3.5.13

EL GABINETE DEL DOCTOR MARTÍ (IV): DOS ENTREVISTAS

Martí. Autoretrato publiicado en el TBO (etapa neotebeo) núm. 3

Continuando la serie de entradas dedicadas a Martí Riera festejando su regreso a las librerías con Atajos, la antología de historietas breves editada por La Cúpula, he recuperado dos entrevistas publicadas en El Víbora. Lo cierto es que son pocas las entrevistas que tengo detectadas de este genial autor, así que me parece un material más que interesante para subir al blog y que espero agradezcan los fans de Martí (entre los que me cuento). Además, las he enriquecido con material gráfico no incluido en la publicación original.


Entrevista publicada en El Víbora #76 
realizada por Kandido Huarte
(Nota: el momento de publicación de esta entrevista la segunda parte de Taxista estaba a media serialización)  

Si Martí hubiera nacido en los felices sesenta, sería ahora una de las esperanzas blancas del baloncesto catalán. Pero vino al mundo, géminis desde el cogote hasta la planta de los pies, en 1955, un año más bien tontaina. Su familia, digna representante de la burguesía del quiero y no puedo del ensanche barcelonés, le envió al colegio de los Reverendos Padres Misioneros del Sagrado Corazón de Jesús. De pequeñito soñaba con dejarse una larguísima barba y dedicar su vida a cristianizar indios motilones. Y a sus quince añazos, en vez de ensayar tiros libres a la canasta, jugaba todavía con el scalexiric.

Los resultados de tanto despiste están a la vista. Martí es un perfecto ejemplo del fatal destino de la juventud descarriada. Su máximo oficio, y beneficio estriba en crear y dibujar historias. Tiene el pelo prematuramente encanecido y es un tipo atribulado, aunque cordial, que camina con los hombros cargados, como si no quisiera molestar con su 1,85 de altura a la patulea de dibujantes bajitos y malignos con los que se relaciona.

De aquel colegio, el mismo en el que estudió Vallés, me han quedado cantidad de malos rollos. Sobre todo, el concepto de pecado, que me obliga a plantearme continuamente si es bueno o malo lo que estoy haciendo. Por eso me atraen mundos como los de Taxista, en los que lo bueno es superbueno y lo malo, supermalo. Mi pelo cano es producto de la paranoia... La realidad con mayúsculas no existe. La paranoia, ese tobogán que se mueve en una espiral vertiginosa, surge cuando eres consciente de que hay miles de realidades. Yo intento acotar algunas, como lo hago en Taxista, aunque sea de forma exagerada o mediante la retórica.

Martí abandonó a sus maestros misioneros para adentrarse en la jungla haciendo COU en un instituto, también de nombre pomposo: Emperador Carlos. Allí descubrió el amor —aunque no se atrevió a declararse a la chica, una de las más feuchas de lo clase— y la contestación al tardofranquismo. Luego quiso ser arquitecto, pero sólo aguantó un año en la facultad. Finalmente, para completar el cuadro de su nada gloriosa formación académica, se matriculó en la Massana, donde ganduleó una temporada con la excusa de aprender diseño gráfico. Hasta entonces su producción artística se reducía a un retrato del marido de su madrina.

Fue mi época hippie, en la que no me privé de nada, ni siquiera del consabido viaje iniciático a Amsterdam. Pasaba todo el tiempo tomando cervezas en la terraza del Zurich y viendo películas en la Filmoteca. Me ponía ciego de todo tipo de drogas: chocolate, caballo, anfetaminas... (el Bustaid te lo vendían sin receta a 40 pelas el bote en la farmacia) Y un día, después de leer algo sobre cómic norteamericano, me convertí. Decidí ser dibujante underground y asumí ese papel en el aspecto más folclórico de la cuestión. Menos mal que, al cabo de unos años, cuando ya no iba tan acelerado, comprobé que el cómic era algo más que el delirio de tres drogadictos. Uno podía dibujar porque había una gente que lo editaba y otra que pagaba por tenerlos en las manos.

