25.3.06
BOXEADORES ESPIRITUALES, LUCHADORES MÁGICOS Y 18 ARMAS LEGENDARIAS
Les hablaba hace bien poco de la importancia de un buen inicio coolzetoso para sumergirse de lleno y sin red en este tipo de productos. Hace unos días la visión de los primeros minutos de Legendary Weapons of China me impulsó irremediablemente a verla entera, con nocturnidad y alevosía: a los títulos de crédito, que son un genuino baile de armas y acrobacias de la mano de sus protagonistas (al más puro estilo teatral del ballet chino), seguían un par de escenas que se mostraban tan sicotrónicas a mis ojos que no podía resistirme a un pase. Sumen a eso que ya hace unos meses que voy compilando compulsivamente casi todo lo que de la Shaw Brothers se me pone a tiro. Así que vayamos por partes.
A principios de los 80 el director estrella, el renovador de la mítica productura hongkonesa, era Lau Kar-leung. Experto marcial, instructor y coreógrafo de muchas de las películas de los 70, entre ellas las violentas y masculinas epopeyas de Chang Cheh (incluyendo nuestra querida Furia del Tigre Amarillo), en el último tramo de los 70 se pasa a la dirección e inicia una filmografía plagada de títulos clásicos, destacando el que en 1978 supone una inflexión para el entonces aún relativo declive de la casa de Sir Run Run Shaw: Las 36 cámaras de Shaolin. Está claro que el cine de Lau Kar-leung y el de Chang Cheh son muy diferentes. Al segundo le faltaba humor y se centraba casi exclusivamente en un tratamiento ciertamente sádico del héroe masculino y el impulso vengativo. El primero opta por el espectáculo coreográfico total, no olvida (ni mucho menos) el sentido del humor y huye siempre que puede del monotemático "has matado a mi maestro". Es en ese contexto en el que hay que situar la película de hoy.
El título no engaña: Las armas legendarias del kung-fu, concretamente 18. Todo gira hacia un climax esperado basado en el uso de todas ellas en duelo apoteósico. La historia se construye alrededor de ese motivo. El maestro Lau Kar-leung escribe, dirige, coreografía e incluso coportagoniza un filme en el que la acción espléndida ocupa la mayor parte del metraje. Yo diría que casi el 90 % son escenas en las que la agilidad marcial está en pantalla, con la virtud de que la perspectiva va variando del delirio pop chino del inicio al duelo final más o menos clásico, pasando por las intrigas y el combate humorístico.
Les decía que el inicio es de esos que me enamoran e impulsan a ver el filme lo antes posible. Tras los inusitadamente largos títulos de crédito iniciales (recordemos que nos van mostrando a los cinco protagonistas haciendo uso paulatino de las 18 armas legendarias) el espectador se enfrenta a un muy fumanchunesco decorado en el que Wu, ni más ni menos que el gran Alexander Fu-Sheng, al que ya de entrada intuímos pérfido y vil, recibe con todos los honores y aspavientos al que parece ser líder de su secta, Mr. Li. El susodicho Wu, con su bigotillo y su druculiana capa roja, recibe el encargo de liquidar al traidor maestro Lui Gung (que les ha abandonado y vaga de incógnito por la China rural) y aprovecha para hacerle una demostración de sus fuerzas por todo lo alto a Mr. Li. La demostración es una delicia sicotrónica. Sus secuaces chinos, formados en fila a su espalda, aparecen y desaparacen entre humos, saltos y explosiones. Segidamente, haciendo uso de sus manos y poder hipnótico (la llamada magia Maoshan) obliga a dos de ellos a automutilarse. Uno se arrancará los ojos mientras efectúa un doble salto mortal y el otro se agarrará con dolorosa fuerza la entrepierna (¿arrancándosela?no me ha quedado claro, ciertamente) mientras voltea de espaldas. No contento con todo esto, utilizando un muñeco de trapo (muy similar a los utilizados en los ritos vudú) hace que todos sus pupilos queden en trance robótico y declamen su entrega hasta la muerte. Mr. Li queda impresionado, dice que sí, que muy bien, pero que la misión debe ser secreta y conformada por muy pocos de sus hombres.
