Desde la semana pasada tienen a su disposión la penúltima entregra de la cuarta temporada de Reflexiones de Repronto, que lleva por título
Hecha la ley. Ya saben, clic y a verlo.
Dicho lo cual...
parte de la trama del 47º Repronto nace cuando, durante el visionado de la tremenda
La Pasión de Cristo (Mel Gibson, 2004) me percato de un detalle que me deja fascinado y meditabundo:
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Un momento en el que Cristo se derrumba ante tanto azote, mira a un lado y ve los pies de su torturador.
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La idea de que Mel Gibson decidiera utilizar la cámara subjetiva y compartir la mirada del sufrido protagonista, de ofrecer el punto de vista de Jesucristo al espectador, de que el actor y director australiano pensase "Cristo veía esto y tu lo vas a ver igual porque ahora eres él y compafrtes sus ojos"... Buf. Brutal. Y no es el único momento en que se utiliza ese recurso a lo largo de la peli. Sólo por eso la película ya me parece reivindicable. Bueno, en realidad, como fan del gore educado en la cultura católica que soy, la peli cuenta con todas mi simpatías. Pero continuemos.
Cuando hace un par de años se produjo el escándalo de las viñetas ofensivas con el Islam al reproducir la imagen de Mahoma, algo prohibido en esa religión, recordé la existencia de una película que vi (padecí) en el cine de mi abuelo cuando le llegó el turno:
Mahoma, el mensajero de Dios (Moustapha Akkad, 1977). Akkad, sirio e islamista practicante, encontraba a faltar una gran producción sobre su religión como las que tanto abundaban referidas al cristianismo, y decidió hacer un biopic del profeta fundador.
Se enfrentó a dos problemas. El primero, la resistencia de Hollywood a financiar un filme de este tipo. Lo resolvió acudiendo a Gadafi, el dictador libio, que financió la película a cargo de los presupuestos del estado. El segundo gran problema era, claro, la prohibición de representar la imagen de Mahoma o su voz. Tras consultar a diversos islamistas ilustres, se obvió la imagen y la voz del profeta. En la película nunca le vemos ni oimos y siempre está en off. Y así se indicaba en los créditos iniciales.
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Ya de entrada, la idea de un biopic sin la presencia del biografiado convierte el fime en un producto extravagante. Con la idea de La Pasión de Mel Gibson y su uso de la cámara subjetiva, enseguida me planteé... "Y sí..." ¡Bingo!
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Arriba tienen a
Anthony Queen, rostro visible como tío de Mahoma, en pleno monólogo sentado frente a la cámara, convertida en profeta del Islam. Para dejarlo más claro, lo del punto de vista subjetivo, el actor se levanta, se retira hacia atrás (siempre de frente) y luego se sienta apoyado en una columna. La cámara, que es Mahoma, se levanta, avanza hacia él y sigue escuchándole.
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No es el único momento en que se utiliza el recurso narrativo y visual de la cámara subjetiva. De hecho, la película está repleta de cámaras subjetivas del profeta. Y cuando el profeta se levanta, la cámara lo hace. Abajo tienen otro momento en que los discípulos miran a cámara, es decir, a Mahoma.
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Siempre me quedó la duda. Si representar al profeta es blasfemo según el Corán, la idea de tomar su persona y convertirlo en punto de vista, en una cámara al fin y al cabo, se me antoja aún más blasfemo. Pero no hubo quejas al respecto, quizá porque se les escapó ese detalle técnico.
Ojo, la película, aunque se estrenó con éxito en la mayoría del múndo árabe, si tuvo quejas airadas por parte del sector más ultra-ortodoxo del Islam, pero porque la sola idea de hacer una biografía filmada, aunque no se viera ni escuchara al profeta, ya les parecía irrespetuoso y reprobable. De hecho, a los pocos días del estreno, el
12 de marzo de 1978, una escisión terrorista de los Black Muslims norteamericanos secuetró a un centenar de personas en Washington DC y entre sus exigencias se contaba la prohibición del filme en los EEUU y su retirada de cartel. El asunto se resolvió en 38 horas cuando los secuestradores se rindieron.
La carrera de Moustapha Akkad, productor y director de Mahoma, el mensajero de Dios (estrenada en EEUU como
The Message), no acabó aquí. Su siguiente producción se iba a convertir en un filme básico y clave del cine de terror:
La Noche de Halloween (John Carpenter, 1978), con la que inauguró una saga de la que produjo múltiples secuelas hasta su muerte a finales de 2005. Podemos decir que el suceso fue una crueldad del destino: se encontraba en la recepción de un hotel de Siria, trabajando en una biografía sobre saladino, cuando un terrorista suicida de Al-Queda irrumpió en la sala y detonó una bomba que acabó con la vida de una decena de personas, Moustapha Akkad incluido.
Aún así, lo que más me sorprendente de esta historia que se inicia con cámaras subjetivas que ponen al espectador en los ojos de Mahoma o Jesucristo y que acaba con atentados terroristas en Oriente Medio es la presencia de ese inesperado invitado procedente del mundo de la ficción:
Michael Myers, el sanguinario psicópata de Halloween. No está de más recordar que
La Noche de Halloween se inicia con una larga secuencia en cámara subjetiva.