27.6.12
EL TRASH ENTRE AMIGOS DE OVIEDO SERÁ INENARRABLE
¿Había avisado por aquí de que el próximo sábado hay una sesión de Trash Entre Amigos en Oviedo? Me temo que no, que últimamente no tengo tiempo para la acción rápida sino para la reacción del último segundo. Tienen los datos aquí. Yo sólo venía a decirles que la peli es El asesino de muñecas, obra magna del fantaterror español de los 70 más desquiciado. Michael Skaife, en realidad Miguel Madrid, venía de ganar Sitges con Necrofagus, premio que se llevó el abucheo más grande de la historia del certamen y el runrún a gritos de tongo clamoroso. Esto último quedaría más o menos certificado con el cameo de Antonio Rafales, entonces director de Sitges, en la peli que nos ocupa, interpretándose a sí mismo. Aparece en una fiesta y uno que pasa por allí le espeta “Hombre, Rafales”.
El asesino de muñecas se mueve entre el cine de arte y ensayo pop y la roña de derribo, aunque enseguida se denota que lo primero es patraña y que su verdadera naturaleza es de cumbre del subproducto de género desquiciado. Rodada entre el Parque Guell y el Parque de la Ciudadela de Barcelona, exteriores de Castelldefels y el Palacio Maricel de Sitges, incluye la interpretación actoral más delirante de la historia, subtramas homosexuales, pedófilas y necrófilas y diálogos descacharrantes. El exceso es tal que la sesión de Trash Entre Amigos, pasada una hora de metraje, va a ser demencial de pura necesidad.
Les dejo con la crítica aparecida en La Vanguardia el 6 de febrero de 1975 y algunas promos en prensa.
Esperamos con cierto interés esta película que ya había sido presentada a una considerable parte de la crítica, en sección especial, durante el último festival de cine de San Sebastián. Es un filme trémulo, apasionante y desorbitado, que se sigue con interés, pero sin conseguir esquivar grandes reservas. El realizador, que es también argumentista y autor del guión, se le ha ido manifiestamente la mano en lo delirante y espasmódico. La trama se centra en un caso de doble personalidad, fuertemente dramática, como suelen serlo estos casos freudianos. La acción se supone transcurrida en Francia, en una gran mansión señorial , cerca de Montpelier. El joven Paul, hijo del jardinero de la suntuosa residencia, con amplio y fastuoso jardín de unos aristócratas, sufre las consecuencias del trauma que le produjera en su infancia el hecho de que su madre, al perder una niña, le hiciese pasar al muchacho por la muerta, vistiéndolo con ropas femeninas y haciéndole jugar con muñecas. Este caso clínico es posible, e incluso no es raro. Pero las derivaciones que adquiere en este filme son disparatadas, ajenas a toda posible verosimilitud, incluso la más convencional, y rebasan los efectos de un caso semejante. Paul no es sólo una víctima de la doble personalidad, sino sencillamente un loco delirante, un esquizofrénico sangriento, en pleno desvarío. Ocurre, en consecuencia, que la película que en un principio nos parece inteligente y ambiciosa, degenere rápidamente hacia un corriente y moliente relato de terror ni peor ni mejor que tantos otros. La circunstancia de que el realizador, Skaife, haya sido también autor del guión, le han impedido ver lo que había en la cinta de excesivo, desorbitado y falso. La sobrecarga de alucinaciones, pesadillas, fantasías oníricas, etc, terminan por restarle al filme fuerza y atracción, cuando, según parece, lo que se intenta con este derroche de fantasmagorías es lo contrario. Los intérpretes están a la altura del filme. David Rocha, en la figura de Paul, revela un cierto brío, pero le faltan otras cualidades. La joven y atractiva Inma de Santi se imita a cumplir con cierta discreción. Mucho mejor está en su repelente papel la experta y sugestiva Helga Liné, y con su dinamismo habitual Elisenda Ribas. La película ha sido rodada en lugares de Barcelona y otras zonas próximas, como el Parque Güell, el de la Ciudadela, Castelldefels y Sitges. La música de Santisteban subraya con acierto muchos momentos de la proyección, y la fotografía es siempre excelente -A. MARTÍNEZ TOMAS.