De aquel Martí al que han estado a punto de premiar en Angulema media un buen trecho. Sigue fiel a su técnica artesanal de dibujo, a sus amigos y a sus jamadas de coco, pero la edad le determina, como reconoce sin añoranzas babeantes. Tiene treinta tacos y una buena antigüedad en el ramo del cómic. No le gusta cualquier coñac sino el Mascaró. Busca un apartamento para instalarse más o menos definitivamente. Especula con fantásticos proyectos para el futuro. Aspira a publicar una tira diaria en el periódico. Y mientras tanto, reflexivo y poco vanidoso, se maravilla de que le hayan nominado finalista del premio Alfred en Gabacholandia. Sencillamente no lo entiende.

Taxista, edición francesa de Artefact (1985)

Me resulta misterioso el interés del jurado por la obra primeriza de un desconocido. Para colmo, el álbum Taxista ha aparecido en Francia bastante mal impreso en una editorial que ha quebrado y me ha dejado un buen pufo. Es como si tuviera un gafe francés. Las tres o cuatro revistas que han publicado cosas mías también se han hundido. No sé... Me imagino que a los de Angulema les ha flipado la historia de Taxista y el parecido con Dick Tracy. Porque yo. Como es notorio entre los círculos de entendidos, he hecho un voto de seguimiento del estilo de Dick Tracy. Lo encuentro perfecto: económico de medios y superexpresivo.

Martí, campeón a su pesar de la duda metódica, habla de Dick Tracy con la convicción del un iluminado. De la obra de la obra de Chester Gould ha extraído más que un estilo: una verdad. Por eso se ve a sí mismo como el propagandista de tan asombroso hallazgo, no como el epígono de nadie. No se trata de una cuestión de identidad creativa sino de expresión. Su Taxista, epopeya urbana de la Ley del Talión, es una historia propia elaborada en un lenguaje artístico que le viene dado porque voluntariamente lo ha hecho suyo. Y, además, como argumenta, en el cómic todo el mundo es deudor de otros prójimos. Unos de Crumb otros de Hugo Pratt, otros de Herriman, otros de Swarte y éste último, por señalar con el dedo, del Hergé de los años cuarenta.


El reto que yo afronté con Taxista era otro. Pretendía reivindicarme como mente pensante. Quería romper el supuesto de que el dibujante es un subnormal, que tiene sólo buen gusto y al que sólo le funcionan las manos. En  este sentido el dibujo resulta el mero soporte de un cómic. El cinismo, como elemento motor de la sociedad actual, es mi verdadero caballo de batalla en Taxista. El cinismo empapa el contexto realista en el que se desarrolla la historia. El sarcasmo condiciona todas las aventuras del protagonista, un noble bruto, reaccionario sin él saberlo, enfrentado a malos psicodélicos que van a la búsqueda de su propia perdición. Ellos mismos se autodestruyen sin que el taxista les ponga las manos encima.

Tienes un futuro en la policía nacional (El Víbora 27)

Este álbum, como todo Martí, es producto a partes iguales de la casualidad y de la búsqueda de un delicado equilibrio interior. Martí ya había dibujado una corta historia con el Taxista de prota, pero se decidió a continuarla después de un encuentro extravagante y ciertamente peligroso. En Logroño, en una de tantas jornadas sobre el cómic, el jefe superior de policía se declaró fan empedernido de El Víbora. El pasmarote, un tío puesto al día, se deshizo en elogios: sois cojonudos, qué bien que os lo montáis y tararí-tarara... Sólo puso una pega: ¿Quién era ese soplapollas de Martí?, ¿por qué había dibujado aquella ofensa titulada Tienes un futuro en la Policía Nacional? Martí, uno de los interlocutores del bofio, hubiera querido que se lo tragase la tierra. Mediavilla, mas rápido de reflejos, le echó un capote: era un argentino que había
pasado por la redacción y había desaparecido sin dejar rastro. (nota ausente: el guionista de esa historieta era, de hecho, Sampayo). El Martí fetén dio un respingo y pensó en cómo compensar el desaguisado del Martí ché. El Taxista tenía que volver a zigzaguear al volante de su bonhomía por las caóticas calles del mal.

