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Uno es El Triángulo Secreto de Didier Convard, Denis Falque y André Juillard, que como best seller es puro y duro. Una historia de sociedades secretas, templarios, herejías medievales, asesinos enviados por el Vaticano y revelaciones bíblicas (Jesucristo tenía un hermano gemelo, hecho que explicaría su resurrección) que inició su publicación unos años antes del Código Davinci. Además de una trama entretenida y bien urdida (aunque el formato integral siempre deja al descubierto vigas y tabiques), tiene el mérito de avanzar a golpe de flashbacks históricos perfectos en su grafismo (ahí Juillard resulta vital) y estupendos en su verosimilutud histórica (especialmente por lo que hace a cátaros y templarios) . Que el tebeo funciona lo demuestra su segunda parte, I.N.R.I., a punto de publicación.
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El Príncipe de la Noche de Yves Swolfs (autor del eurowestern Durango) también avanza a base de flashbacks históricos aunque aquí no tenemos intrigas vaticanas ni masones iluminados sino vampiros. La estirpe de los Rochemont enfrentada, desde la Edad Media y como una maldición, al poderoso no muerto Kergan Aunque de prolongación algo forzada (en la sexta entrega salen simpáticos nazis, Himmler y la orden de Vril incluidos, pero aún así chirría por avalar aquello que lo corto es mejor), es una lectura que me ha entretenido primero por ser hija del folletín, que es el pulp europeo a reivindicar, un campo donde los franceses se dejaron de hostias y tempos y que pervive de manera gloriosa, precisamente, en la BeDé de aventuras. La otra es que como historia de vampiros se deja de mariconadas y mira a los clásicos de la Hammer con ánimo popular, es rica en su imaginario gráfico y en códigos de chupasangres y, sobre todo, se deja llevar por el erotismo explícito. Hacía ucho tiempo que no contemplaba una escena de sexo y vampirismo tan contundente como la de la heroina Elloise y el vampiro protagonista. Ese momento justifica del todo, al menos para mí, el tebeo.
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