16.6.12
A ESTIRAR QUE EL DEMONIO VA A PASAR
Una prueba de que hace demasiado que voy con la lengua fuera es que mi intención siempre fue enlazar aquí todos los textos que publico regularmente en El Butano Popular... pero resulta que no lo he hecho con ninguno de la Segunda Temporada, que empezó en octubre. En fin, lo hago ahora aportando algunos extras.
En El ornitólogo y la nada muestro algunos apuntes al natural de mi cuaderno de fauna humana, inspirado por una colección de cuadernos de dibujo con el sello de Felix Rodriguez de la Fuente y bajo el influjo del maravilloso capítulo de El Hombre y la Tierra dedicado al lobo ibérico.
En Anatómica y dinámica confieso algunos sueños malos propios de la adolescencia y enlazo las Venus anatómicas de cera con el cine de Hershell Gordon Lewis porque hay una edad en que los misterios del sexo femenino se subliman en las entrañas.
En La prima Eulalia y la caliente genética "S" Hablo de de esforzadas actrices del cine erótico español que acabaron en la marginalidad, de ovejas negras, primas malditas y dobles cuerpos. Algunos extras relacionados con Andrea Albani: en biquini entre Pajares y Esteso, de chica LIB, la noticia sobre su detención aparecida en La Vanguardia y el cartel de una de sus películas "S".
En El laboratorio del Doctor Willy regreso a mi cuaderno de fauna para hablar de un mad doctor de barrio especializado en anfetaminas y polvos mágico.
Llobregat Gòtic es el relato borroso de un guateque salvaje, y también una demostración de que el American Gothic y las familias chungas de Texas pueden tener inquietantes reversos en el Baix Llobregat, especialmente cuando aparecen enanos en el jardín.
Fantasmas de subterránea resulta difícil de explicar, pero si puedo dar algunas pistas: claustros bajo tierra, lagos subterráneos de cocaína, ciudades que se apilan unas sobre las otras, prostíbulos de lujo, cadáveres enterrados y fantasmas, muchos fantasmas.
Alas rojas sobre Aragón es el más reciente. Regreso a mis ancestros y a la Guerra Civil, aunque como verán en esta rama familiar la cosa fue una juerga con champán, putas, pilotos rusos y documentales republicanos. Dejo caer detalles sobre la vida de mi abuelo y sus sorprendentes (y famosas) amistades que seguro les dejarán con ganas de saber más. Todo llegará.
Que conste en acta que estoy muy contento con el resultado de estos textos. Creo que algunos me han salido bastante redondos y recibo un constante feedback de lectores, a los que agradezco su fidelidad, su comentarios entusiastas y la difusión que de ellos hacen. Suponen vitamina pura y dura en generosa cantidad; tanta que alimenta mi ilusión de ver algún día todos mis Butanos recogidos en un libro. Hasta que llegue ese día están en su sitio, donde deben estar, y pueden acceder a todos ellos desde aquí. Aunque cada uno es independiente, hay una cierta cronología entre ellos, del más viejo al más reciente, de abajo a arriba. Y en esta etiqueta de blog se complementan algunos, como hago aquí.
10.6.12
LO MODERNO Y SUS REACCIONES
"En el Charlestón no existe ni gracia, ni armonía ni ritmo. Es la danza de la locura desbordante y bárbara. Un conglomerado de contorsiones frenéticas, de saltos de fieras, de gestos de idiota, que a primera vista produce la vaga impresión de un grupo preso de un súbito por un ataque de nervios, en un exceso de relajamiento de la inteligencia y de la razón, vagando en las regiones de la demencia epiléptica. Esto es el baile de hoy; una sarta de perturbados, de locos escapados de la celda de un manicomio, reunidos a los sones chillones de una música disonante y ramplona."
Diario El Diluvio. Barcelona, 22 de mayo de 1927
Anuncio publicitario publicado, a toda página, en La Vanguardia de 3 de marzo de 1927
Es un ejemplo añejo de cómo al mismo tiempo los medios de comunicación reaccionan ante Lo Nuevo de manera aparentemente contradictoria: por un lado se le ataca por la degeneración que supone y por el otro se acude a ello como señuelo publicitario. Es una vieja táctica que vemos con frecuencia, y eso que ya se usaba en 1927. El enemigo era entonces el charlestón, ese baile de negros que pone a la gente como loca. Eso sí, las medias Eva "por su elegancia eran las preferidas para ese moderno y exótico baile".
