21.7.14

EL FÚTBOL ES ASÍ.


Mi relación con el fútbol ha sufrido altibajos a lo largo del tiempo. En la infancia se producen dos grandes divisiones grupales. La primera es entre niños y niñas y apenas la experimenté porque no fui a un colegio mixto (en mi neolítico eran bastante excepcionales); hoy la observo cada día cuando acompaño mis hijos a la escuela. La segunda se produce a la hora del recreo entre los que juegan a fútbol y los que no. Fui siempre de los segundos y durante bastantes años el fútbol no me interesó lo más mínimo, e incluso supongo que en la primera adolescencia llegué a despreciarlo. En casa se hablaba de fútbol, eso sí, en esas comidas con mi abuelo que retrato en Mentiré si es necesario. Mi familia materna era del RCD Espanyol (que por entonces aún llevaba ñ) y eso que era la rama puramente catalana; curiosamente, la otra, la Fernández, que venía de Tarragona y también hablaba catalán (en la intimidad), era del Barça. Como tiré más por la materna, cuando me preguntaban de qué equipo era siempre respondía que del Español, aunque sin demasiado entusiasmo. Recuerdo que un día en clase, creo que en 1º de BUP, nos preguntaron de qué equipo éramos. En las respuestas a mano alzada conté que de 40, 26 eran del Barça, 11 del Real Madrid, 2 del Bilbao, 1 de la Real Sociedad (eran los años de las ligas vascas) y yo, el único periquito. Reconozco que esa soledad me pareció atractiva: me sentía especial y superior porque no me interesaba el fútbol, pero al mismo tiempo comprobé que si el fútbol me hubiera gustado seguiría sin ser parte de la masa. Y eso, cuando tienes 15 años, mola mazo. Aún así, seguí sin mostrar el más mínimo interés.


Esta dinámica personal cambió con el bendito punk. El patito feo, rata pedante de filmoteca, se entregó al acorde supersónico y un fin de semana de pogo ilimitado un amigo me propuso continuar la juerga en el gol sur del Camp Nou. Me apunté porque la inconsciencia hedonista guiaba mi destino; pero aquel par de meses, observando avalanchas cada vez que el Barça de Venables metía un gol, siempre maticé que yo, en realidad, no me enteraba de nada y encima era del Espanyol. Vino a mi rescate otro colega de guateques, éste sí blanquiazul por rebeldía (su padre era un culé forofo que cuando nació su hijo exclamó “¡Mi primogénito ni será marica ni del Español!”, en el típico FAIL al que todo progenitor está abocado). Pues eso, que mi colega me vino a decir que lo del Camp Nou era para nenazas y que estaba muy mal que un periquito como yo no se educara futbolísticamente entre hombres de verdad, es decir, en el viejo campo de Sarriá. ¡Qué razón tenía! Comparar el Camp Nou con Sarriá era como comparar a Spandau Ballet con los New York Dolls, dos bandas que respeto pero que abren un abismo entre ellas. En los ásperos asientos de cemento de aquel viejo estadio descubrí la pasión balompédica y forjé mi espíritu rodeado de una fauna humana pintoresca, animando a un equipo que da la mano a la derrota y pone cuesta arriba la victoria. Aprendí que el fútbol tosco también era emocionante, que jugar mal y ganar de penalti injusto en el último minuto era la rehostia y que jugar bonito casi siempre te aboca a un fracaso de mierda. El niño que despreciaba el fútbol acabó llorado con él, por felicidad o por fracaso. Tampoco es que me convirtiera en un forofo: hace un lustro que no piso un estadio y casi nunca me paro a mirarlo por la tele, pero conozco el placer irracional que puede provocar.


