9.7.09

ALFONS FIGUERAS: LAS MELANCOLÍAS DE UN AMANTE DE LOS PULP

No se me ocurre mejor homenaje a Alfons Figueras que subir al blog Las melancolías de un amante de los pulp, uno de los varios articulos que publicó en la primera época de Nueva Dimensión (este, concretamente, en el número 10). El texto es hermoso por muchas razones. La principal es que derrocha la pasión del creador de Topolino por la cultura popular. Como valor añadido, la historia de la primera generación de españoles seducidos por el pulp que vieron su sentido de la maravilla truncado por la Guerra Civil.

LAS MELANCOLÍAS DE UN AMANTE DE LOS PULP

En el rápido galopar de los años treinta, gracias al cine y a los primeros comics americanos, cuya publicación se inicia en aquella época, la masa, sedienta de emociones, fantasía y truculencias, empezó a trabar conocimiento con el mundo fabuloso de lo fantástico, tan boyante en los EE. UU.
Los más informados, movidos por la fascinante afición, hurgábamos entre papeles viejos, residuos de enormes balas de periódicos y revistas llegados en buques de carga y destinadas a su transformación en papel nuevo para usos industriales, y así conocimos, por haber encontrado páginas e incluso ejemplares enteros, la existencia de Weird Tales, Argosy, Operator 5, Astounding, etc. Y, gracias a las traducciones que hacía algún compañero conocedor del idioma inglés, trabamos conocimiento con el inenarrable Lovecraft, creo yo que completamente desconocido por aquel entonces en Europa.


Nos dedicábamos luego a soñar y a envidiar (era mi caso personal, como residente en un pueblo; en las capitales se podían conseguir algunos de estos ejemplares en librerías importadoras, aunque en número tan exiguo que dudo que, aparte de los residentes americanos a los que podía interesarles, llegase ninguno a manos de los potenciales fans del país). Nunca sabrán los muchachos americanos de los años treinta lo envidiados que eran desde estas, para ellos perdidas, latitudes; ni podrán imaginar la paciencia con que reconstruíamos un cuadro que, por sus fantásticas dimensiones espirituales de adolescencia, no tenía cabida en un mundo diferente al de ellos.


¡Qué pueriles pero emocionantes hallazgos! ¡Oh maravilla!: El dibujante Glen Cravath (Franck Buck presents Ted Towers), dibujaba en forma de comics secuencias del film La Diosa del Fuego (She), King Kong, El Hijo de Kong (The Son of Kong), etc. Alex Raymond hacía los carteles de El Capitán Blood. Relacionábamos a la mítica Shangay Lil cantada por James Cagney en Desfile de Candilejas con la que aparecía en Jungle Jim. Descubríamos al gran Sol Lesser y su maravilloso Chandú, el mago con su rayo de la muerte, precedente de Mandrake. Descubrimos a Burroughs, desconocido para nosotros, y a su John Carter. Se hablaba de una posible película basada en el personaje Flash Gordon, e igual destino seguiría Buck Rogers, al que ya empezábamos a apreciar. Y conocíamos a Brick Bradford, Tim Tyler, etcétera.


Alex Raymond, con su soberbio Agente Secreto X-9, nos daba una visión exacta a lo que veíamos en el cine de las ciudades y gentes americanas, aquella gente que vivía en un mundo inundado de comics de brillantes colores, pulps de fascinantes portadas y de movie serials repletos de peligros y de emociones sin cuento.

Todas estas cosas eran en realidad triviales y sin importancia, al menos para la gran mayoría del publico, pero sí había algo en ellas que a unos cuantos nos encadenó. A unos cuantos que les hemos continuado fieles, pues han marcado nuestra vida y creado en nosotros una escuela que se iba a materializar en forma de cuentos, novelas, artículos, comics, etc., realizados siempre en lucha desesperada contra circunstancias más que adversas (Luís Vigil sabe más que nadie de mis proyectos en aquella época y guarda mis dibujos originales, que entraban dentro de un género de "ciencia ficticia", traducción que yo daba entonces al término science fiction, originales rechazados sistemáticamente por todos los editores a los que me atreví a presentarlos).

El rápido galope de estos años culmina entre gruñidos frankensteinianos, rugidos de King Kong, golpes de Fu-Manchú de Sax Rhomer, entonaciones silbantes de Bela Lugosi, chillidos de Una O’Connor en El Hombre Invisible y La Novia, tam-tams de muerte en la selva, alaridos de Tarzán, sinfonías en blanco y negro a cargo del nuevo fenómeno Milton Caniff, tableteo de ametralladoras de los G-men interpretados por Jimmy Cagney... los comics irrumpen en las recién inauguradas pantallas sonoras de los cinematógrafos españoles con el gran Skyppy de Percy Crosby (antecedente de los famosos Peanuts), Betty Boop, Popeye, el Pequeño Rey, Toonerville Trolley. Los vemos simultáneamente en los periódicos y en la pantalla. Mickey Mouse parodia a los grandes astros de Hollywood.