Bola extra: portada de Opisso para el Almanaque de El Diluvio de 1927. El tráfico se detiene ante las chicas modernas de la época. Probablemente bailaban el charleston.
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9.6.12
LA VIDA Y UNA CAÑA
A Paul lo conocí cuando se fue a trabajar un verano. Aunque soy amigo de las emociones fuertes un poco de ternura de vez en cuando no viene mal. Paul va a trabajar este verano sació esa necesidad que nunca se me manifiesta. No recuerdo porque me compré ese libro. Creo que andaba buscando novedades que reseñar en el recién estrenado Cabaret Elèctric; que fuera de una editorial pequeña y desconocida puntuaba alto. Era un tomo bonito y los dibujos del canadiense Michel Rabagliati, mezclando la línea clara moderna y esa corriente de ilustración tan de los 50s que daba a su inspiración cartoon clase y exquisitez. Sí, exquisitez es la palabra, y cualquier rasgo de la frialdad que a veces acompaña a ese atributo desaparecía de inmediato nada más comenzar la historia. Paul era un adolescente normal, desubicado y corriente, es decir, adolescente, y su historia la de un rito de iniciación a la era adulta durante un verano en el que trabajaba de monitor en unos campamentos infantiles. Un tebeo sencillo y bonito, creo que ya lo he dicho. Y escribo todo esto de memoria, porque lo leí cuando salió, hace seis años, y lo recuerdo, y eso es algo que en mi caso indica muchas cosas, todas buenas. Con Paul descubrí a un autor de cómics estupendo y a una editorial que con los años iba a confeccionar un catálogo pequeño y nutritivo editado con cuidado y esmero. Mimado.
Regresé a Paul y Rabagliati un par de años más tarde con Paul en el campo, de nuevo de la mano de Fulgencio Pimentel. Vuelvo a escribir de memoria y por eso debo reconocer que éste lo tengo más desdibujado. En parte es lógico porque es una antología de historietas cortas, de publicación dispersa y cronológicamente anteriores a Paul va a trabajar este verano. Anteriores en su realización y anteriores en la vida de Paul, que aquí era un niño y no un adolescente. Creo que había un poco de todo. Algunas me gustaron mucho y otras menos, así que no era lo mismo porque, claro, no era lo mismo. Lo que sí recuerdo bien es que en algunas de ellas los tebeos hacían acto de presencia y eso me gustó. Me gustó ver cómo los tebeos franco-belgas eran los tebeos del Canadá francófono y por un momento me hacían sentir que compartía detalles de mi infancia con un niño del Quebec. Esa es la magia del tebeo francobelga; bueno, va, y de los tebeos en general y de las cosas de la niñez, que siempre son más compartidas de lo que parece. Aún así insisto en la magia especial de esos tebeos. Mis primeras lecturas fueron el semanario Strong y los álbumes que editaba Jaimes Libros, y aunque devoraba con gusto cualquier página con viñetas que tuviera al alcance, mis preferidos siempre venían de Francia o Bélgica, aunque no lo supiera. Creo que desarrollé un poder especial por el que podía saber el país de origen sólo con ver los dibujos.
Este fin de semana me he reencontrado con Paul y Rabagliati. Me he reencontrado con ellos en las mejores condiciones, leyendo un nuevo álbum un sábado por la mañana, al aire libre, en un día soleado, cerca del mar. Me he reencontrado con ellos en un nuevo álbum que se llama Paul va de pesca. Ahora a Paul lo edita Astiberri, que también cuida sus tebeos. Ya de entrada, descubro que hace un par de años ya editaron otra entrega, Paul se muda, y eso me deja preocupado porque no me enteré y no entiendo ese despiste. Y también me preocupa que quizá no tuvo el eco que seguro que merece. Bueno, por mi parte seguro que saldo la deuda contraída en breve. Además, intuyo al abrir el cómic que ese hueco no va a impedir que disfrute de su lectura y que seguro que se puede leer de manera independiente. Así es.