Menudo rollo estoy soltando cuando en realidad he venido aquí para comentar Fútbol: la novela gráfica, el tebeo que Pablo Ríos y Santiago García acaban de publicar con Astiberri. Habrá quien diga que menuda reseña, que llevo dos párrafos escribiendo sobre mí con la excusa del fútbol, y aunque sea verdad, lo cierto es que no se me ocurre mejor manera de abordar esta novela gráfica inaudita y sorprendente. Conocía el proyecto cuando sólo era una idea que el propio Pablo Ríos me comentó en la presentación barcelonesa de Azul y Pálido, su excelente debut en largo. Lo que tardé en averiguar es que Santiago García, haciendo un nuevo alarde de su condición hiperactiva, se sumaba al proyecto. ¿Un cómic sobre fútbol un poco en la línea de No Ficción hecha la novela gráfica de Azul y Pálido? Si la idea me parecía potencialmente buena, el tándem autoral era toda una garantía y multiplicaba mi curiosidad. A priori, parecía muy fácil hacerse una idea general de cómo iba a ser, un recorrido más o menos amplio sobre el fútbol, sus historias, sus anécdotas, sus mitos, sus modas, sus pasiones, sus tópicos. La incógnita parecía ser más bien cómo Pablo y Santiago iban a hilvanar todo eso. Hace un par de semanas llegó a mis manos el resultado, y empecé a leer con ganas y entusiasmo. Cuando iba por la página 45 detuve la lectura ante la necesidad de enviar un rápido tuit:
 “Llevo 45 páginas de Fútbol la novela gráfica y no se parece nada a lo imaginado. Es mejor, y sorprendente.”

Que me sorprendan de esta manera es algo que para mí no tiene precio y que valoro muy alto; supongo que es un baremo compartido entre quienes nos sumergimos en textos e historias con frecuencia. También es un terreno peligroso cuando se ha de escribir sobre la experiencia lectora proporcionada para no romper esa magia ante lo inesperado. No quiero revelar mucho, pero sí comentar algunas cosas. Antes de proseguir o abandonar, es importante subrayarles de nuevo la idea: Futbol, la Novela gráfica es una de las lecturas más insólitas que he podido disfrutar en mucho tiempo.



¿Razones? Bueno, principalmente porque el cauce que sigue esta lejos de ese que uno, más o menos, podía imaginar. Más que ir en busca de lugares comunes, aunque los hay, afronta la disyuntiva entre pasión y razón partiendo de la Teoría de juegos y su difícil encaje en un juego colectivo con infinitas variantes de incerteza (incluso en el lanzamiento de penaltis). Pero ojo, que no se trata para nada de un tratado matemático, sólo un punto de partida para contrastar la racionalidad implícita en todo juego y las intensas emociones que despierta el más mediático y seguido de todos. También porque está lleno de historias, pero no las esperables. Hay anécdotas históricas, como el sorprendente Granada contra Barbados de 1994, y otras que entran en el terreno de la especulación o incluso la leyenda urbana, formando un increíble diorama que va de la mujer que se hace pasar por hombre para jugar en primera al tabú de la homosexualidad, pasando por las disputas internas entre miembros de un mismo equipo que “se quedan en el vestuario”, la perversión que supone su carácter mediático y su vínculo con el poder político y económico, Evasión o victoria, y, claro, la memoria sentimental. Por haber, hay hasta una hermosa autoreferencia con extraterrestres.



Mi grado de sorpresa durante la lectura es creciente y al mismo tiempo muy veloz. Creciente por el uso de un narrador que tiene los rasgos y presencia física de Santiago García, pero que no es él, o no exactamente. Eso produce un choque muy curioso que va del “no sabía que Santiago García había hecho tal” al “Pero qué coño, Santiago García no tiene tal”. Lo cierto es que el resultado es muy intenso, y más cuando la historia del Cosmos de Navalcarnero irrumpe como un bofetón ante el que sólo queda seguir leyendo con la boca abierta.



Otro aspecto que me gusta mucho de Fútbol la novela gráfica es su condición de inclasificable. Escribía hace un par de semanas sobre el interés que me despierta ver como el cómic se abre a la no ficción. No sé donde leí que el gusto por ella crece con la edad, que cuando se es joven se tiende a la novela y cuando se es mayor al ensayo. En cierta forma, creo que cumplo esa tendencia y quizá eso explique mi atracción. De todas formas, el concepto de No ficción, además de engañoso, abarca una amplía gama de posibilidades: biografía, divulgación, historia, ensayo, testimonio documental, reportaje periodístico, panfleto ideológico. De todos ellos hay ejemplos en cómic y, más importante aún, afrontan el reto acudiendo a su condición de cómic y el lenguaje que le es propio, cada vez menos dependiente del modelo de otros medios como el escrito o el audiovisual. Aún así, la No Ficción tiene un gemelo oscuro, un reflejo perverso por el que siento auténtica pasión: el Mockumentary o falso documental. No es un terreno que la historieta contemporánea haya transitado en exceso, más allá de lo falso que hay en toda autobiografía (me lo van a decir a mí). En Cenizas de Álvaro Órtiz se jugaba un poco con ello, pero era una novela gráfica de ficción. Por eso creo que Fútbol la novela gráfica tiene mucho de revolucionaria, porque utiliza de manera muy brillante la verdad y la mentira, lo supuesto y lo imaginado. No es exactamente un falso documental, o quizá sí, porque el Mockumentary es así.


