3.8.08

VIDAS AJENAS (XXX)



Abelino Antunez era hijo de un alfarero salmantino adicto a la violencia doméstica. En 1979 Abelino fue objeto de abusos por parte del padre Jesús, un sacerdote que acostumbraba a llevar niños al monte para darles clase de guitarra y cantar versiones cristianas de Simon & Garfunkel o Bob Dylan. Es evidente que aquella tarde el padre Jesús hizo algo más que tocar la guitarra. Abelino, traumatizado por el suceso, regresó a casa más silencioso de lo habitual. Encendió el aparato de televisión. Daban Aplauso. La irrupción catódica de los Jackson Five con los compases de Blame it to the boogie cambió su vida para siempre. Abelino quedó especialmente fascinado por el infante de pelo afro, el más pequeño de aquella familia de negros estrafalarios poseídos por el ritmo. Notó que aquel niño cantante y él tenían algo en común. No sabía qué pero sin duda era muy intenso. A partir de entonces dedicó su vida a seguir, con devoción, la carrera de su ídolo: Michael Jackson. Disfrutó, abducido, de la carrera y el éxito de aquel muchacho de color y de sus provocativas coreografías, que imitaba en la soledad de su habitación. Se vestió como él, hizo el zombi por las calles de Salamanca, ahorró para poder viajar por toda Europa cuando la estrella salía de gira y sufrió en carne propia el inicio de la decadencia de su ídolo. Aquel declive mediático comenzaba a hacer mella en Abelino cuando un indigno documental dio un nuevo impulso su vida. Vio como Michael dilapidaba fortunas comprando carísimos y enormes jarrones de porcelana. Abelino se encerró en el taller de su difunto padre y aplicó artesanales conocimientos de alfarería en la manufactura de un enorme botijo de tres metros de alto y dos toneladas de peso. Desgraciadamente, las posibilidades de que Michael pasara por Salamanca eran escasas. Abelino esperó y esperó hasta que, harto de la espera, vendió su casa e invirtió la escasa herencia familiar en costear el complicado transporte de su obra, en la que había volcado todo su amor, hasta la residencia de Jackson. Una vez a las puertas de Neverland, el astro se negó a recibirle, así que de nuevo esperó y esperó hasta que por fin su ídolo se dignó a salir para contemplar aquel enorme botijo. Michael Jacson dedicó unos breves instantes a mirar con despreció la monumental artesanía y ordenó a un par de guardaespaldas que tomaran unas mazas e hicieran añicos el botijo. Aquello hundió a Abelino, que fue detenido, maltratado y expulsado de EEUU metido a la fuerza en un vuelo directo a Barcelona. En el viaje de regreso decidió que un día regresaría a California para asesinar al cantante, por quien ahora sentía un odio intenso. Desgraciadamente, estaba en la ruina, sin casa ni dinero, y el estado de dejadez física y mental le llevó a vivir como un pordiosero mendigando por las calles de la Barcelona, una ciudad que le resultaba especialmente ingrata. Pasaba los días fabricando pequeñas esculturas con latas usadas que vendía a los turistas. Pronto se dio cuenta que jamás reuniría el dinero necesario para poder llevar a cabo su plan. Deprimido y al borde del suicido deambuló por las calles de la Ciudad Condal hasta que, llegando al final de las Ramblas, escuchó los compases de Billy Jean. Atraído de manera hipnótica por la música, se abrió paso entre una muchedumbre de turistas que aplaudía a un doble de Michael Jackson. Lo hacía muy bien pero eso no impidió que Abelino le mirara con un odio asesino. Contempló poseído por un extraño éxtasis de rabia toda la representación. Aguardó mientras el clon recogía las ganancias y le siguió hasta su casa. En el momento en que la víctima entraba en su domicilio, Abelino irrumpió con una violencia inusitada en el portal, agarró el cuello del imitador con sus gruesas manos de alfarero salmantino y apretó con fuerza hasta darle muerte por asfixia. Observando aquel cadáver tendido en el suelo, aun disfrazado de su antiguo ídolo, notó una liberación imposible de describir con palabras. Un subidón maravilloso. Por primera vez en su vida Abelino supo lo que era la felicidad. Al día siguiente, liberado de su pasado, regresó a las Ramblas y, para su sorpresa, otro doble de Michael Jackson había tomado el lugar del anterior. Sonrió feliz y esperó de nuevo ilusionado al final del espectáculo callejero. Las Ramblas han resultado ser una mina inagotable de sensaciones. Da igual a cuántos mate; al día siguiente siempre hay alguien dispuesto a sacarse unos euros imitando a Michael Jackson rodeado de turistas. “Habrá quien piense que me he conformado con la copia en vez de acudir al original, quizá sea cierto, pero he descubierto que la copia tiene algo especial, algo que la hace mejor. Ningún imitador de Michael Jackson muere de la misma manera que el anterior. Percibo temblores diferentes en cada uno de ellos y estoy seguro que asesinar al original no me produciría el mismo placer, sería como volver atrás, sin ese plus de novedad que me da la evolución natural de la cultura popular” Este es el mensaje que Abelino me ha pedido transmitir a los internautas de habla hispana.

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