En Paul va de pesca el protagonista ha crecido, tiene pareja, esperan un niño y se van a pasar unos días de vacaciones con sus cuñados a un campamento pescadores veraniegos. Ese contexto ofrece muchos de los mejores momentos del tebeo, con la descripción llena de humor de los friquis de la pesca, un universo de seres humanos obsesionados con el sedal, el señuelo y el anzuelo; y con las truchas, claro. Se de lo que habla porque mi hermano fue durante bastante tiempo uno de ellos. Gente que espera ante el mar sin hacer nada, atentos al sedal, y que comentan entre ellos nuevos modelos de caña y carrete como si fueran motos Harley Davinson. Rabagliati jalona esa maravillosa crónica costumbrista con algunos flashbacks que enriquecen la lectura. Pasajes en la que reflexiona sobre la pérdida de la calidad laboral por culpa del capitalismo del siglo XXI, explica la historia del hombre más fuerte de Canadá, que también lo fue del mundo, o recuerda su pereza como estudiante y la pesadilla de los abusones del instituto. Me hace gracia ver como éstos también alardean de su kung-fú plantándote sus zapatillas en la cara. De nuevo veo que tampoco estábamos tan lejos de Canadá porque aquí, en los 70s, habían los mismo y hacían lo mismo, aunque en este caso la culpa de esa cultura compartida no era de los tebeos franco-belgas sino de las películas de Bruce Lee.
Debo reconocer, es así, que Paul va de pesca me flojea al final, cuando se adentra en problemas de partos y abortos. Entiendo su presencia porque esas crisis hacen crecer a Paul, aunque yo prefiera verlo al aire libre. Además, ahí ya me sale Paul guiri y no el que noto cercano. Es lo que tiene alejarse de la infancia, que la forma de afrontar estas desgracias individuales ya no se comparte como El secreto del Unicornio u Operación Dragón. Que conste también que esto tampoco me desluce el tebeo y la lectura, que de nuevo es deliciosa. Así que cierro el libro, miro el lomo, alzo la caña, la volteo mientras suelto carrete y lanzó el hilo. Chof. Ahora sólo me queda esperar. Creo que Paul se muda picará pronto pero que deberé ser paciente con los dos inéditos que quedan y de los que se habló bien allá por Angouleme. Ustedes pueden hacer lo mismo, y sepan que Paul va a trabajar este verano se reedita en breve.
8.6.12
VEJEZ
Hacía mucho tiempo que un cómic no me afectaba tanto. Leo muchos, sin parar ni tomar casi aire, y un buen número los disfruto con entusiasmo. Algunos me parecen maravillas, ya sea en general o puestos en su contexto; pero lo que me ha pasado con Un adiós especial de Joyce Farmer (Astiberri, 2011) es otra cosa. Según avanzaba, sus páginas me arrastraban pensamientos y reflexiones, tocaban puntos de sentimiento a los que pocas veces llegan otras lecturas; y eso que me considero un lector bastante endurecido y poco sensible para este tipo de historias. Un adiós especial es un libro sobre la vejez y lo que supone ser viejo, tener ochenta años y mil y un achaques.
La novela gráfica es un fenómeno dual; por un lado formato comercial de éxito y por otro movimiento creativo, sin que una cosa vaya con la otra, claro. Sin hacer distinciones de esa alma doble (que conlleva sus contradicciones), parte de la explosión de la novela gráfica se debe a que toca temáticas sociales, antes inauditas en los tebeos, y dentro de estas despunta, por la calidad o impacto de algunas obras, lo que podríamos llamar subgénero de enfermedades. La vejez en sí no es una enfermedad, claro, pero sí que implica un montón de ellas, leves, incómodas o graves.
Joyce Farmer es una histórica del comix underground, aunque desconocida para nosotros; o al menos lo era para mí hasta ahora. Pertenece a la generación de los pioneros de la viñeta contracultural (los Crumb, Shelton o Spain) y formó parte del grupúsculo de féminas combativas que destacó por reivindicar un lugar en el cómic para las mujeres. Ignoro, es así, más detalles sobre su obra concreta de aquella época. Respecto a la actual, bueno, la actual es Un Adios especial, a la que ha dedicado más de una década de trabajo. El esfuerzo tiene un sentido personal: rendir tributo a su padre y a su madrastra con el relato de sus últimos cuatro años de vida. Lars y Rachel, dos octogenarios que viven en un barrio cada vez más marginal y que luchan por mantener su autonomía como personas pese a que la edad ya no lo permite. De hecho, esos cuatro años marcan su decadencia física y mental, que vemos avanzar ante nosotros durante la lectura de doscientas páginas intensas.
