12.2.11

EL VERDUGO NICOMEDES

Nicomedes Méndez (retrato publicado en La Vanguardia el 16 de enero de 1892)

Los orígenes del Paralelo son, pues, los de una feria instalada en unos descampados, donde unos concejales, pródigos, izaron unos voltaicos. Inmediata a la ciudad popular, tuvo un público permanente, y los barracones trashumantes se convirtieron en sedentarios, constituyendo su núcleo primitivo.

Viendo que los barracones de monstruos y figuras de cera constituían un negocio, pensó en aprovechar aquella adhesión del pueblo a lo patético, el verdugo de Barcelona, Nicomedes Méndez, montando algo análogo. Al verdugo, se le había ocurrido:

Primero.- Construir un barracón en el Paralelo, con el rótulo: «Palacio de las Ejecuciones».
Segundo.- Fijar, en un cuadro, su título de verdugo, y al lado, el retrato y la partida de nacimiento.
Tercero.- Dentro del barracón y ante el público se elevaría un patíbulo, al que se subiría por una escalera.
Cuarto.- Aparecerían Nicomedes Méndez y su ayudante, o sea «el estira cordetes».
Quinto.- Sentarían en el banquillo de los ajusticiados, dos muñecos de cera, trajeados con las ropas, uno de hombre y otro de mujer. Otro muñeco de cera, el sacerdote, sosteniendo el Crucifijo;
Y Sexto. - El verdugo, el propio Nicomedes Méndez, explicaría todo cuanto precede a la ejecución. Después de agarrotar al muñeco número 1, a la mujer, sin duda por galantería, procedería al agarrotamiento del número 2, el hombre, atándolos al banquillo no con cuerdas, que ya no las usaba desde 1894, sino con correas.

Solicitó el verdugo, oficialmente, permiso para actuar como atracción, y no le fué concedido. Entonces, enardecido, se trasladó a la taberna de «Can Ramón», que estaba casi a la entrada de la calle de Vila y Vilá, también en el Paralelo, para dar una conferencia, y entre trago y trago contó anécdotas de procesos y de reos. A su lado, tomando notas, estaba Luis Figuerola, el periodista que, más tarde, las aprovecharía para artículos retrospectivos.

Nicomedes Méndez, narró, especialmente, episodios de sus últimos ajusticiados, Isidro Mompart, en 1891, Peinador, en 1892, Santiago Salvador, en 1894, y Silvestre Lluís, en 1896. Estas fueron sus postreras ejecuciones públicas, en el Patio de los Cordeleros, contiguo a la vieja Cárcel de mujeres, un poco más abajo del Olimpia, en la Ronda de San Pablo, inmediata al Paralelo, y aun Paralelo, si se quiere.

Ejecución de Isidre Mompart (1901)

Monpart, que tenía 21 años, había asesinado a unos niños, a una mujer, para robarla, y a una anciana, pocas horas después, saciándose sobre ella. Un monstruo. Al ir a ser sacado de la capilla, el Abogado logró que la comitiva no se pusiera en camino, durante una hora, alegando que el reo no vestía la ropa reglamentaria. La llevaba amarilla, color destinado a los parricidas, y decía Méndez:
«Como no se hallaba en condiciones, tuvo que ser devuelto a la capilla. El Abogado confiaba en la posibilidad de un indulto, ganando tiempo, indulto imposible, que no llegó, pero la ropa sí, hallada en la misma calle de Amalia. Como se estaba en enero, y a punto de empezar los bailes de Carnaval, en las prenderías se alquilaban dominós, y el empleado de la cárcel adquirió uno, negro con ribete rosa. Se procedió a aliviar el negro del rosa, se echó el dominó sobre el reo, prendiendo con imperdibles los pliegues, y cumplida la ley, satisfecho el defensor, marchó el reo hacia el garrote, con un dominó de baile de máscaras.»
Esto, contado por el verdugo en su conferencia tabernaria, y que parece un cuento cruel, de Villiers de l'Isle Adam, es cierto. Lo hallará el lector más minucioso y patético, en el tomo primero de las Obras Completas de Don José Ixart, testigo de aquellos dramas carcelarios, por su misión cristiana, como lo era, además, por la profana, de los teatrales.


