19.11.06

LA MAGIA ABRUPTA



La lectura de Período Glaciar de Nicolas de Crécy me estaba resultando la mar de interesante. Una historia de ciencia ficción en un futuro lejano, no datado, en el que la glaciación terrestre lleva siglos instaurada, en la que los humanos supervivientes han perdido todo conocimiento sobre nuestra civilización, aunque vuelven a estar organizados socialmente; en la que perros con genes de cerdo tienen inteligencia y el don del habla; en la que los humanos siguen siéndolo y, por tanto, se dejan llevar por sus instintos de poder, vanidad, pasiones no correspondidas e imaginación irracional para explicar sucesos que no entienden; y en la que algunos millonarios financian expediciones a los gélidos e inermes páramos en los que se ha convertido la vieja Europa. Una historia de ciencia ficción, sección post-holocáustica, dentro de los márgenes de lo verosímil. Y entonces sucede el descubrimiento del Museo del Louvre. A partir de aquí el tebeo da un giro abrupto hacia la fantasía, la creíble suspensión de la realidad es demolida y el lector (yo) que andaba interesado y extasiado ante el precioso dibujo de De Crécy, se extasía aún más con el juego casi de collaje de incluir más de un centenar de piezas del mueseo (que de hecho es coeditor de la edición original), pero perplejo, muy perplejo con lo que está pasando. Descolocado. Así cerré yo el álbum al acabar. No entendía ese giro de la ciencia ficción más o menos racional a la fantasía irracional. Y luego seguí pensando el por qué. Necesitaba un sentido a esa demolición argumental. Y entonces caí en ello. El álbum es un canto de amor al museo parisino en concreto y a la historia del arte en toda su extensión. Y ahí está la explicación: el Louvre como lugar mágico. Magia abrupta que irrumpe desde las profundidades gélidos páramos. Y al encontrarle sentido ese descoloque final se ha matizado, siendo, eso sí, un cómic nada habitual, gráficamente excelso (de eso no hay duda) y al que puede no encontrarse el punto. Yo, al final, se lo encontré. Por cierto, si no lo digo reviento: la edición de Ponent Mon es un lujo al que por desgracia estamos poco habituados por aquí: ese papel, por Dios (y por el Louvre) es el ideal, sin molestos brillitos ni tacto plastificante. Papel bueno y de calidad, casi tan mágico como el Louvre.

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