Hablo de intensidad, pero es una intensidad especial. Sincera. Me repugna la pornografía sentimental y sus artimañas. Me indigna la blandura y la lágrima fácil. Intuyo que a Joyce Farmer también. Una autora que perteneció a un movimiento tan salvaje como el primer underground no podría permitírselo a estas alturas. Es una cuestión de honestidad, y esa es la gran virtud de Un adiós Especial. Por su implicación emocional y por una cuestión de respeto mismo, Farmer toma distancia con lo narrado, relata hechos y anécdotas cotidianas sin querer distorsionar la tragedia por el camino de lo facilón e incluso buscando el humor de muchas situaciones. Quizá, eso sí, al querer mantenerse alejada de la historia se desdibuja a sí misma como personaje que acaba sacrificando parte de su vida en el cuidado de sus padres, cada vez más necesitados de su ayuda. Cede la queja y el drama existencial a sus ancianos porque no quiere hablar de lo que le supone cuidarlos, quiere que hablen ellos y que nada nos distraiga. Ellos son los héroes que luchan hasta el último momento por vivir sin pedir ayuda mientras, que asumen el precio de una larga vida y se enfrentan a una sociedad que no quiere saber nada de viejos. Al ceder ese protagonismo de la queja, el personaje de la hija obligada a cuidarles cada vez más ni siquiera rechista ante la enormidad de su tarea y sin querer se convierte así en una santa en ocasiones algo inverosímil. O eso me parece a mí, que soy un urbanita egoísta y pongo pegas a alguien que probablemente es mejor persona que yo. Por eso digo que Un adiós especial me ha impresionado tanto y me ha afectado como pocas lecturas hacen, por llevarme a reflexionar sobre estas cosas, por hacer que me plantee mi actitud con las personas mayores que me son cercanas, por obligarme a pensar en ellas y su situación actual o no demasiado lejana. Y también, ya he dicho que soy egoísta, a pensar en mi futura vejez, con la que me toparé de golpe porque el tiempo pasa que no te das cuenta. En un suspiro.
7.6.12
LOS TEBEOS TAMBIÉN ARDEN A 451 GRADOS FAHRENHEIT
Como deben saber ya, y si no lamento ser quien les dé la noticia, ha fallecido Ray Bradbury. Siendo uno de los grandes maestros de la fantasía y la ciencia ficción, seguro que en otros lugares de la red le rinden el tributo que merece. En realidad, yo venía aquí a hablarles de una teoría que hace un tiempo rondó por mi cabeza y que creo tiene bastante sentido pese a no poder demostrarla al 100%: la génesis de Fahrenheit 451 está en la quema pública de tebeos que se dio con frecuencia en los EEUU a finales de la década de los 40 y principios de los 50, hasta que el comic code impuso la censura en la industria. Las fechas cuadran (Fahrenheit 451 se publicó en 1953, justo en el apogeo de la cruzada moral contra los cómics) y hay un lazo sólido: Bradbury colaboraba con la EC, la editorial de tebeos que simboliza toda esa corriente de tebeos que la sociedad consideró peligrosos para la infancia y la moral. Así que vayamos por partes.
Fahrenheit 451
La novela de Bradbury, uno de los grandes clásicos de la ciencia-ficción, debe su título a la temperatura en la que arde el papel y plantea una distopía en la que la lectura de libros está prohibida por ley con la excusa de que les hace infelices y facilita las desigualdades. El protagonista es un bombero, cuerpo que más que dedicarse a apagar incendios está especializado en la quema de libros. Fue objeto de una célebre adaptación cinematográfica a cargo de François Truffaut. Es obvio que la novela es una dura crítica a los totalitarismos y a la prohibición de lecturas que el estado juzga peligrosas para el sostén de su sistema represivo. Bradbury tiene presente el régimen comunista de la URSS y sus países satélites (la Guerra Fría está en todo su esplendor) y aún más presente el ya derrotado nazismo alemán del III Reich, que de hecho protagonizó espectaculares quemas públicas de libros, como la que llevaron a cabo las Juventudes Hitlerianas en la Bebelplatz de Berlín la noche del 10 de mayo de 1933.