A mí me gusta el contraste: el blanco y el negro, la verdad y la mentira, la desidia y la ambición, la jerga de la calle y el diccionario de sinónimos y antónimos. Por eso me enrolla dibujar La Edad Contemporánea en la que Onliyú mezcla fantasía e historia. La definición de mi obra es simple: un delirio coherente, un hiperrealismo fantástico. Está claro, ¿no? Todo se reduce a dispararse en plan Challenger pero controlando las orillas para no desintegrarte. O sea, vacilar con dos antítesis siempre desde la sugerencia, sin la obligación de dar ramplonas explicaciones.

La Edad Contemporánea: Zurich 1916 (El Vibora 11)

El lápiz de Martí es entre sus colegas incluso más famoso que sus frases geniales, como aquélla de “queda inaugurado este pantano” con la que dio por terminada la presentación de una exposición suya. Su sistema de trabajo le hace perder mucho tiempo, pero no tiene intención de variarlo. La manera como  dibuja le garantiza el resultado que busca. Todo lo ve en blanco y negro a través de la punta de su lápiz. Cuando pasa las páginas a tinta no cambia el más mínimo detalle. Y, por supuesto, controla él mismo todo el proceso. Ni siquiera recurre a amiguetes colaboradores. Su narciso perfeccionismo no se lo permite. 

Trabajando soy perfeccionista, sí. Claro que eso también lo compenso: en mi vida personal me ocurre todo lo contrario. Tengo un humor tornadizo. Mis desdoblamientos de personalidad me pueden, me zarandean inmisericordemente de una parte a otra. La excepción es con las chicas. Con ellas me siento monógamo, tradicional y casero. Pero en mis relaciones amorosas, como en las de todo quisque los problemas económicos son muy importantes. Y yo hasta ahora no he dejado de tenerlos. Hay quien me ha reprochado no ser ambicioso. Se equivocaba. No carezco de ambición pero es muy mía, soterrada y un poco retorcida. Ahora, por ejemplo, reprimo la tentación de pintar acrílicos, algo que no me resultaría difícil, porque no me consideró pintor. Mi secreta aspiración es abstraerme todavía un poco más. Y, puesto a lanzarme a algún bisnis, montar una fábrica de ideas. Sería una manera nada perdularia de tratar de salir de la miseria.

Esta última elucubración retrata a Martí. El quiere que las ideas sean Jauja. Pero si pretende venderlas tendrá que espabilar porque son un producto altamente perecedero. Se verá obligado, por fin, a abjurar de su parsimonia creativa. Deberá ajustarse a los plazos marcados para la entrega de originales, empresa harto complicada como saben las tres mujeres de las que se ha enamorado. La primera, Rosa, fue un amor fou, un enganche compartido con otros menos sentimentales en la época en que iba de impasible por fuera y atolondrado por dentro. Con la segunda, Edi, psicóloga de profesión, vivió seis años su tierna apuesta por la pareja. Sobre la tercera, que también se llama Rosa, no es tiempo de hacer balance.

Lo de tener novia tiene una ventaja añadida: siempre llevas puesta alguna prenda moderna y a las chicas les gusta que vayas a la modo. A mi, siempre que sea con cuentagotas no me importa. En el fondo me gusta porque así compongo una vestimenta híbrida, inclasificable, una mezcla de seudomodernez y sport a base de herencias y regalos de padres, hermanas, novias y amigos. En esto, como en todo, mi estilo no me pertenece. Yo me desprendo de mí mismo con mucha facilidad. El lío viene luego, cuando vuelvo sobre mis pasos para encontrarme.

Entrevista publicada en El Víbora #126-127 
realizada por Jesús Benavides

(publicada tras recibir el premio al mejor álbum español por Doctor Vértigo en 1990)

Ramblas. Café de la Opera. Un par de cafés, unos whiskys. El 'loro grabando nuestras voces en la cinta magnética. Delante mío, Martí, flamante premio nacional del Saló del Cómic. Con sus ojos observadores y penetrantes, con sus palabras lúcidas y provocadoras, como ametralladoras apuntando a las raíces de la ciega sumisión en que sobrevivimos, con su humor sarcástico de alto nivel. Barcelonés, Géminis del 55, 1,85 m. de estatura. Sus primeros pasos en el mundo de la historieta suelen asociarse a los "Tebeos del Rrollo". 

A la Calle (Los tebeos del Rollo)

¿Qué recuerdos guardas de esos tiempos? 

