive con un gato que es su pareja, o al menos hacen lo que hacen los jóvenes de hoy, aquí y en Australia: sexo pocho. Y un búho antropomórfico al que le hacen unas putadas realmente jodidas pero que luego resulta que es el que más folla de todos. Y un hombre lobo que está loco, que es un destroyer suicida pasado de vueltas y que tiene una novia de colores purulentos. Y luego otro, moreno y con bigote, que viste como un mago y que es un triste. Y aunque parezca mentira todo esto es autobiográfico, y lo sé no porque lo diga Simon Hanselmann en esta entrevista, no, sino porque los personajes de Hechizo total sudan las gotas del sudor del comix underground, que son las gotas de sudor que Hergé siempre quiso hacer pero que dejó flotando sobre las cabezas. Aquí las gotas de sudor están en su sitio, muy bien puestas, perlas líquidas de mal rollo que gotean y bajan por la frente, que lo dicen todo y que a mí me entusiasman las entrañas.

28.3.13

ASALTO A NOTRE DAME EN DOMINGO DE RESURRECCIÓN


A las once de la mañana del 9 de abril de 1950, cuatro jóvenes --uno de ellos vestido de pies a cabeza de monje dominico-- entraron en Notre-Dame de París. Era en plena misa de Pascua; en la catedral había diez mil personas procedentes de todo el mundo. «El falso dominico», como le denominó la prensa —Michael Mourre, de veintidós años- aprovechó una pausa que siguió al rezo del credo y subió al altar. Comenzó a leer un sermón escrito por uno de los conspiradores, Serge Berna, de veinticinco años.


Hoy día de Pascua del Año Santo
Aquí en la insigne iglesia de Notre-Dame de París
Acuso
a la Iglesia católica universal de haber desviado letalmente nuestra fuerza vital hacia un cielo vacío
Acuso
a la Iglesia católica de estafa
Acuso
a la Iglesia católica de infectar el mundo con su moralidad fúnebre de ser la llaga que se extiende en el cuerpo descompuesto de Occidente
En verdad os digo: Dios ha muerto
Vomitamos la agonizante insipidez de vuestras plegarias pues vuestras plegarias han sido el humo pringoso de los campos de batalla de nuestra Europa.
Hoy día de Pascua del Año Santo
Aquí en la insigne iglesia de Notre-Dame de Francia
proclamamos la muerte de Cristo-dios, para que el hombre pueda vivir por fin.

El cataclismo que siguió fue más allá de todo cuanto pudiesen haber esperado Mourre y sus seguidores, quienes al principio simplemente habían planeado soltar unos cuantos globos rojos. El organista, advertido de que podía tener lugar una irrupción de ese tipo, ahogó las palabras de Mourre justo después de que este pronunciase las palabras mágicas: «Dios ha muerto.» El resto del discurso jamás llegó a pronunciarse: la guardia suiza de la catedral desenvainó sus sables, acometió contra los conspiradores e intentó matarlos. Los camaradas de Mourre subieron al altar para protegerle: a uno de ellos, Jean Rullier, de veinticinco años, le rajaron la cara de un sablazo. Los blasfemos escaparon -con el hábito veteado con la sangre de Rullier, Mourre alegremente bendijo a los fieles mientras se dirigía a la salida- y fueron capturados, o mejor dicho, rescatados, por la policía, ya que tras perseguirles hasta el Sena, la multitud a punto estuvo de lincharlos. Un cómplice aguardaba con un coche en marcha listo para emprender la huida, pero ante la visión de aquella multitud enardecida, no les esperó. Marc O y Gabriel Pomerand, presentes en la catedral, lograron escabullirse y fueron directamente a Saint-Germain-des-Prés a divulgar la noticia.

(…)
En Paris, Notre-Dame aparecía en enormes titulares en las portadas de todos los periódicos. L’Humanité, el diario del Partido Comunista, lo denunció. En términos más liberales, cl periódico sin filiación Combat hizo lo mismo: “Reconocemos el derecho de cada persona a creer o a no creer en Dios. Reconocemos también que la farsa es necesaria, y que, en ciertas circunstancias, incluso las bromas pesadas son defendibles. Pero...” Ateniéndose a su papel de forum popular de la vanguardia, el periódico abrió sus páginas a un debate sobre el asunto: guiados por André Breton, una gran parte del Paris surrealista se manifestó en su defensa mediante cartas que aparecieron durante días.


