Tras dos series deslumbrantes como El Pirata y Gus (sin olvidar su aportación en el arco Amanecer de La Mazmorra), el estupendo e inquieto Blain cambia de tercio para adentrarse en la parodia política con Quai d’Orsay, de la que Norma ha publicado la primera entrega, titulada Crónicas diplomáticas. La serie tiene un protagonista absoluto, Alexandre Taillard de Vorms, ficticio ministro de asuntos exteriores francés descrito como un iluminado ególatra, rodeado del reparto coral que es su gabinete de asesores. La historia se narra, de hecho, a través de uno de ellos, un joven recién llegado que no es otra cosa que alter ego del guionista llamado Lanzac. En realidad se trata de un seudónimo de alguien que formó parte del gabinete de Dominique de Villepin, ministro francés de Asuntos Exteriores del 2002 al 2004 y posterior Primer Ministro del 2005 al 2007, siempre con el conservador Jacques Chirac como Presidente de la República.
Así que no hay más que sumar dos y dos: Taillard de Vorms es una parodia de Dominique de Villepin (político “delirante, grandilocuente y megalónamo” para Le Monde según la etiqueta promocional de portada) escrita por alguien cercano a su aura de poder e ilustrada por un Blain esplendoroso. De lo segundo no hay duda. Blain, uno de los autores más influyentes de la última década (probablemente el que más en el ámbito de la novela gráfica europea), confirma su estatus de superdotado deslumbrando con un repertorio de movilidad de sus personajes inaudito, ideal para que un tebeo que se mueve en los despachos casi como único contexto sea un festival plástico de la cinética humana adaptada a la caricatura.
Solventado con sobresaliente ese apartado, queda el otro, el de la historia que se cuenta. Vaya por delante que a mí me parece divertidísima en su descripción de los entresijos de la acción política; pero todo es matizable. Pepo Pérez, autor de cómics pero también teórico apasionado, expresaba cierto chasco por su parte al esperar una crítica demoledora (Blain está capacitado para ella) y encontrarse con un retrato que él considera amable. No voy a ser yo quien le contradiga. Vivimos tiempos convulsos en los que la acción política no merece clemencia, y en Quai d’Orsay la hay. Pero dicho esto, de nuevo querría matizar ese punto de vista porque creo que esta sátira política no afilada también tiene sus virtudes, al menos para mí, ya que siempre me ha interesado esos entresijos de la política, el poder y la intriga de palacio. Creo que en ese aspecto Quai d’Orsay resulta bastante sutil, porque pese a su aparente locura probablemente lo relatado sea más cercano a la realidad que a la astracanada, y que la actitud del político en su día a día sea la que se describe: puro caos.
Así, vemos como el ministro desprecia una cumbre de la Otan que debe tratar el tema de Los Balcanes porque su verdadero interés es almorzar con una escritora de éxito. Durante el encuentro los asesores deben aconsejarle que deje hablar un poco a su invitada. Mientras, a no demasiados kilómetros, hay una guerra civil que resolverá tarde Estados Unidos y no la Unión Europea en la que Taillard de Vorms, como ministro francés, no hace más que filosofar idioteces. El primer capítulo, por ejemplo, narra muy bien el proceso de elaboración de un importante discurso ante la ONU, un discurso que será retocado una y mil veces por los antojos del ministro pero también por los intereses de sus asesores, un equipo de colaboradores en realidad dedicado a acuchillarse por la espalda con tremenda educación e hipocresía. También me parece muy interesante que uno de los ejes de todo álbum sea el lenguaje como objetivo del ministro en su acción política, porque el lenguaje, y no la obra, es el eje real de la política contemporánea. Un lenguaje que se retuerce para decir grandes palabras despojadas de significado. Esa es otra de las claves del tebeo, que esconde más maldad de la aparente. En cierta medida, podemos equiparar Quai d’Orsay a una obra maestra indispensable para cualquiera que quiera aproximarse a la realidad cotidiana del ejercicio del poder desde la política, que no es otra que Sí, Ministro, la maravillosa serie de la BBC que dio origen a un par de libros escritos por Jonathan Lynn y Antony Jay, también inspirados en la experiencia de sus autores como asesores de un ministro británico y de obligada lectura. Dicho lo cual, también es justo anotar que Quai d’Orsay no es humor inglés sino una cosa muy francesa, con todo lo bueno y lo malo que eso supone.
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