30.6.13

JIM KELLY: LA QUINTAESENCIA DE LO COOL



Me he despertado con la noticia de la muerte de uno de mis mitos particulares más queridos: Jim Kelly, icono del maridaje entre artes marciales y blaxplotation, quintaesencia del peinado afro perfecto, el funk y la cultura pop más pura y honesta. No se me ocurre mejor homenaje que publicar un extraxto de Black Super Power, mi ensayo sobre el héroe negro, en el que realizo un veloz y entusiasta recorrido por su legado fílmico.


En pleno apogeo, la blaxploitation se convierte en una estética de moda que enriquece todo lo que toca. Así, la primera de las entregas de Roger Moore como tercer Bond, Vive y deja morir (Live and Let Die; Guy Hamilton, 1973), se embadurna de imaginería blax, vudú y la presencia de Yaphet Kotto y Gloria Hendry. Lo mismo sucede con El último hombre vivo (Omega Man; Boris Segal, 1971) adaptación del clásico de la ciencia-ficción Soy Leyenda (Richard Matheson, 1954) con Charlton Heston como protagonista. Y cuando la Warner prepara el definitivo asalto a la gloria de Bruce Lee, enriquece Operación Dragón (Enter the Dragon; Robert Clouse, 1973) con la presencia de un secundario negro tan carismático e icónico como Jim Kelly.
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Jim Kelly, bendecido por la proximidad a Bruce Lee, con su elegancia felina, peinado afro perfecto y reconocida simpatía por los Panteras Negras, es uno de esos actores cuya presencia permanece y adquiere connotaciones icónicas a pesar de una filmografía breve, de progresión decadente y calidad dudosa (siempre desde la perspectiva del canon cinéfilo, claro). Tras el éxito brutal de Operación Dragón, Warner era consciente del potencial de Jim Kelly como actor con tirón para el cine de acción, así que le diseñó un producto a su medida: Cinturón negro (Black Belt Jones; Robert Clouse, 1973).

Siguiendo el camino trazado por Cleopatra Jones (el apellido común no es coincidencia), en Cinturón Negro la Warner infantiliza los argumentos de la blaxploitation al mismo tiempo que aumenta las dosis de espectáculo apto todos los públicos. La historia también saquea sin pudor ni esfuerzo uno de los argumentos universales del cine de artes marciales, la honesta escuela de kung-fú sometida al acoso de los malos, aunque situando ésta en un suburbio de Los Ángeles (ver nota al final del párrafo). El edificio que ocupa dicha escuela es objeto del deseo de la Mafia del Hombre (blanco), así que ésta encarga el tema al pequeño líder criminal de la zona, un negro orondo rodeado de inútiles. El problema es que llegan al rescate un antiguo alumno que trabaja de agente secreto (Jim Nelly) y una hija secreta del viejo y difunto maestro (que recibió lecciones a los tres años de infancia). A ella la encarnaba Gloria Hendry, una de las más hermosas reinas de la blaxploitation además de chica Bond. La película está ahí, repleta de detalles de subcine que provocan su injusta inclusión en algunas listas de las peores películas de la historia: el repeinado Scatman Crothers como imposible maestro anciano de las artes marciales; un grupo de chicas playeras expertas en saltos acrobáticos con cama elástica que ayudarán a asaltar el cuartel general de la Mafia; la batalla final envuelta en la espuma de un túnel de lavado de coches; o uno de los momentos de pareja de enamorados corriendo por la playa más antológicos y deplorables que recuerdo. Esto es así, es cierto, pero el poder visual de Jim Kelly persiste, por mucho que Black Belt Jones sea un subproducto aprovechado y de saldo, puro cine de derribo. La banda sonora sigue siendo de lujo a cargo de Luichi de Jesus y un tema principal compuesto por Dennis Coffey, el mítico guitarrista blanco de la Motown.

Nota al pié: La explosión del cine de artes marciales nace a partir del estreno en Occidente de De profesión: Invencible (Kingboxer; Chang-hwa Jeong, 1972), producción de la Shaw Brothers con distribución internacional de Warner. Luego, Bruce Lee y su leyenda no hicieron más que engrandecer el impacto de un fenómeno mundial que tuvo un curioso efecto multicultural de serie B: la proliferación de escuelas de artes marciales que hermanaba Harlem con Hospitalet de Llobregat, por citar dos satélites urbanos de una gran ciudad.



La carrera de Jim Kelly será, como he dicho, irregular y decadente. Tras Cinturón negro se embarca en un proyecto tan simbólico y comercial como la reunión en una misma película de tres de los actores clave de la blaxploitation. Junto a Jim Brown y Fred Williamson protagoniza Los Demoledores (Three The Hard Way, 1974) bajo las órdenes de Gordon Parks Jr. (el director de Super Fly e hijo, a su vez, del responsable de la saga cinematográfica de Shaft). Es posible poner numerosas pegas a una película como Los demoledores si se visiona desde el punto de vista de la cinefilia estrecha; ahora bien, desde una perspectiva carente de pamplinas es una gozosa serie B de acción y un desparrame de hostias, tiros y explosiones.