(…)

De los cuatro «illuminati» (Cambat), sólo Mourre fue detenido: el arzobispo le acusó de hacerse pasar por un sacerdote. Enviado a reconocimiento psiquiátrico, Mourre consiguió que Combat cambiara de línea editorial cuando el experto escogido por el tribunal, un tal doctor Robert Micoud, resumió la personalidad de Mourre con las expresiones: «idealismo frenético»; «desprecio por la percepción externa»; «cogito prerreflexivo»; «reflejos ocular-cardíacos indiferentes»; «ortosexualidad (vergonzosamente admitida)»; «capacidad para ir directo al corazón de una doctrina» y «para viajar en un instante a través de varias épocas»; «irritación ante la sugerencia de que el Ser puede haber precedido a la Existencia»; «ideas fugaces»; «ataques sorpresa mediante lanzamientos en paracaídas e interminables profusiones de neologismos», y «una lógica exageradamente sesgada y paranoica, en la que hay más intolerancia rigurosa que rigor intolerante».

Se trataba, sin duda, de una obra maestra de la crítica literaria francesa. Clínicamente era también un diagnóstico exacto, pero al mezclar la política con su diagnóstico, el doctor Micoud encendió la mecha de una nueva polémica. Puede que ya no causara más problemas en las catedrales, informó el psiquiatra, pero si no se le confinaba en un sanatorio significaría una amenaza definitiva a la «tranquilidad pública en los distritos de la clase media».

El doctor Micoud había ido demasiado lejos, un segundo escándalo abogó al primero, y después de permanecer once días bajo custodia, Mourrc fue puesto en libertad. Tres meses más tarde escribió Malgré le blasphéme (en castellano A pesar de la blasfemia), un libro tan aceptable para la Iglesia que el arzobispo, el mismísimo hombre cuya misa Mourre había interrumpido, recomendó que todas las bibliotecas de las iglesias lo comprasen. Tras haber escrito las biografías de Charles Maurras (1868-1952), el carismático líder de la facción Acción Francesa, monárquica y protofascista, y de Felicité de Lamennais, adalid de la libertad religiosa en el siglo XIX, Mourre se convirtió en un escritor a sueldo enciclopédico y eclesiástico; murió, respetable y olvidado, en 1977. El incidente de NotreDame, observó un corresponsal de Combat en pleno furor, era, a falta de otra cosa, «un buen principio para una carrera literaria».
El relato procede del libro Rastros de Carmín de Greil Marcus (Anagrama) y narra una célebre acción del movimiento letrista parisino en la catedral de Notre Dame el domingo de Pascua de Resurrección de 1950. El incidente tiene entrada propia en la wikipedia. Los letristas eran hijos del dadaismos (que lógicamente renegaban del mismo) y esta acción sirvió para la posterior Internacional Situacionista. He buscado cómo informaron aquí del suceso La Vanguardia y ABC. Me encanta la crónica de ABC (la segunda que pueden leer a continuación).







PUNK NOT DEAD

2.11.12

CRÓNICAS DE SITGES 2012 (XXX): ANTIVIRAL


La opera prima del hijo de David Cronenberg, nada menos. Menudo padre. Menuda educación. Menudos genes. La genética está ahí, clara y diáfana, en lo visual y en lo temático. Brandon Cronenberg se quejaba en las entrevistas que le mentaran tanto al padre, pero es que viendo Antiviral resulta inevitable. Por eso hay que matar al padre y bailar sobre su tumba, pero no sé si Brandon lo ha intentado siquiera, si lo ha llevado a cabo por la vía del exceso o sí incluso ha querido superarlo con irracional valentía. No he dado con la respuesta. Vi la película a primerísima hora, habiendo dormido pocas horas y con bastante fatiga fílmica a mis espaldas. Es justo decirlo porque matiza el hecho de que me dejara un poco a medias. La película tiene cosas y detalles imbatibles y brutales. El mismo punto de partida, con esa sociedad que ha traspasado los límites de la adoración al famoso multimedia, con ese malsano vicio por la enfermedad como sacramento y moda. El ser humano abrazando virus, sangre y jeringuilla para mayor gloria de las corporaciones neocapitalistas. Antiviral reformula la Nueva Carne con infecciones y herpes y la enmarca en un futurismo decadente descrito visualmente con una estética más que fría, gélida; pero gélida hasta lo inhumano. Una cirugía del apocalipsis interior. De hecho, como filme trasmite desagrado, todo una victoria porque es su voluntad. Hasta el actor pelirrojo y pálido que la protagoniza, una peca viviente, me provoca rechazo. Así escrito suena muy potente y ahora que lo pienso con poso y reposo, debo reconocerlo. Que me aburrí un poco al final, sí. Que me pareció algo reiterativa, también. Pero coño, es radical, es chunga. Si encima me provocó cierta repulsa emocional y desasosiego, oigan, eso es más una virtud que una falta. No sé si Brandon mató al padre, pero lo que sí hace es exterminar cualquier atisbo de humor y sonrisa.