Y si el espectador inteligente ya empieza a frotarse las manos, lo que sigue continua siendo glorioso. Gordon Liu, el gran Gordon Liu, como Ti Tan y al mando de un grupo de discípulos que son objeto de una prueba: resistir disparos en pleno pecho. Se ponen en fila y, desde una especie de terraza interior, un grupo de fusileros les disparan. Sus pupilos aguantan de pie unos segundos con los dedos cerca del boquete sangrante, dirigiendo hacia allí su kung fu. Por si eso no es suficiente, Ti Tan les coloca el típico pergamino tao (los seguidores de la saga Mr. Vampire saben a que me refiero) para ayudarles a superar la prueba, cosa que, lógicamente, no consiguen. Ante el fracaso ordena a otros cuatro que se coloquen en posición, pero sus superiores prefieren que sigan perfeccionandose.
Llegados a este punto uno se pregunta ¿Pero qué coño está pasando aquí? ¿De qué va este delirio de súbditos que se arrancan los ojos o se dejan disparar a bocajarro? Así que mejor les pongo en situación (a mí me costó un ratito). La película se sitúa en plena Rebelión de los Boxers, la revuelta china contra el imperialismo occidental de 1899-1901, aunque aquí el punto de vista es, lógicamente, muy diferente al de 55 días en Pekín. Por no salir, no salen occidentales sino que se basa en una imaginaria lucha interna. Con fe inusitada en el poder marcial, el clan de boxers que protagoniza el filme le ha vendido la moto a la emperatriz de que con su kung-fu sus boxers podrán resistir los impactos de las armas de fuego occidentales. Y en eso están, haciendo pruebas. Lei Gung, uno de los maestros, harto de la estúpida sangría de jóvenes que supone el experimento, habría abandonado. Acusado de traicion y condenado a muerte, vive camuflado en algún lugar de la China rural.
Lo que acabo de explicar es el punto de partida. A partir de aquí la película se estructura como obra de protagonismo coral: los ya citados Alexander Fu-Sheng y Gordon Liu, a los que añadir al mismo Lau Kar-leung (que sería el maestro fugitivo) y a un par de jóvenes que intentan localizarlo por separado y con motivos bien diferentes (Hsiao Ho y Kara Hui). Así, tras ese principio de kitsch chino que tanto me sulivella, continua una especie de comedia de intrigas y equívocos en el marco de la típica posada con varios especialistas del kung-fu intentando descubrirse unos a otros (una subtemática muy habitual a poco que busquen), jugueteando con el uso de las artes marciales aplicadas con disimulo a todo tipo de mobiliario o vajilla y sin hacer ascos a algunos detalles del cine de ninjas, por entonces en pleno apogeo. La aparición de unos timadores que pretenden hacerse pasar por maestros gira el argumento hacia una especie de parodia con elementos gore de las películas de Chang Cheh (uno de los timadores simula ser primero destripado y luego reintroduce sus entrañas con un falso kung fu) que termina en un delicioso combate con el lider de los timadores poseido y manejado robóticamente a distancia con un muñeco maoshan.
Y luego, claro, el largo climax final con los combates contra Gordon Liu, cuya cabezota calva se convierte en una especie de ariete indestructible (hasta que descubren su punto débil) y contra Alexander Fu-Sheng, que es cuando se desata el repertorio de las 18 armas legendarias, todas ellas presentadas con subtitulos: Dardo con cuerda, Mazos dobles, Hachas dobles, Lanza de la serpiente, Kwan Tao, sable, doble sable, Lanza, latigo de acero de 3 secciones, Doble daga, Doble tonfa, Pala de monje, Baston, Tridente, Escudo, Cuchillo mariposa, Palo de tres segmentos y finalmente las Manos Vacias, es decir, la no arma con tratamiento de arma. La prueba de que es el must de la función mucho más allá de su argumento es el abruptísimo final que deja ciertamente descolocado pero con la boca abierta tras todo el repertorio acrobático exhibido en un filme que es pura delicia imprescindible para los aficionados al cine de la Shaw Brothers.
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