8.12.07

LOS LECTORES NO SE COMEN LAS HISTORIAS: STAN LEE, LA SEDUCCIÓN DEL INOCENTE Y LAS VERDADES DEL BARQUERO



Mi artículo sobre Joe Maneely en el Interzona número cero ha supuesto reencontrarme, despues de muuuucho tiempo, con las restricciones de espacio. Me he acostumbrado a largar sin miramientos, así que hube de aplicar la tijera. Tampoco es una cosa que me preocupe: la síntesis es tan interesante como el vómito expositivo. Además, siempre se puede complementar y/o ampliar, que para algo tengo un Blog Ausente.

Una de las cosas que he dejado fuera es referirme a Raving Maniac (Maníaco Delirante), historieta dibujada por Maneely bajo guión de Stan Lee y publicada en abril de 1953 en el número 29 de Suspense, comic book de la Atlas generoso en el tipo de contenidos que tanto enervaban al reaccionario psiquiatra Fredric Wertham. Si nos ponemos en contexto, La Seducción del Inocente, el ensayo de Wertham que abría la caza de brujas contra los tebeos de la época, no sería publicado hasta un año más tarde, 1954, pero ya existía una pública corriente de opinión en contra de los contenidos de los cómics de la época. Wertham ya había publicado The Show of Violence (1949) y había declarado, en la tribuna pública del estado de Nueva York, la influencia perjudicial que tenían en las conductas criminales de muchos jóvenes urbanos. Raving Maniac es la respuesta de Stan Lee a las acusaciones, un sincero y arrebatado alegato en defensa no sólo de sus historias, sino también de todos los cuentacuentos.

Desgraciadamente sólo dispongo de las dos última páginas (de cuatro) de la historieta (escaneadas del número 29 de Alter Ego, el estupendo fanzine especializado editado por Roy Thomas), pero son suficientes para constatar la sencilla claridad de sus argumentos: el sentido común estaba de parte de Stan Lee, al fin y al cabo, un contador de historias que sabía cuál era su papel... y el de sus cuentos.


raving maniac p3
raving maniac p4


El protagonista es el propio Stan Lee, editor de tebeos de miedo y fantasía al que un buen día se le cuela en la oficina un energúmeno, el maníaco delirante del título.
"¡¿¿Piensa usted que sus lectores están tan enajenados que se tragarán todas esas historias de fantasmas, zombis y monstruos??!",
impeta el ignorante iracundo que se cree portavoz de ese abstracto y temible concepto llamado ciudanía.
"Claro que no. Mis lectores leen historias, no se las comen".
No se me ocurre mejor respuesta. El editor de cómics sólo debe mostrar la portada de un periódico de la época, con la bomba atómica en primera plana, para indicar cuáles son los miedos reales, cuál puede ser la razón de esa posible degeneración moral de los jóvenes que tanto asusta al psiquiatra moralista. ¿Qué se puede esperar de una sociedad atómica si el fin del mundo está a la vuelta de la esquina y se anuncia en primera plana? Ese es el caldo de cultivo de la revolución pOp, que fue la primera de todas. Hay cosas que nunca cambian. Es terrible constatar cómo ese argumento sigue plénamente vigente, sólo hay que observar los telediarios de Antena 3: entre cruentos atentados en Oriente Medio y la crónica de sucesos se nos recuerda el mal que ejercen los videojuegos.

El Dr. Michael J. Vassallo, uno de los grandes expertos en los tebeos de horror de los años 50, sintetiza muy bien los argumentos esgrimidos en esta historieta por Stan Lee ante el acoso de Wertham:

1- No se obliga a nadie a leer tebeos.
2- Es propio de los régimenes autoritarios indicar a la gente qué leer o qué no.
3- La ficción pOp es válvula de escape, pura y necesaria evasión ante la cruda realidad.

En un arrebato de inocencia y confianza, Stan Lee pone a la ley de su parte y las fuerzas del orden se llevan al verdadero maníaco delirante mientras este grita "¡Conspiración!", sin tener en cuenta que los poderes, casi siempre, se ponen del lado del paranoico imvestido de falsa moral. Pero lo mejor de todo es ese maravilloso final en el que el CuentaCuentos, el narrador de historias, regresa a casa y hace lo que mejor sabe hacer con su hija. La única diferencia es que el cuento de horror, por una vez, no tiene nada de ficción. E incluso diría más: en una estructura como la de las historietas de miedo de la época, donde en la última viñeta aguarda la peor de las sorpresas es la sociedad borderline a la que Fredric Wertham aspiraba la que estaba ahí, aguardando como el espectro final que da el susto de muerte. Y ahí sigue.


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