"Ahora me gustaría empezar acalarando el tema de que Waldo es un plagio del Gato Felix. ¡No es cierto! Para empezar, Felix no era un fenómeno aislado. En los dibujos animados de la década de 1920 (los mismos que vi en la tele mientras crecía, allá por los años 50), un personaje recurrente en casi todos ellos era alguna especie de gato negro humanizado.
Son muy comunes en la serie sobre las fábulas de Esopo realizadas por Paul Terry, estaban en los cómics de Krazy Kat, incluso Walt Disney tenía una variante propia en su serie de Alice in Cartoonland, un gato llamado Julius. Y había muchos más.
¿Por qué? ¿Qué se fumaban esos tipos que hacían los viejos dibujos animados?
(...)
"Nathan puso un poco de algo verde en la pipa y me la tendió. Quizá era marihuana, aunque ninguna que haya fumado nunca me afectó como aquella. ¡BLAMMO! ¡Unos minutos después, Nathan y yo estábamos sentados y paralizados, mientras las visiones más raras del mundo flotaban ante nosostros! ¡En cierta forma, se parecían a los viejos dibujos animados que había visto en la tele, excepto que las visiones eran en tres dimensiones y a todo color! Fue el carrusel de dibujos animados más maravilloso, cósmico y colorista que he visto nunca. ¡Y el maestro de ceremonias era un irreverente gato llamado Waldo! La única información real que le saqué a Nathan fue que la vieja pipa había pertenecido, aparentemente, a su tío Ted (un animador que había trabajado con el padre del narrador)."
El fragmento pertenece a la historia prólogo de El Bulevar de los Sueños Rotos de Kim Deitch (La Cúpula, 2007). Art Spiegelman dice en la contraportada que es "uno de los secretos mejor guardados de la historia del cómic". Doy fé de que es cierto. Secreto porque yo desconocía la existencia de Deitch más allá de su adscripción al primer underground (es decir, era sólo un nombre colocado al final de una lista que siempre empieza por la 'C' de Crumb). Y de la historia del cómic porque éste es uno de los tebeos más inquietantes, absorbentes, fascinantes y complejos que he leído en mucho mucho tiempo.
Ya de entrada, la introducción tiene poderosos ecos RAWianos. Ese vínculo entre droga y dibujos animados que propone enseguida me recordó las ideas sobre Mescalito (el duende de la mescalina) en la cultura pop (Peter Pan, Mr. Spock) apuntadas en el primer Martillo Cósmico. Ahí Deitch ya me había ganado, pero no se asusten, aunque este pasaje o el abigarrado dibujo que practica (plagado de detallismo esquizo) puedan parecerlo, no estamos ante una historieta lisérgica por mucho que el estado alterado de la realidad haga importante acto de presencia. De la misma manera que Waldo, el gato de la portada, no es el "funny animal" protagonista.
Que Kim Deitch fuera hijo de un animador de la UPA, el estudio de animación independiente formado por huidos de Warner y Disney, otorga el punto de verosimilitud a una historia que no tienen porque serlo, pero que sin duda reúne bastantes detalles adaptados de la realidad. Y es que el meollo del asunto está en los dibujos animados. A través de la vida de Ted Mishkin, creador de Waldo, nos sumergimos en el mundo de los primeros estudios de animación. De guiños a Windsor McCay y los pioneros que no distinguían el dibujo animado del espectáculo de feria y vodevil a la industrialización perversa que supone la llegada de Disney . Perversa porque los primeros animadores eran tipos bohemios y especiales incapaces, en muchos casos, de sobrevivir a la dictadura del capitalismo salvaje al que se abocó la industria del entretenimiento.
El relato humano que se desarrolla entonces es tremebundo. La introspección de Ted y su amor no correspondido por Reba, también animadora, le sumen en una adicción alcohólica que desata su locura. Y ahí ya se produce la explosión creativa que convierte este tebeo en uno de los imprescindibles del año. Ver cómo Deitch juega con planos diferentes. La realidad perversa (el mundo de la animación) y la locura del protagonista, encarnada en las apariciones de Waldo, que es su personaje de éxito pero también un diablillo malsano que atormenta sus pensamientos. Esclavitud, adicción, locura, sueñoS rotos, inocencia, perversidad, simbolismo, historia. Buff, son tantos los elementos reunidos, tan sábiamente expuestos...
El otro detalle que convierte la obra de Deitch en algo a descubrir con urgencia es intuir que se trata de un universo fruto de años de trabajo. Los tres capítulos que forman el álbum se publicaron espaciados y es ahora, juntos, forman un todo indisoluble que, por lo que he podido leer, se expande a la obra completa de su autor. Así que no puedo más que levantar el puño al cielo y pedir más. La pena, el Ay, es que la edición de La Cúpula, que parece realizada con mimo (buen papel, buena rotulación, excelente traducción de Francisco Pérez Navarro) haya alterado por error el orden de un par de páginas (la 159 y la 160). Mecachis, porque este es un tebeo extraordinario y más de uno va a esperar (con la impepinable razón del que se gasta 20 euros) una nueva edición corregida. Yo lo compré sin saberlo. Y si hubiera sabido lo maravilloso de su contenido mis dudas hubieran sido inhumanas y me hubieran retorcido mentalmente durante semanas. Seguramente un gato negro antropomórfico me hubiera dado muy malos consejos. ¿Cuáles? Pregunten a Waldo. Seguro que lo recuerdan de su infancia. Sí. Ese dibujo animado que a veces ves a tu lado. La Némesis de Pepito Grillo.
1 comentario:
¿ como se llaman esos comix?
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