Es evidente que Fahrenheit 451 pone en la diana esos totalitarismos, pero dejar ahí su mensaje es un error porque también critica la deriva moralista que durante años se había gestado en el seno de los EE.UU. Y no se trata sólo de afirmar que la novela de Bradbury ataca también la caza de brujas anticomunista liderada por el senador McCarthy, en esos años en pleno esplendor, porque eso desactiva un fenómeno paralelo al McCarthismo que no estaba ligado a éste, y me refiero a la horda de defensores de la moral que, reforzada por su victoria sobre la industria del cine con la implantación del Código Hays de censura, había puesto en su punto de mira un nuevo enemigo público número uno: la industria de los tebeos.
La cruzada contra los comic books
Los lectores habituales del blog saben que he dedicado muchas entradas a hablar de los tebeos anteriores al comic code y de la persecución de la que fueron objeto (éste es un buen punto de partida, por si quieren escarbar). Aún así, resumo un poco. Normalmente se cita el impacto de La seducción del inocente, el sensacionalista ensayo del psicólogo Fredric Wertham, y a la Comisión del Senado para la delincuencia juvenil que llevó al banquillo a buena parte de la industria de los tebeos. En realidad, ambos sucesos (fechados en 1954) son el final de un camino iniciado años atrás y que culmina con la implantación de un código de censura, el comic code, que amputa totalmente un medio de masas que hasta entonces gozaba de éxito y de absoluta libertad y descaro, aunque fuera una subcultura industrial y de bajísimo presupuesto.
El hogar de las historietas era la prensa diaria y su público mayormente adulto hasta que en 1933 irrumpe un nuevo formato, el comic book, el tebeo de grapa. El nuevo formato, que además es barato, se convierte en un medio de masas, algunas cabeceras de éxito tiran millones de ejemplares e inundan los hogares. Niños y adolescentes son sus principales lectores, pero poco a poco también buscan al público adulto (de hecho, lectores que crecen leyendo comics). Las primeras críticas son de carácter elitista: lo que se deben leer son libros y no esa basura con dibujos. Luego llegan los superhéroes y su brutal éxito popular. Muchos psicólogos, algunos huido de Alemania y otros bajo la influencia de la escuela de Frankfurt, alertan (normalmente desde revistas de amas de casa) sobre su fascismo potencial. No tienen en cuenta que la mayoría de sus guionistas y dibujantes son jóvenes judíos que enseguida enviaran a sus superhombres a luchar contra el III Reich bastante antes de que los EEUU se sumen la Guerra Mundial.
Tras el conflicto, los superhéroes languidecen y dos nuevas modas se apoderan de la industria de los cómics: los tebeos de crimen y los románticos. Los primeros hacen gala de una violencia extrema y describen una sociedad desbordada por la delincuencia (los datos avalan que así era); los segundos no eran el típico tebeo de amor blando y azucarado sino historias más cercanas a los culebrones, con embarazos no deseados y muchachas ligeras de cascos que se daban a la fuga. Algunas hasta toman drogas y tienen tórridos romances con señores casados. Las numerosas asociaciones cristianas norteamericanas ponen el grito en el cielo ante tamaña indecencia al alcance de todos los públicos. Su forma de protesta preferida será la quema de tebeos. Grandes pilas de papel barato impreso en cuatricromía amontonadas en el centro del pueblo, un poco de gasolina y unas cerillas.
Estas fogatas no fueron actos anecdóticos sino un auténtico deporte popular contra el pecado que se inició a finales de los 40 y no paró hasta la entrada en vigor del comic code, que desactivaba el riesgo subversivo de los tebeos con una dura censura. Lo explica y documenta muy bien David Hajdu en su excepcional ensayo The Ten-Cent Plague: The Great Comic-Book Scare and How It Changed America (desgraciadamente inédito en castellano). Relata, por ejemplo, como en muchos pueblos de la América profunda los cruzados de la moral iban casa por casa reclamando y requisando tebeos para luego amontonarlos y prenderles fuego. Los cómics fueron acosados por psicólogos progresistas y por fundamentalistas cristianos, una unión que en términos de censura cultural resulta demoledora.
Ray Bradbury y los tebeos
Tenemos una novela sobre la quema de libros coetánea a la quema de tebeos. Obviamente, no es suficiente para dar peso a mi teoría. Es necesario establecer lazos de proximidad entre Bradbury y los comic books. No vale con que los periódicos y revistas hablaran de esas quemas (e incluso las apoyaran) y generaran alarma mediática contra el peligro de leer historietas. Ni tampoco el hecho de que la industria del cómic y la de la literatura de ciencia-ficción y fantasía fueran casi hermanas (muchas editoriales pulp se reconvirtieron al nuevo fenómeno de masas, por ejemplo).