—Que vivía a salto de mata. Tenía una relación mínima y relativa con el grupo de Montesol, Mariscal, Nazario, los hermanos Farriol, etc. Les hice una portada y un par de historietas para el A la Calle. Pero yo era un marciano que aterrizaba de vez en cuando en ese grupo. Literalmente marciano, nada que ver con ellos.


—Saltando en el tiempo, empieza "El Víbora" y comienzas la serie Tony Nuevaola y Lola Lista contra los NADA, que se va a volver a publicar dentro de poco en las 'Historias Completas". 

—Le propuse a Rodolfo Hoyuelos la estructura de la historia inicial para que él la desarrollase: un grupo terrorista psicodélico contra una pareja de periodistas. Entonces estaba muy de moda el periodismo de investigación de las tramas negras. 

—Gráficamente ¿es la primera serie qué haces? 

—Sí. Quería someterme a una especie de tesina, de guión foráneo, para aprender, para conocer los mecanismos del guionista y del dibujante. Me supuso un calvario bestial... Me sirvió para aprender lo que debe y lo que no se debe hacer en una historieta larga. 

—La segunda serie es "Taxista Cuatroplazas en el 1984 ¿no? 

—A medida que me vi envuelto en el propio tono que le di a la historia lo hice todo más conceptual. Los diálogos me daban la pauta del transcurso de la historia. Y la lectura de varios libros, entre ellos la Introducción a la Psiquiatría de Castilla del Pino... No me hacía falta delirar con vistas fantásticas, sino que con planos medios y cortos de los personajes, sin fondo, sus conversaciones me permitían llevar la historia bien. 

—Una de las cosas que encuentro absolutamente lograda en Doctor Vértigo es su unidad de lenguaje. Me explico, antes de este álbum tus narraciones eran en estructura lineal, convencional. Y aquí aparece algo en lo que el grafismo, la acción, las descripciones se funden espacialmente... 

—En alguna ocasión yo le llamé a eso "tiempos muertos"... cortocircuitos... cortocircuitos contínuamente. Las cosas no son lógicas. Lo que se piensa inconscientemente, lo que luego se traduce en el pensamiento consciente y lo que luego se traduce en hechos, es totalmente ilógico. En realidad, Doctor Vértigo es un gran diálogo entre la chica y los diferentes interlocutores. Lo que sale en el dibujo es el contraste, la contraposición entre lo que se dice teóricamente y lo que se hace prácticamente... 


—Alicia, ama de casa, ¿con depresión o con histeria? 

Ana Seró, la psiquiatra que me asesoró, me explicó la diferencia. Hace cincuenta años, cuando la sociedad española era más rural que urbana, se producían muchos más casos de histeria. Porque la histeria es un grito de protesta, literalmente así, grito y pataleo que necesita público para que tenga resonancia, para tener razón de ser. En cambio, en el mundo actual, anónimo, urbano, de macrociudades, con la masificación y el individualismo salvaje en el que nos vemos, ahí surge la depresión. La depresión no necesita público. La depresión se hunde en uno mismo, en el aislamiento del propio hogar, de la habitación de uno, de la cama de uno, sumergido dentro de tu sábana. La depresión no necesita de nadie.



—Hablemos de Alicia... inconscientemente yo la he asociado con la del "País de las Maravillas". Tal vez ese país sea el mundo de la felicidad-burbuja de la tele, la publicidad, etc. Ella convive con ese mundo pero no puede entrar en él... 

Taxista empezó como una historia de cuatro páginas a raíz de un conato extraño con el Jefe de la Policía Municipal de Logroño. Como consecuencia de esta anécdota se me ocurrió hacer una historia reaccionaria al cien por cien, en la que un buen ciudadano democrático, frente a un caso típico de delincuencia común, reaccionaba de la forma más fascista posible, con la consigna de "yo colaboro con la Ley a cualquier precio, bajo cualquier circunstancia". Al mes siguiente, con el material ya publicado, un día se me hizo la luz y dije "¿Coño, esto puede ser lo qué llevo meses buscando sobre el personaje prototipo de tal?" Y como consecuencia de mi obsesión con el personaje de Dick Tracy, de Chester Gould, al prototipo de héroe reaccionario lo convertí de policía a taxista. Y la historia se alargó de cuatro páginas a setenta. 

