Cuentan las crónicas electorales yanquis que cuando en junio de 1992 Bill Clinton, en plena campaña electoral, apareció en The Arsenio Hall Show y se marcó un Heartbreak Hotel al saxo, dio un paso de gigante para convertirse seis meses después en el nuevo presidente de los EEUU.
Entre la aparición televisiva y su proclamación como presidente, el insigne periodista y ensayista Greil Marcus publicó un visionario artículo en el New York Times del 23 de octubre de 1992. Se titulaba "La estrategia Elvis" y explicaba como esa actuación o el uso de frases sacadas de canciones de Elvis crearon un mediático vínculo pOp entre el candidato demócrata el y el rey del rock. Su rival, el entonces presidente George Bush padre, creyó ver ahí algo que ridiculizar, diciendo cosas como que las propuestas económicas de Clinton eran una tontería que podrían resumirse como "Elvis Economics" a lo que el demócrata respondió "Me parece que a George Bush no le gusta mucho Elvis". Lo cierto es que el político republicano, quizá por haber nacido en 1924, no se daba cuenta de algo que Clinton sabía muy bien: en el sueño americano Elvis es América.
Clinton, como fan adolescente de Elvis, lo sabía, al fin y al cabo pertenecía a la generación que hizo estallar el rock and roll. Hay quien en estas imágenes del funeral de Elvis señala la presencia de Clinton (minuto 2:29).
Pero la cultura pOp oculta afilados requiebros del destino, o lo que es lo mismo: si para ser presidente Clinton vendió su alma a la cultura pOp, esta acudió como Mefistófeles para cobrarse los servicios prestados.
En 1989, Jim Jarmusch estrenaba una de sus mejores películas: Mystery Train. El nombre lo tomaba de una de las mejores y más míticas canciones de Elvis y explicaba el viaje a Memphis de un par de fans japoneses del Rey del Rock. En una escena clave, el fantasma de Elvis hacía acto de presencia.
El doble de Elvis que encarnaba a su fantasma en el film de Jarmusch se llamaba Steve Jones y esta fue su única aparición en pantalla. No era demasiado relevante como impersonator, solo uno más entre muchos cientos. Años más tarde su esposa Paula, también fan de Elvis, se hizo mucho más popular.
Cuando Clinton estrenó su presidencia, la derecha norteamericana inició un ataque directo a su línea de flotación lanzando sospechas sobre supuestos escándalos sexuales. Aunque la rocambolesca historia con su becaria Monica Lewinsky es hoy la más recordada, el caso Clinton había estallado por todo lo alto un poco antes con la irrupción voluntaria (aunque hoy hay serias dudas al respecto) de Paula Jones, una mujer que acusó al presidente Clinton de acoso sexual. Pese a no haber pruebas al respecto (y sí de los contactos de la demandante con lobbys de la derecha republicana), el asunto se cerró por la puerta de atrás al más puro estilo norteamericano.
Visto hoy en perspectiva, la defensa de Clinton podía haber manejado un buen argumento para rebatir el acoso (aunque no el encuentro sexual). Al fin y al cabo Paula Jones era una fan total de Elvis, estaba casada con uno de sus dobles, y un día se topó con el mayor y más glorioso de sus impersonators: Bill Clinton.
Nota: la historia de Steve Jones, el doble de Elvis en la película Mystery Train, y su condición de esposo de Paula Jones, la explica Greil Marcus en la introducción de su estupendo ensayo Mystery Train (Contra, 2013)