El lazo que une al escritor de Fahrenheit 451 y los peligrosos tebeos precode fue la mítica editorial EC. Bajo la dirección de William Gaines, EC simboliza y representa aquel ingente aluvión de historietas que desafiaban el sueño americano al convertirlo en pesadilla con sus contenidos violentos o su exceso de sangre, horror y crimen, todo servido por una maravillosa plantilla de dibujantes. En 1950 Al Feldstein, el guionista habitual de la casa, adaptó sin acreditar dos cuentos de Bradbury en las páginas de Haunt of Fear 16 y Weird Fantasy 13. Bradbury no tardó en escribir a la editorial la siguiente carta:
"Solo una breve nota para recordarles un desliz. Todavía no me han enviado el cheque de 50 dólares por el uso de derechos de mis dos historias The rocket man y Kaleidoscope. Supongo que probablemente se debe a un descuido provocado por la habitual confusión del trabajo de oficina, y espero su pago en un futuro cercano".Gaines decidió extenderle un cheque de inmediato. El incidente sobrepasó el carácter de anécdota porque en vez de mal rollo generó una corriente de simpatía entre Bradbury y EC que fructificó con la adaptación a la historieta de 25 de sus cuentos , ahora sí con la autoría debidamente acreditada. La correspondencia entre el escritor y la editorial fue muy numerosa (muchas de esas cartas se pueden leer en el libro Bradbury: An Illustrated Life) y le mostraba como un lector de lujo de las revistas de cómic. En paralelo, EC representaba para psiquiatras sensacionalistas y masas moralistas con antorchas a la degenerada industria de los tebeos. Así que es lógico pensar que Bradbury conocía la cruzada: al fin y al cabo muchos de esos tebeos que se condenaban a las llamas purificadoras incluían historias suyas.
Usher II
Establecido el lazo entre Bradbury y los tebeos perseguidos, tan sólo queda un aspecto que refuerce mi teoría, que refuerce la idea de que el escritor, al fabular sobre la quema de libros, tenía en mente a las puritanas señoras de la Liga de la Decencia antes que a un uniformado grupo de nazis. Es complicado luchar contra las Juventudes Hitlerianas, no sólo por su poder icónico y simbólico, sino también porque es obvio que Bradbury también los tenía en cuenta en su novela.
Afortunadamente, Fando Fandez me ha recordado el eslabón perdido: Usher II, uno de los cuentos que conforman las deliciosas Crónicas Marcianas, publicadas en 1950. De hecho, Fahreinheit 451 no hacía más que desarrollar como novela distópica una idea argumental ya plasmada en Usher II. El relato explicaba la historia de un coleccionista de libros que había huido a Marte con su biblioteca para salvarla de la quema, ya que en la Tierra las hordas de la moral habían ganado la batalla contra la fantasía y la lectura. Al final, esas mismas hordas acababan llegando a Marte y su protagonista no podía evitar la destrucción de su tesoro. Algunos párrafos de Usher II son muy reveladores.
Este párrafo, por ejemplo, cita expresamente y como primera víctima "las revistas de historietas", despejando cualquier duda sobre el conocimiento de Bradbury respecto a los tebeos y la persecución de la que eran objeto. Pero mucho más revelador es este otro párrafo, cuando los cruzados moralistas llegados a Marte irrumpen en la casa del protagonista para destruir su colección.
Tras leerlo, creo que la idea no admite discusión. En Usher II, embrión de Fahreinheit 451, los que queman los libros no son las Juventudes Hitlerianas sino psicólogos, políticos y una amplia representación de señoras decentes. Precisamente los mismos que se dedicaban con entrega a la quema de tebeos cuando Bradbury escribió los dos relatos.
Bibliografía: The Ten-Cent Plague: The Great Comic-Book Scare and How It Changed America de David Hadju es un ensayo de investigación fabuloso sobre la cruzada contra los cómics en la América de los 50s. Abajo les dejo un enlace a Amazon por si desean comprarlo en su versión digital. En El Blog Ausente pueden leer la extensa, pero inacabada, serie de entradas sobre los tebeos precode y que adapta las diversas conferencias que he dado sobre el tema. También pueden escarbar en la etiqueta precode.
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