Lo dice Blasfemia, el villano de Niñatos, discutible título con el que Norma ha editado el Brat Pack de Rick Veitch. El tebeo hay que ponerlo en paralelo junto a un par de obras más de su autor, a estas alturas un francotirador apostado frente al mainstream USA. Junto a El Uno (que no he leído pero tengo por casa) y El Maximortal (que me gustó y casi tuvo reseña ausente hace cosa de un año). Supongo que lo suyo es afrontar un análisis de los tres en su conjunto. Quizá algún día lo haga (de El Maximortal tienen una buena reseña en Entrecomics, por cierto).
"Erais tan jóvenes e inmaculados, tan puros. ¿Y mirad qué os han hecho! ¡Todo por amor al puto dólar!"
A lo que iba. Veitch critica, con rencor, a la industria de lo superheroico utilizando el propio género. Y también reflexiona sobre el icono del superpoder. En Niñatos con menor acierto pero mucha ira. El resultado es un tebeo extraño, muy extraño, al que hay que poner en contexto. Neil Gaiman lo hace muy bien en la introducción. 1982. La DC acaba de cargarse al segundo Robin con el respaldo de la votación de los lectores. Veitch aprovecha para meter el dedo en el ojo. Si el ayudante adolescente antes era un vehículo de identificación (y un recurso para el diálogo y la narrativa), ahora sólo es merchandaising a renovar cada cierto tiempo. ¿Cómo? Mediante el espectáculo de la muerte. En el tránsito de un punto al otro, detalles como la sospecha homosexual. Wertham también tiene un poco de culpa. Pero más las majors del pijama ceñido y los dientes apretados más.
En mi opinión, el rencor sobrepasa el tebeo. Veitch acababa de ser despedido por DC. Y aunque razón no le falta, y siempre defenderé escribir desde las tripas revueltas, el gran problema es que se lo toma demasiado en serio. Ojo. No estoy diciendo que no haya que tomarse en serio los superhéroes. Válgame Dios. Son imprescindibles para entender la sociedad borderline desde una perspectiva ausente. Se lo toma demasiado en serio queriendo jugar, también, a la parodia. Y no hace risa. Hay un quiero y no puedo. Veitch intenta desesperadamente acudir al humor, pero sin gracia, y ahí fracasa y la cosa se resiente. No niego que lo descompensado de ambos planos me interese, así como lo que se explica, pero falta chispa. También es cierto que el contexto es importante, y que hay que poner el tebeo en su sitio, hace 25 años. Situado ahí si que funciona como una especie de acercamiento contracultural desde la otra orilla de de la industria. Como obra casi fundacional e irreverente. Y Veitch es listo y tiene cosas que decir, claro, de ahí el interés y de que funcione mucho mejor como objeto para la reflexión superheroica que como tebeo en sí (e ahí el problema).
Lo mejor, pero, es la portada. Un retrete, tiritas, antifaz entre los dientes, zapatillas de velocista escarlata, píldoras (el subidón, recuerdan) y depilación masculina. La contraportada no le anda a la zaga: un jeringuilla autoinyectada (¿silicona? ¿esteroides?) en un trasero con estrías y agujeros de adicción. Creo que esas dos imágenes resultan mucho más poderosas que buena parte del tebeo. Por cierto, ¿les suena el bellísimo logo pectoral del villano Blasfemia? ¿Lo han visto regularmente las últimas semanas?
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