Un tebeo inteligente sobre fútbol, quién lo iba a decir, y encima sin acudir a la florida prosa de algunos comentaristas deportivos. Un tebeo sobre fútbol tan inaudito que gustará a los que lo desprecian tanto como a los que lo disfrutan… excepto si se es hincha de bajo instinto y raciocinio escaso. Para éstos, el equipo rival, supone un gol en propia meta en el último segundo de la prórroga, es decir, un gustazo.



13.7.14

PRESENCIA HUMANA EN EL GÓTICO DE SUBURBIA



Los amigos de Aristas Martínez, editores de mi ensayo Black Super Power, andan entregados a Presencia Humana Magazine, publicación trimestral que se define como revista de creación extraña. Bellamente editada, el tercer número salió a la venta hace apenas un mes con una fabulosa ilustración de portada firmada por Marta Bielsa, cuya obra no conocía y supone un gran descubrimiento. La entrega está dedicada a la editorial Salto de página e incluye relatos de Jon Bilbao, Matías Candeira, Luís Manuel Ruiz, F.G. Haghenbeck, Juan Carlos Márquez y Emilio Bueso. Me gusta mucho lo poco que le he leído a Bueso, así que he marcado entre mis prioridades hacerme con Extraños eones, antología de cuentos que le acaba de publicar Valdemar, y con la novela Esta noche arderá el cielo tras la efusiva recomendación de Antonio Torrubia de Gigamesh.



El tercer número se completa con las secciones habituales: un cómic de Ed (en el anterior era de Ana Galvañ, así que por ahí muestran un gusto exquisito) y un estupendo apartado de ensayos: Servando Rocha escribe sobre el poeta William Butler Yeats; Ángel Sucasas de Le Park de Bruce Bégout y Víctor Nubla de las performances de la organización Survival Reseach Laboratories. Junto a estos tres titanes mi presencia desluce un poco, pero bueno, ahí estoy desde este tercer número y ahí seguiré hasta que los responsables digan basta.


Mi aportación se cobijará bajo el título general de Gótico de Suburbia y se pretende una serie de artículos dedicados a dar una personal visión de algunos caminos abiertos por la fantasía, la ciencia-ficción, el terror o una variedad de híbridos extraños o inclasificables. Identificar miedos contemporáneos y rastrear precedentes en el pasado. En un principio Gótico de Suburbia iba a ser sólo mi primer artículo para Presencia Humana, pero cuando andaba apuntando su estructura me di cuenta que me iba a salir un ensayo que ocuparía toda la revista, así que decidí dejarme llevar por la ambición y extenderme todo lo necesario en sucesivas entregas. En esta primera entrega, Conjuros audiovisuales para abrir las puertas del infierno parto y amplío generosamente lo que escribí aquí mismo sobre Argento, Fulci, Inferno y El Más Allá: cine de terror abstracto en el que libros malditos abren portales al horror puro y malsano. Ahora mismo estoy dando acabado a la segunda, A través de un cristal oscuro: ficción de género, autobiografía y contracultura, donde a partiendo de El martillo cósmico de Robert Anton Wilson planteo un paralelismo imposible entre La transmigración de Timothy Archer de Philip K. Dick y Nuestra Señora de las Tinieblas de Fritz Lieber. En septiembre en sus manos, y ojo, que esto no ha hecho más que comenzar y estoy disfrutando con la lista de textos futuros.

 Por cierto, Aristas Martínez anda de campaña de oferta, así que más fácil no puede estar la cosa.

Fredric Brown y señora.