Y buscando a Mickey Mouse hallamos a Doc Savage: llega a nuestras manos un ejemplar francés de la revista Journal de Mickey, en donde podemos ver publicado, en forma de folletín, Franck Sauvage et les phantomes eléctriques?

¿Iban a ser mas afortunados los aficionados franceses que nosotros? No, esta vez no. En la versión española de dicha revista, publicada por Editorial Molino, vemos un anuncio sobre la inmediata aparición de Doc Savage en forma de libro, inaugurando la célebre colección Hombres Audaces (el 4 de abril de 1936), en la cual, y mensualmente, aparecerían por turno este y otros nombres gloriosos de los pulp americanos producidos por la firma Street & Smith: La Sombra, Bill Barnes, Pete Rice, y posteriormente El Vengador, Jim Wallace, El Susurrador, El Mago y El Capitán.

El anuncio se extiende a la prensa barcelonesa y madrileña y, cosa inédita, se trata de un anuncio a toda plana, cosa verdaderamente excepcional en aquella época. Editorial Molino hizo honor a su fama, y el primer contacto que tuvimos los españoles con las publicaciones de la fabulosa Street & Smith fue realizado con toda la dignidad que el caso requería, con unas traducciones impecables (la primera traducción de Doc Savage se debe a H. C. Granch), un fiel respeto a las ilustraciones originales y hasta quizá con un cierto empaque de mayor importancia que la edición yanqui, con mejor papel, ausencia de anuncios baratos en el interior y detalles de buen gusto tipográfico en la portadilla.

El impacto producido por la aparición de Doc Savage fue tremendo entre los aficionados, esto es, la multitud de adolescentes que por entonces casi vegetábamos con lo poco que nos llegaba de allende de las fronteras, aunque consolándonos también con los productos nacionales, generalmente raquíticas imitaciones desvaídas del material foráneo, invariablemente francés o inglés.

Entonces no sabíamos quien era Lester Dent, verdadera identidad del mítico Kenneth Robeson, ni el nombre del ilustrador de las magníficas portadas, casi ilegible en el primer numero (Walter M...?). Lo primero, referente al autor, lo ignorábamos. Lo segundo, nos dolía... A los que si conocimos perfectamente fue a Renny, Long Tom, Ham, Monk y Johnny... y a Doc. Doc aparte, pues a Doc le teníamos mucho respeto; respeto que, sin avergonzarme, aun conservo en mi conciencia de niño grande.

El éxito de Doc Savage no tuvo parangón en aquella época en ninguna otra publicación de tipo popular tanto nacional como extranjera, y las reediciones se sucedieron desde el primer momento... ¡No era para menos! Supervivientes: ¿os ayudo a recordar?


¡Ah, qué verano! ¡Y qué futuro nos prometíamos! ¡Al fin emoción a raudales! ¡Fantasía desbordante! ¡Qué hermosos los puestos de periódicos con sus hileras de Doc Savage haciendo guiños al sol con sus brillantes portadas!... ¡Qué magníficas tardes, convertidos en modernas versiones de Tom Sawyer, leyendo en la penumbra del “club” hecho con tablones y cajas vacías!

¡Jerome Coffern! ¡El Humo de la Eternidad! ¡La Isla del Trueno! ¡Kar!


Desgraciadamente, la fascinación duró poco. Cuando aparecía el número cinco de la colección Los Piratas del Pacífico, empezamos a oír, y ahora en la realidad, el tableteo de las ametralladoras y el silbido de las bombas. El mismísimo Bill Barnes se alejó de nosotros, y hasta Skyroads (en España Alas de Acero) nos traicionó, ignorando la admiración que les profesábamos.


¡Queridos Doc, Long, Tom Renny, Monk, Ham, Johnny!: aquí quedasteis en el olvido durante unos años, con el pie sobre el abismo, entre aventura y aventura, en un angustioso e interminable “continued next week”, similar al de los seriales. Paréntesis por el que se escapó nuestra adolescencia sin darnos cuenta, para reencontramos tiempo después, cuando muchos de nuestros amigos comunes habían desaparecido tempranamente en un prematuro Humo de la Eternidad, infausto y verdadero.

Os reencontramos cuando os dábamos ya por perdidos, y fueron otros los que disfrutaron de vuestras emocionantes aventuras, descubriéndoos como nosotros, aunque en diferentes circunstancias.

Las primeras ediciones son ya casi pieza de museo (de museo de afortunados niños grandes). Yo, a veces, contemplo en silencio estos ejemplares viejos, e inmediatamente oigo... no el fantástico trino de Doc, sino el restallante tumulto de una época que prometió ser algo distinto, y de un pedacito de nuestra existencia vivido intensamente.

Nota: en 1981, junto a Miguel Badía, Alfons Figueras se lanzó a editar Doc Savage, La Sombra o Bill Barnes bajo el sello editorial Centro Autónomo de Trabajos Editoriales (CATE). La aventura no prosperó.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

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