
Pero no teman, Caín no había visto Oldboy y miren ustedes la que lió. Yo ya escribí por aquí lo hermoso de un coreano en un pasillo con un martillo, de la misma manera que es terriblemente bello contemplar a John Wayne y Victor McLaglen dándose de jumos por los prados irlandeses. Afortunadamente, y para tranquilidad de cinéfilos fordistas, los productos de limpieza nos han demostrado que Villabajo y Villarriba dirimen sus diferencias de manera civilizada (a base de rivalidad guiness con paellas). Y es que no es lo mismo violencia sublimada estéticamente que violencia real (que se sublima por humana). Terreno pantanoso este, aunque supongo que estarán de acuerdo conmigo que es más fácil impedir (a un pérfido oriental nacionalizado estadounidense y con perturbadores antecedentes psiquiátricos) el acceso a semiautomáticas constitucionales y el tiempo de ocio a balazos entrenando con obesos white trash (supongo que vieron las fotos que el sociópata tenía subidas por ahí de sus entrenamientos domingueros con los miembros de la NRA virginiana), que al consumo de violencia pOp sublimante; y por ello ajena al desmelene: siempre he considerado intelectualmente más peligrosos a los teletubies que a Tom y Jerry.

Y ya puestos, si el derecho a ir armado (por si acaso o, y perdonen el zaplanismo, por si alomejó) se aprobara por estos lares, mi propuesta es clara y meditada: el derecho sólo incluiría katanas y sables de wuxia (eu… bueno… y sierras mecánicas). Primero por ser aún más estético. Segundo, por la eficiencia del control visual de nuestra seguridad: una katana no puede ocultarse tras la americana o en los bolsillos y, así, cambiar de acera seria un prudente acto defensivo. O agarrar el mango de nuestra katana por si acaso (alomejó) el transeúnte que vamos a adelantar por la derecha es un berseker de la sociedad borderline. Y eso sin tener en cuenta que la posibilidad de la autolesión con la katana ya actuaría como freno a su generalización. Aunque ahora que lo pienso también es cierto que el pOp de derribo chino nos ha enseñado que un manco con katana siempre es más hábil.
Finalmente, me gustaría llamar la atención sobre dos detalles más de la Matanza de la Universidad de Virginia. Uno es el caso de Regina Rohde, una muchacha que estudiaba en Columbine cuando dos de sus compañeros mataron a 12 personas (el suceso que servía a Michael Moore para su estupendo ejercicio de no ficción subjetiva) y que una vez graduada se matriculó en Virginia. Que ya es casualidad. La prensa se ha dedicado ha mostrar el caso como un inaudito ejemplo de mala/buena suerte y de gafosidad sin paliativos. Pues miren. A mí no me sorprende tanto. Me gustaría conocer el índice de estadounidenses que han tenido contacto directo con la violencia armada. El porcentaje es alto seguro, por lo que la posibilidad de reiteración también es elevada. O lo que es lo mismo: es más fácil que eso de pase a John Smith que a Manolo Pérez. Y es que Pensilvania (que rima con Transilvania) no sólo está geográficamente más cerca de las peligrosas favelas brasileñas.