Joaquín Figueras exhibido tras la justicia del garrote (Castelldefels, 1895)

En aquella conferencia, la primera que se dió en el Paralelo, que no fué anunciada pero si pública, ya que tuvo por tribuna una taberna, Nicomedes Méndez, enumeró las penúltimas frases de los ajusticiados, porque las últimas, todas vulgares, las reservaban para el momento supremo. Al ir Méndez a pedir perdón al reo Peinador, éste le respondió: -«¿Perdón? ¡Si que estás de ullera!»-. Santiago Salvador, el anarquista que arrojó en el Liceo dos bombas, el 7 de noviembre de 1893, le aconsejaba, en la capilla, que dejase el oficio y se dedicara a profesión más limpia. De Silvestre Lluís, el último ejecutado públicamente, en 1896, presunto autor del crimen de la calle del Parlamento, aun recordado, nunca creyó Nicomedes Méndez que fuese el asesino:
«Yo sé cómo suenan las voces de los reos en los últimos momentos, cuando dicen verdad y cuando siguen mintiendo, y la voz de Silvestre Lluís, insistiendo en su inocencia, sonaba a verdad».
Así iba destrenzando el verdugo de Barcelona, en aquella taberna del Paralelo, sus recuerdos de cuando se celebraban las ejecuciones al aire libre, en el «Patio de los Cordeleros», a las que acudía un gran gentío. A una de ellas, la del Peinador, la pintó Ramón Casas. El cuadro, premiado en la Exposición de Madrid, se llamaba «Garrote Vil», modificándosele por el de «Pena capital», al ser adquirido por el Museo de Arte Moderno. Tomó el apunte, Ramón Casas, subido en la techumbre de una conductora, que salía de la calle de Tapiolas, que también es Paralelo, y se dirigía a la Ronda de San Pablo, estacionándose frente al «Patio de los Cordeleros». Destacado, llevaba un letrero: «Al patibulo por dos reales».

Ramón Casas. Garrote Vil; (1894)

¿Por qué no se permitió a Nicomedes Méndez la apertura de su barraca, con la parodia de los ajusticiamientos? La ejemplaridad de la pena de muerte hubiera tenido una eficacia cotidiana, reforzada con la práctica argumentación del verdugo. Los padres tenían, a veces, que esperar un año entero para llevar a sus hijos ante el garrote y darles, en el momento de actuar la argolla una bofetada «para que se acordasen». La densidad del gentío, la distancia, las tapias del «Patio de los Cordeleros», impedían, frecuentemente, que los niños observaran el aleccionamiento del cadalso, mientras que en el barracón patibulario, a cualquier hora y a un metro de distancia, el muñeco de cera ajusticiado se fijaría en la memoria infantil, como una advertencia suprema. ¿No hay en algunas viejas ciudades nórdicas un «Museo de los Suplicios», donde se exhiben tajos, mandobles, horcas y ruedas torturadoras, más con ánimo docente, cierto, que con el de intimidación? La exhibición del verdugo barcelonés, colocada en nuestro Paralelo, hubiera advertido que cuando los hombres se desmandan gravemente pueden tropezar con el patíbulo, y así, aquello que parecía aprovechamiento deshonesto de una función patética, pero necesaria, podía elevarse a categoría de barracón de utilidad pública. Con la parodia, Nicomedes Méndez perfeccionaría su arte en vez de aprovechar la prohibición para acomodarse en una taberna, convirtiendo su misión terrible, pero social, en vanidad, y dando, entre botellas, un mal ejemplo que desvirtuaba el bueno, el que ofrecía en el «Patio de los Cordeleros».


Extracto de Biografía del Paralelo: 1894-1934 de Luis Cabañas (Ed. Memphis, Barcelona, 1945). Creo que finalizo aquí (sin descartar seguir indagando en la figura de Nicomedes Méndez) la serie de entradas relacionadas con el texto Belleza Mórbida en el Palacio de las Ejecuciones, publicado en El Butano Popular. Las otras entradas relacionadas han sido las siguientes:

Figuras de cera en Barcelona (1885-1898)
El raro bautizo del Paralelo barcelonés
Orígenes del Paralelo: voltaicos, saltimbanquis y fenómenos de feria.

Ejecución del anarquista Santiago Salvador ( 21 de noviembre 1894)