4.7.14

PASIÓN LIBRESCA




En cuanto conocí su existencia, por supuesto vía Sark, Librerías de Jorge Carrión (Anagrama, 2013) me hizo tilín inmediato. Nada de raro en ello: mi idílico plan cuando me llegue la jubilación es tumbarme en una hamaca y ponerme a leer todo lo que ahora no puedo. Soy el tipo de persona incapaz de salir de casa sin un libro encima porque ante cualquier contratiempo lo más importante es no perder tiempo de lectura. Alguien que es feliz con los libros desarrolla y expande esa querencia por proximidad, y las librerías están ahí, para suministrar, ofrecer, sugerir y descubrir. Así que un ensayo sobre ellas me tienta y me levanta el sentimiento.


Librerías no es un ensayo al uso, y eso siempre me gusta. No es divulgación histórica acumulada sin alma ni chicha. Tampoco luce perfil académico, lleno de citas, tesis y lenguaje áspero ante el que es necesario picar piedra. No, es otra cosa, y bastante personal, cosa que siempre agradezco. Si de algo tiene forma es de libro de viajes, un libro de viajes ciertos por las librerías del mundo o de viajes virtuales a las del pasado. De hecho, esta condición es la que en general le da orden y define los capítulos, que en su tronco central siguen una estructura geográfica —precedida por la histórica y seguida de tipologías—; aunque luego, internamente, Jorge Carrión se deja ir y alterna sinuoso en cada uno de ellos el dato histórico, la anécdota local, la conexión con determinados autores, el estallido de ideas y reflexiones, el apunte personal y autobiográfico. Y así cada uno de los capítulos se transforma en amalgama de hechos y emociones.


Jorge Carrión se deja ir, o llevar, y lo hace en un terreno como el del ensayo, donde no es habitual esa manera de escribir y reflexionar. Envuelve el dato de entusiasmo sin forzar ni perder el norte, y eso me arrastra como lector. Así, sin esfuerzo ni quererlo, me he zampado el libro en cuatro días, que como siempre digo es algo que valoro muy alto; y es curioso porque durante mi zambullida en las páginas de Librerías no dejaba de percibir de manera consciente la elasticidad de la distancia entre su autor y yo. Por ejemplo, las distancias podían ser enormes, como cuando habla del Hotel Chelsea de Nueva York y no cita a Sid Vicious, que es lo que yo hubiera mencionado en primer lugar de entre sus muchos huéspedes e historias porque soy de raíz punk. Y luego, de golpe, la distancia se puede hacer mínima con citas al tebeo The Boys de Garth Ennis.


En realidad ese trecho irregular y mutante de separación acostumbra a mantener la distancia porque los escritores de los que habla y cita son los grandes, los prestigiosos, y yo hace tiempo que abandoné su lectura porque me tiran otras cosas. También es verdad que ese prestigio es actual, porque en lo narrado queda claro que incluso si lo disfrutaron en vida, en muchos casos tampoco les permitió comer caliente con frecuencia. Y no está de más añadir que Jorge Carrión habla de ellos natural y sin pompa, y nunca viejuno porque es hombre moderno. Otra cosa es el tema de los viajes, que aportan un punto de vista personal y propio al asunto, identidad y primera mano, aunque yo, que soy un envidioso, en algún momento me dije joder con el Carrión, cuánto mundo ha recorrido, cuánta librería ha visitado, cuánto leído de camino. 


Como decía, me he zampado el libro en cuatro días porque es de esos que te cogen y te llevan, y aunque no todo despertara mi interés del mismo modo, está lleno de historias y reflexiones con las que he disfrutado: de la importancia del trapero como traficante de libros, de cómo los libreros fueron los primeros en reivindicar los derechos del escritor, de libros censurados y perseguidos, de libros quemados, de cómo quienes ordenaron esas quemas habían sido frecuentes visitantes de librerías, de las que forjaron escritores, de cómo los lectores de papiros despreciaron el avance que suponía el pergamino, del nacimiento del libro popular y su industria, del intenso y hermoso vínculo histórico entre librerías y ferrocarriles, de centros comerciales que venden libros sin libreros, de la librería de la esquina y de la mítica. En definitiva, Librerías habla de los libros, de quienes los venden, de quienes los escriben y, sobre todo, de nosotros, los lectores.