Un Doctor Vértigo en Taxista

—En el Epílogo de "Taxista" aparece una viñeta en la que se lee: "Doctor Vértigo". Gabinete Psicológico. Hospital Clínico. ¿Estaba ya el Doctor haciendo prácticas? ¿acabaría de salir de la facultad, no? 

—Eso no me lo ha preguntado nadie. Es curioso, sí... Supongo que es un nombre para psiquiatra que se me había ocurrido hace tiempo. Cuando me pareció que Cuatroplazas estaba en condiciones de majara para irse al psiquiátrico, lo metí en el protopsiquiatra, que era el Doctor Vértigo. Si te fijas, la cara de éste no es la cara del otro. En el nuevo respeté el nombre. En realidad, no es el mismo pero sí es el mismo... 

El Gabinete del Doctor Martí (El Víbora 26)

—Te leo otra frase de "El Gabinete del Doctor Martí": "¡Qué extraño es el mundo de los sueños! ¡Cuántos misterios esconden los razonamientos hechos cuando dormimos! Hoy les presento este pequeño caso que intentará, en la medida que sea, dar un poco de luz a este fantástico tema..." Quizá esto nos sirva de introducción para charlar del álbum de Doctor Vértigo. 

—La idea, en principio, era hacer una parodia de los comic-book de superhéroes americanos, con mucha acción y mucha gente volando... Lo que tenía claro era un psiquiatra con superpoderes y una mujer, una ama de casa, con problemas, porque eso es un asunto que viene de cuestiones familiares mías. Sobre la estructura básica tenía claro que Doctor Vértigo se metía en el cerebro de una mujer... Y te voy a explicar por qué. Una vez más estaba haciendo un homenaje a una película que había visto años antes. Así como Taxista es un homenaje a Taxi Driver de Scorsese, éste lo es a Viaje Alucinante... 


—Y desarrollando la idea, eliminaste la ciencia ficción. 

—No consigue comprenderlo, y además se droga sin saberlo. 

—¿Por qué unas drogas son legales y otras no? 

—Mi opinión es ideológica. Y es que unas permiten que el adicto siga produciendo, siga siendo benéfico para la sociedad, para el Estado, y otras no. Las que lo permiten, como los fármacos, la televisión, el vídeo, el juego, el alcohol, son legales. Las otras, no. 

—Volviendo a Alicia... En un momento dado se da cuenta que está mal y acude al Profesor Trauman. Ese tipo es un poco sectario ¿no? 

—¡Tiene una secta! Y en las sectas se ha mezclado la desintoxicación de los drogadictos con problemas espirituales de las personas, con la práctica del yoga. Se ha mezclado todo y se ha hecho un puré de patatas alucinarte. Y eso se traduce en un bussiness que produce unos dividendos y una facturación acojonantes. Se está traficando con algo muy muy muy peligroso, con la capacidad de discernimiento y de libre albedrío de los individuos. Y yo, por ahí no paso. ¡Las sectas, tío!.., te voy a decir una frase famosa: considero a la Iglesia Católica como otra secta más. Y a la Conferencia Episcopal, como la cabeza jerárquica de una secta llamada Iglesia Apostólica y Romana. 


—Lo que le sucede a Alicia en la secta de Trauman la coloca en el límite de la locura absoluta. Y ahí aparece Doctor Vértigo ¿''el bueno" de la historia? 

—Eso es discutible. Se supone que el psiquiatra bueno, democrático, colegiado y tal, para lo que trabaja y cobra es para reponer un cierto equilibrio emocional en el individuo. Pero ¿no querrá decir eso qué lo qué se propone la psiquiatría en general —como concepto— es reintegrar a los elementos productivos extraviados al aparato productor del Estado? Las tácticas no difieren mucho de las que utilizan los que van por libre, los sectarios. Tácticas intimidatorias y chantajistas. Tácticas de reinserción. La reinserción consiste en cortar todos los brotes de insumisión y rebelión que el loco presenta. Y aquí podríamos citar a Michel Foucault, a Ronald Laing, etc. 

—¿Caminamos hacia la pasteurizada homogeneización? 

