La capacidad para el delirio de la cultura pop nipona no conoce límites, y este desquiciado filme es buena muestra. Burra como ella sola y rodada bajo mínimos, más atenta al gore que luce en su título que a otras cosas (la comisaria es un simple garaje). Es decir, que está por lo que tiene que estar. El bizarrismo japonés, de larga tradición a estas alturas, pero igualmente incomprensible en su existencia para nuestros tiernos cerebros, se aúna a tres referentes de excepción. Por un lado está
Robocop, de donde toma esa idea de la policia privatizada y esos maravillosos anuncios que jalonan todo el espectáculo. Por otro, tenemos a
Screaming Mad George y el gore ochentero de, por ejemplo,
Society, junto al uso de un recurso tan de esa época como los neones azules y rojos para vestir un poco fondos y demás. Tampoco está de más pensar en
Cronenberg con la idea esa, tan bella, del tumor con forma de llave que abre tu cuerpo y convierte tus extremidades en armas mortales. Pero no se engañen: aquí está todo al servicio del desbarre total y al icono de la japonesita frágil y violenta a la par. La película incluye tres momentos que es necesario mentar. Uno es ese increíble prostíbulo en el que a la chica caracol se añade el pedazo de carne con forma de silla que orina sobre los espectadores. Otro, que va de seguido, es la vagina dentata cocodrilesca. Y finalmente, y casi merecería entrada al margen, ese fragmento publicitario centrado en la ejecución pública del delincuente, salto definitivo de la pena de muerte a los terrenos de la propaganda institucional.