El argumento no puede ser más delirante: un productor de soul (Jim Brown) descubre, tras el secuestro de su mujer, que el partido nazi norteamericano prepara exterminar a toda la población afroamericana contaminando los depósitos de agua de las grandes ciudades con una sustancia química que discrimina racialmente y mata sólo a los negros. Ante tamaño desafío, el productor musical, que también es un hombre de acción, contactará con un par de amigos (Fred Williamson y Jim Kelly, claro) para liarla parda.



Los Demoledores es una película muy básica y sin complicaciones, nadie lo niega, hinchada con largas escenas de tránsito de sus personajes (andando, en moto, en coche y hasta en lanchas motoras) a mayor gloria de la banda sonora compuesta por The Impressions y donde destaca la larga secuencia en la que Jim Kelly recorre con su elegancia felina y cool el aeropuerto de Los Ángeles. Otro de los detalles que lo convierten en un filme más fascinante de lo que aparenta es su clara condición de película de superhombres negros; no sólo porque se trate de tres héroes imbatibles y capaces de todo o porque su guión acuda a una trama delirante con villano nazi de opereta (acompañado de un mad doctor para redondear el asunto), sino por su condición de crossover, que es como en los tebeos de superhéroes se llama al cruce de personajes de colecciones distintas. En Los demoledores Jim Brown hace de Jim Brown, Jim Kelly de Jim Kelly y, por supuesto, Fred Williamson de Fred Williamson, haciendo válida mi afirmación anterior según la cual los principales actores de la blaxploitation hacen suyos los atributos de los personajes que interpretan y viceversa. En definitiva, en términos de cine de derribo Los Demoledores hace honor a su nombre.



No sería esta la única aparición del llamado Rat Pack negro, emulando el nombre dado al clan Sinatra. Al año siguiente se reúnen de nuevo para protagonizar, junto a Lee Van Cleef, un tardío eurowestern híbrido e irregular rodado en las Islas Canarias: Por la senda más dura (Take A Hard Ride; Antonio Margheriti, 1975). De nuevo cada uno en su papel: Jim Brown de héroe moral, Fred Williamson de tahúr caradura y a Jim Kelly le toca bailar con la más fea con un delirante papel de piel roja mudo experto en artes marciales. Años más tarde repetirán con una blaxploitation tan fuera de plazo y lugar como Apuesta peligrosa (One Down, Two to Go; Fred Williamson, 1982) y con Richard “Shaft” Roundtree sumándose a la fiesta.



Rat Pack negro al margen, la carrera de Jim Kelly enseguida degeneró hacia el terreno del subproducto de artes marciales con tintes variopintos. En Black Samurai (Al Adamson, 1977) se ponía a las órdenes de uno de los peores directores de la historia (en la tradición de Ed Wood) para adaptar una de las novelas pulp de Marc Orden y su personaje homónimo, el superagente a las órdenes de D.R.A.G.O.N. (Defense Reserve Agency Guardian Of Nations) enfrentado a un supervillano maestro en las artes del vudú y su nutrido ejército de enanos karatekas (nada menos). Kelly repetiría con el charcutero de Al Adamson en Dimensión Mortal (Death Dimension, 1978), otro ejemplo de cine basura disfrutable en su despropósito y en la que el supervillano de turno planea construir una máquina que congelará a la humanidad. Para rematar la carrera de nuestro karateka afro más molón, es justo señalar Hong Kong Connection (The Tattoo Connection; Tso Nam Lee, 1978), genuina producción Made in Hong Kong (con todo lo bueno que eso supone en cuestión de coreografías) que se pretendió falsa secuela de Cinturón negro. Tras sus escarceos por el territorio del subproducto de presupuesto cero, Jim Kelly abandonaría el mundo del cine (aunque de vez en cuando nos alegra con algún cameo) y de las artes marciales para dedicarse al tenis profesional primero como jugador y más tarde como entrenador.


La carrera de Jim Kelly explicita muy bien la decadencia de la blaxploitation y su muerte por combustión espontánea. Tras el ímpetu de su éxito inicial, el subgénero pasa a ser pasto del sector más esquinado de la industria del cine y sus nutridas factorías del subproducto. Ya en sus primeros años proliferaron las coproducciones con el sello de Cirio H. Santiago, el brazo filipino de Roger Corman y la AIP, en películas como Savage! (1973) o TNT Jackson (1974). Un vínculo antinatural que prosiguió con fotocopias malas como Cleopatra Wong (They Call Her Cleopatra Wong; Bobby A. Suarez, 1978) o híbridos de las artes marciales como Bamboo Gods and Iron Men (César Gallardo, 1974) o The Black Panther Of Shaolin (Ernesto Ventura, 1975)31, en la que aparecía otro campeón negro llamado Ron Van Clief, rápidamente fichado por el cine de artes marciales realizado en Hong Kong para participar en una falsa trilogía formada por Black Dragon (Tommy Loo Chung, 1974), ¿Quién Mató a Bruce Lee? (The Black Dragon revenge the Death of Bruce Lee; Tommy Loo Chung, 1975) o El Testamento de Bruce Lee (Black Dragon Fever; Kao Ke, 1979) que lo emparejaba con los célebres clones de Bruce Lee.



1 comentario:

Zdana Rollere dijo...

Unas películas muy buenas, sin duda esto también le da un plus y son películas con mucho éxito, creo que al público le gusta mucho eso de que tengan alguna maldición y por eso se vuelven aún más llamativas.