1.5.10

DEL MK-ULTRA A LOS CABALLEROS JEDI

La gente tiene el cerebro tan lavado por la ficción, por el rollo Tom Clancy, que piensan «Ya sabemos que la CIA mata gente. No es noticia, sabemos que hace esas cosas». Lo cierto es que no sabemos nada de esto. No existen precedentes. Sería la primera vez que alguien acusa públicamente a la CIA de asesinar a un ciudadano estadounidense; pero toda esa ficción inmuniza contra la realidad.
La frase es de Eric Olson y procede de Los hombres que miraban fijamente a las cabras de Jon Ronson, largo reportaje periodístico recientemente llevado al cine en una muy libre adaptación que, curiosamente, toma forma de ficción, desactivando el potencial subversivo del libro.

Eric Olson es uno de los hijos de Frank Olson, científico de la CIA al que en 1953 se le sumistró LSD sin su consentimiento como parte de un experimento de control mental del MK-Ultra. El tipo se tiró por la ventana del hotel. Aunque el episodio se explica en el libro de las cabras de Jon Ronson (inclinandose más por la idea de que no fue un accidente), para conocer las actividades del MK-Ultra y Artichoke (los dos proyectos secretos de la CIA para lavado de cerebro y control mental) lo mejor es acudir a En Busca del Candidato de Manchuria de John Marks, publicado originalmente en 1979 y aquí hace pocos años por Valdemar en su imprescindible colección Intempestivas.


El libro de John Marks, que el año de su publicación se llevó el premio más prestigioso de periodismo de investigación de los EEUU, es fruto del análisis de 16.000 páginas de documentos que la CIA puso en sus manos en virtud del acta constitucional de libertad de información. Y el resultado es brutal. Marks no se deja llevar en ningún momento por la especulación y contrasta todo lo que puede, así que todo lo que cuenta es verdad. Con la guerra fría la agencia de información estadounidense experimentó con todo tipo de drogas (también con la hipnósis o los electroshocks) para conseguir el ansiado control de la mente humana. Lo hizo en secreto, con generosa financiación y sin ningún tipo de control.
Me he entregado en cuerpo y alma a esta profesión porque era muy, muy, muy divertido. ¿Dónde si no puede un norteamericano hasta la médula mentir, matar, engañar, robar, violar y saquear con la autorización y la bendición del altísimo?"

La frase es de la carta de dimisión de George White, que durante una década se dedicó a observar tras un falso espejo como las prostitutas que estaban a sus órdenes suministraban LSD a sus clientes sin el conocimiento de estos para luego sonsacarles información. Es uno de los muchos episodios narrados por Marks. Es tremendo comprobar como la introducción del LSD en las universidades vino de la mano de la CIA, creando un efecto dominó que daría con la contracultura, o como financió alguna de las expediciones mexicanas de Gordon Wasson en busca de hongos mágicos y experiencias chamánicas; pero mucho más constatar como durante ese periodo la Agencia tejió una tupida red de subvenciones a científicos de todo tipo, algunos de los cuales dieron rienda libre a su faceta mad doctor. En este sentido el episodio más terrorífico es el del siniestro doctor Cameron, psiquiatra que amparado por el gobierno experimentó el lavado de cerebro vía electroshocks y mensajes subliminales con los pacientes del hospital que dirigía.


La investigación de Marks ha sido alimento para conspiranoicos, pero es curioso constatar como las palabras de Eric Olson, aquellas que hablan de la inmunidad provocada por la ficción, se hacen palpables con la lectura. Está todo tan fundamentado y constatado que no deja margen para la duda, pero es que uno se lo cree todo porque es la CIA “y ya sabemos que la CIA hace esas cosas”.

El MK-Ultra fue desmantelado tras el Watergate y ahí acaba lo investigación emprendida por John Marhks en En busca del candidato de Manchuria. Curiosamente, Los hombres que miraban fijamente a las cabras de Jon Ronson funciona como una continuación de la historia, aunque a otro nivel.


La investigación de Ronson, realizada a base de entrevistas y no con documentos desclasificados, parte del descubrimiento del sorprendente Manual para el Primer Batallón de la Tierra de Jim Channon. La historia es curiosa: tras Vietnam, el deprimido ejército de los EEUU busca alternativas que laven la mala fama mundial de sus tropas y acepta la propuesta de un ex combatiente reconvertido en gurú new age que desea crear un ejército de paz y amor formado por guerreros con poderes paranormales que se rigen por la no violencia. Nace así una brigada de espías psíquicos, entrenados por el propio Channon, que fracasará en su intento de dar con el escondite del panameño general Noriega. A partir de ahí, comienzan a decantarse por el lado oscuro (el paralelismo con los Jedi es total) y a ejercitarse en el arte de matar cabras con sólo mirarlas.


Suena delirante, pero lo narrado por Rorson cuenta con numerosos testimonios (todos verídicos). El periodista, lógicamente, pone en duda que ninguno lo consiga y muy británico él, se deja llevar por el humor ante tamaño deslite. Con la llegada de Reagan, la unidad es desmantelada y sus miembros se convierten todos en gurús de las artes marciales, la new age y lo paranormal.

Es a partir de este momento que Ronson se pone serio y prosigue con Waco o el suicidio colectivo de una secta ante la llegada del cometa Hale Bopp para demostrar que algunas de las ideas del Primer Batallón de la Tierra seguían en funcionamiento, pero retorcidas, especialmente por lo que hace a los mensajes subliminales y el uso de la música como tortura (ayer mismo les hablaba del Dinosaurio Barney). Luego pasa a Abu Ghraib y Guantánamo para revelar que, en su lucha contra el terrorismo, el gobierno Bush reactivó la unidad y llamó a filas de nuevo a algunos de sus miembros.

El libro de Ronson es otra lectura fascinante llena de sentido de la maravilla, y me jode un huevo la portada mediática de la edición española, que no es otra cosa que el cartel de la película, que como les dije es una muy libre y traidora adaptación que mezcla personajes y se inventa sucesos (todo la parte final, por ejemplo), ficcionando una realidad que por si sóla ya sonaba suficientemente a ficción. Ustedes me entienden.