
Poco puedo añadir a las
notas de Santiago Garcia sobre el
Kafka de
Robert Crumb y
David Zane Mairowitz (La Cúpula, 2010), en especial cuando destaca que Crumb hace suyo al escritor checo, lo lleva a su terreno, lo
crumbiza. Esa misma sensación tuve durante la lectura, que me interesó mucho. Cuando
reseñé por aquí su genial
Génesis, titulaba el punto 3
Crumb está en el Génesis y, entre otras cosas, comparaba el rostro enajenado de los bíblicos Jacob o Isaias en pleno trance divino con el de
Philip K. Dick en la historieta
La experiencia religiosa de Philip K. Dick. En ambos la religión es la causa de ese rostro ido y febril, pero yo siempre lo relacioné con el propio Crumb y su obra, y le imaginaba sumido en el mismo proceso al dibujar, seguramente con compulsión, igualando el acto creativo a la posesión religiosa. Este
Kafka me regala el vínculo que faltaba, el rostro enajenado de Kafka al escribir. Y no tengo dudas sobre que Crumb se ve así a sí mismo al dibujar. Hay otros vínculos entre Kafka y Crumb que este cómic atípico (al unir narrativa gráfica y narrativa ilustrada) muestra, como la presencia de un padre dominante o una visión torcida de la propia sexualidad. Respecto al libro en sí, me ha resultado una lectura muy interesante y una buena introducción al escritor: hay biografía, se adaptan en formato breve sus principales cuentos y novelas y se aportan claves para la lectura; y hasta veladamente se hace referencia a los rastros del humor judío en Kafka, algo que nuestro añorado
David Foster Wallace dejó bien claro en su artículo
Algunos comentarios sobre lo gracioso que es Kafka, de los cuales probablemente no he quitado bastante, incluido en
Hablemos de Langostas.