—Actualmente se potencia la ortodoxia al máximo. Y eso se demuestra con la "disciplina de partido"... La mecánica de comportamiento de partido se intenta extrapolar a la mecánica de comportamiento habitual, individual, personal. Es decir: las leyes, nuestras actuales leyes son "lo mejor que nos podía pasar". La actual concepción de la vida —por parte de Estado— es "imposible que fuera mejor". Entonces, todo lo que signifique cuestionamiento vital, se mira mal. Una vez más, el Estado... O sea, un Estado totalitario, fundamentado en los principios del Movimiento Nacional o fundamentado en las leyes de la Constitución Democrática Española, lo que quiere es la comunión general... 

—Es algo como religioso... 

—Es religioso.., es teológico. Los regímenes presidencialistas son teocráticos. Y el loco representa lo de siempre: el que se lo salta a la torera. Y esto no puede ser. El Doctor Vértigo representa la reinserción, sea para los drogadictos, sea para los terroristas, ¡y para los majaras, tío! La reinserción es la palabra clave. Y reinserción es igual a sumisión. Sumisión a los "grandes beneficios" de la democracia: una existencia apacible, ordenada, tranquila, de presunto bienestar social... Los gobernantes se han dado cuenta de que la psiquiatría funciona ideal como policía paralela. Ya lo he comentado muchas veces: el policía bueno y el policía malo, Doctor Vértigo y Profesor Trauman. 

—Alicia, al fin ¿se libera o no? 

—El Doctor le proporciona a Alicia lo menos malo. La soledad, la resignación y la sumisión a lo fáctico, que es la vida en sí misma. La vida no es nada divertida, sobre todo si no tienes dinero. El psiquiatra te proporciona la posibilidad de que reconozcas que es mejor que no estés loco y que te sometas a la puta realidad. Es peor la lucidez que la locura...



—¿Cómo llevas lo del Premio del Saló del Comic? 

—Es un rollo un poco apabullante... Porque yo considero que un porcentaje del público asistente, de las fuerzas vivas y tácticas del cómic en España, no estaba conforme. Pero al ser un jurado de once personas... ahí me pliego al criterio de esos hombres justos. Luego, hay otra cosa: el fenómeno de que la corporación tiene la obligación compulsiva de homenajearse anualmente. Primero, para darse sentido a sí misma. Segundo, para proyectarse al exterior. Luego, para calmar ánimos. Y, en el aspecto comercial, por lo que significa de propaganda. Sinceramente, yo no consigo creerme que sea el mejor del año 89. Sí creo que fui el mejor del 84, cuando hice Taxista  Además, no me creo lo de mejor y peor. Esto es importante... Te meten en el ranking. Y los ranking funcionan en el mundo financiero, en el mundo del rock, en el mundo del show bussiness, lo cual es patético. 

—¿Te ronda algo por la cabeza para la próxima obra? 

—Ahora llevo unos cuantos meses con un poco de confusión respecto a eso. Tengo unas cuantas cosas posibles pero no me acabo de decidir y estoy hecho polvo dándole vueltas. Improductivo total, porque yo mismo me he creído lo de la importancia de Doctor Vértigo y une siento responsable de seguir dando el salto en el vacío, en el sentido circense del "más difícil todavía". Tengo ideas para eso. Lo que pasa es que aún no he encontrado el tono. O sea, la base de mis cosas es encontrar el tono de la historia. El dibujo y los diálogos vienen luego por sí mismos. Y llevo meses, literalmente, en una especie de confusión, de neblina. Este premio no va a solucionar para nada mi confusión, simplemente me va a permitir subsistir un poco más. Antes de hacer Doctor Vértigo también llevaba muchísimo tiempo dándole la tabarra a los amigos. "Es algo de un psiquiatra que se mete en el cerebro de una paciente", les decía. Y la gente se reía... ¡Quien ríe último, ríe mejor!... 


En anteriores entregas de El Gabinete del Doctor Martí:
Atajos
Antológica
La Muerte de Martí Riera

2 comentarios:

Thomas dijo...

Ya van 4 artículos sobre Martí, y los he disfrutado todos. De hecho, me han animado a hacerme con el Atajos, después de años sin leer -o apenas releer- nada suyo. Y ha merecido la pena


¡Gracias!

Enric H. March dijo...

¡Joder, que lejana empieza a verse nuestra juventud!