3.7.14

CINE DE HOSTIAS PARA EL SIGLO XXI



Hace tres años en el Festival Internacional de cine Fantástico de Sitges —que por cierto ya calienta motores— programó una de esas pequeñas joyas orientales a las que nos tiene tan bien acostumbrados: The Raid, de la que ya di cuenta inmediata y entusiasta en su momento. El pase de aquel día, en la siempre bulliciosa sala El Retiro, fue una memorable comunión de espectadores arrebatados y de estallidos de júbilo ante el festival de acción y artes marciales de esta sorprendente película indonesia, la más contundente en muchos años en su especialidad, probablemente desde la mítica Ong Bak.


El argumento de The Raid era bastante sencillo: un comando de la policía asalta el cuartel general de una banda de traficantes, a su vez un bloque de apartamentos densamente poblado. La operación se complica cuando la promesa de un alquiler gratis de por vida convierte a los numerosos habitantes del polígono suburbial en una jauría de asesinos que supera ampliamente al grupo de agentes. A partir de ahí, un inaudito festival de acción, violencia y artes marciales como pocas veces se ha visto. Una cosa brutal; muy brutal. El anuncio de una secuela nos ha tenido relamiéndonos de gusto a todos los que la disfrutamos, y más cuando entre original y secuela su director, Gareth Evans, nos regaló el episodio de found footage más delirante y alucinado de V/H/S 2.



Bueno, pues con The Raid 2 Barendal calentita toca despejar silogismo: si la primera era la hostia… ¿La segunda es la rehostia? Pues sí y no, o no y sí. Así que procederé por partes (y avisaré cuando llegue a los espoilers). Primero lo que de verdad importa en una película como ésta: las escenas de acción y de hostias. Pues por ahí cojonuda, impresionante, con detalles nunca vistos y una forma de rodar y planificar que asombra por espectacular, bestia y novedosa. De nuevo, un festival mayúsculo. Así que, desde el punto de vista del cine de tortazos, la cosa es fenomenal y, claro, a partir de ahí cualquier pega es secundaria. Meras zarandajas.

Si, o no.

Verán, ya de entrada el tema es que al lado de la original, de The Raid 2 es otra cosa,  y que se va a las dos horas y media de metraje, de las que la mitad es pura y generosa acción salvaje. Fabuloso, pero ¿y la otra mitad? Pues que se complica la vida sin necesidad, con una trama que se alborota de manera tosca y muy evidente, y eso siempre desluce; más cuando con un poco de cariño y acabado, con un repasito final, podríamos estar ante el peliculón que no es porque se arma un lío, y eso que la historia tampoco es tan complicada (ojo, spoilers): el clásico thriller de policía infiltrado y guerra de bandas.



Al comentar por twitter que “Tiene momentazos pero sobra metraje” enseguida he establecido un interesante diálogo con Álvaro Arbonés sobre los problemas de guión y montaje de la parte de la película que no va de hostias (que por ahí es brillante), y les hemos sacado punta: Prakoso, el asesino vagabundo, irrumpe de golpe a media peli casi para protagonizarla durante un rato. Un personaje importante de aparición abrupta y descompensada, y que además desdobla su función con otro, Aka, un lugarteniente mafioso que de golpe se vuelve también importantísimo. Ambos son el reflejo siniestro del futuro que podría tener el protagonista, pero como digo está resuelto con tosquedad. Lo mismo con el malo, Bejo, un impedido segundón que no se entiende cómo ha reunido la banda de asesinos que le rodea (grandes hallazgos, por cierto, la chica de los martillos y el tipo del bate de beisbol). O Eko, el hijo del jefe de uno de los clanes, cuya idiotez acaba por crispar y cuya actuación final tampoco se explica del todo, algo que también pasa con la organización parapolicial que lucha en la sombra contra la corrupción.



De hecho, puede dar la sensación de que todo eso, la maraña de personajes y subtramas, está ahí como excusa para encadenar hostias y potenciarlas con emoción, pero se amontonan tanto y con tanta seriedad que me parece bastante dudoso que sea esa su función. Al final, he acabado por exponer una teoría que me asaltó a media película. Gareth Evans, con la producción muy avanzada y con el rodaje inminente, o ya iniciado, quedó seducido por Only God Forgives de Nicolas Winding Refn y bajo ese influjo hipnótico decidió acometer cambios y añadidos de última hora en The Raid 2 y la cosa ha quedad sin pulir. Bueno, las hostias pulidas sí que están. Joder, cuánta animalada. y cuánto destrozo.

 Homenaje al cine coreano